Amo de Todo

26. El Pozo

 

La base de investigaciones se encuentra en un sector que me inquieta. No es un edificio gubernamental ni una casa precaria con computadoras sino que se trata del último lugar al cual iría a buscar un centro de operaciones.

—¿Qué es esto? ¿Se supone que mueves una piedra y nos lleva a un pasadizo secreto?—le pregunto.

—No es mala idea, doctora, pero lo consideraremos para cuando tengamos presupuesto y podamos modernizarnos—dice Benoit siguiéndome el sentido del humor mientras se baja de la moto y le sigo el paso.

Se acerca a una manivela del pozo y la hace girar hasta que sube.

No precisamente una cubeta.

Es un arnés.

Y no es una soga común sino una de cuero trenzado, por demás resistente que ahora tengo frente a mí y me invita a bajar.

—¿Qué?—le pregunto, con dudas— No esperas hacerme bajar a la nada misma luego de que me has tomado secuestrada.

Echo un vistazo y realmente que el fondo está oscuro, no me quiero hacer una idea de la cantidad de insectos o la podredumbre que habrá allá abajo.

—No conozco otra manera de poder hacerlo—añade.

—Yo sí: tu bajas y subes con lo que sea que tengas pensado enseñarme.

—No puedo subir con un laboratorio entero a cuestas.

—Dudo que ahí abajo haya un laboratorio—. Y no lo digo solamente por la oscuridad reinante sino porque no se percibe un ápice de movimiento desde donde estamos.

—Tienes razón, deberíamos de tener un cartel que diga “aquí estamos trabajando a espaldas de los gobiernos, pueden venir y golpearnos la puerta”. Por favor, Alba. No estarías acá si no hubiese confiado por algún momento en mí, no es momento de echarse atrás en esa decisión. ¿No crees que si quisiera matarte te hubiese podido tirar de la motocicleta y ya? ¿O haberte disparado en las dos ocasiones que te desmayaste?

Santo cielo, no puedo creer que esté a punto de decir que sí.

—Tengo miedo de soltarme el arnés… Sin querer, no lo sé.

—Yo te lo ajustaré correctamente—. Se acerca y lo toma para abrirlo en señal de “ven a mí que me encargo de colocarte esto”.

—Está oscuro y puede haber arañas.

—¿Enfrentaste a múltiples gobiernos de un tratado y superaste el borde de una guerra para venir a temerle a la oscuridad o a un insecto?

Caray, tiene razón.

Suelto un resoplido y me acerco para que me ponga el arnés.

—Créeme que no te arrepentirás—me dice, pegado a mí, mientras me lo prende desde atrás.

—¿En qué momento dejé de ser la “doctora Alba”?

—No lo sé, ¿cuando me abrazaste por la cintura mientras conducía la motocicleta?

Le observo con desdén, de costado.

Él se jacta con una risita y me posiciona en la abertura del pozo. Me aferro a los bordes del chaleco del arnés y el corazón se me paraliza en cuanto mis dos piernas quedan deliberadas al vacío.

—Sujétate fuerte si eso te hace sentir más segura, pero no es del todo necesario—afirma Benoit, con ambas manos en la manivela que pone a girar la polea.

—Si me piensas matar al menos que sea rápido—le pido mientras desaparece por los bordes del pozo.

Lo último que escucho es su risa y el chirrido de la manivela girando mientras desciendo y desciendo en lo profundo.

Inspiro con algo de torpeza y enojo mientras desaparezco en la densa negrura que me sumerge junto a un silencio atroz y un frío terrorífico que cala hondo en mis huesos cuanto más y más desciendo en la nada absoluta.

Y más.

Y más.

—Te tengo.

—¡Aahh!

Algo me apresa las piernas.

—Silencio, doctora, por favor.

Me empuja desde abajo.

Es la voz de un varón.

Me empuja aún más y me palpa el arnés. mientras enciende una linterna para ayudarse a quitarme el chaleco lo cual me sirve para contemplar la cueva en la que me acaban de meter.

—Yo… Por todos los cielos. ¿Quién eres tú?

Se ilumina la cara.

Es un muchacho muy joven, ha de tener quince años. Es larguirucho, con acné y la piel tallada por el sol como si hubiese demostrado arduas horas de trabajo lejos de estos fríos pasillos.

—Mi nombre es Malek y le llevaré hasta el lugar que pertenece. Le están esperando.

—Un momento, ¿saben que venía?

—Siempre supimos.

—¿Cómo? Oh, claro. Ustedes me secuestraron.

—Ejem, algo así. ¿Vamos?

—Aguarda.

Le giro la linterna y apunto directo a su rostro.

Sus facciones son inconfundibles.

—Tú eres…—empiezo. Y él me completa:

—Hijo de Benoit, sí. Y toda mi familia es parte de esta misión.

No sé por qué, pero saber que Benoit tiene un hijo y ha formado una familia me quita un poco de adrenalina que puede ser la que me condujo a la estupidez de meterme en una cueva a través de una suerte de aljibe.

—Como sea. Llévame donde “pertenezco”.

 




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