Narrador Omnisciente
Es una puesta de sol sumamente helada en la Antártida y el sargento Ivankov se encuentra custodiando los alrededores de la base militar lindante con base enemiga, ambas bajo el fulgor incandescente de la figura del cielo que lleva semanas enteras en tanto un fenómeno astronómico adornando por encima de sus cabezas.
La base, que venía siendo un secreto hasta el momento que el fenómeno sucedió, se erige tras él como un crujido de hielos resquebrajándose.
Ivankov se vuelve a ella y observa con atención.
Luego hacia arriba.
El brillo está más intenso que nunca.
Enfundando en sus abrigos y con el fusil empuñado observa lo que sucede, no obstante, la patrulla en el perímetro se vuelve atípica en el momento que la vibración constante con la que vienen sobreviviendo los últimos meses, se vuelve más intenso.
Violenta.
De repente el sector bajo la iluminación comienza a temblar.
Tropas enemigas abandonan su base del mismo modo que comienzan a hacerlo los de la propia, sin entender si deben de prepararse para un ataque o no.
Entonces lo comprenden.
El temblor no proviene desde abajo, sino de arriba.
La fuerza de la figura se vuelve prácticamente cegadora ante la luz que no deja ver nada alrededor, en medio de los tonos blancos grisáceos de la nieve densa y las nubes.
Retrocede.
Escucha gritos.
Advertencias.
Ruidos desesperados.
El hielo agrietándose bajo sus pies.
Insulta por lo bajo y comienza a correr, pero no importa dónde quiera que vaya, las grietas se vuelven cada vez más acentuadas.
La figura en el cielo es el ataque…
Las bases militares se empiezan a caer, cuando lo escucha.
Misiles.
Apuntando al cielo.
¿Acaso están intentando defenderse contra una luz?
Ambas bases militares comienzan a caerse por grandes trozos, los misiles siguen alerta, incluso comienza un ataque entre las bases.
El temblor que, repentinamente, ha cedido a un terremoto, si es que el término lo vale considerando que no viene desde el interior de la Tierra, ya no es la única amenaza.
El olor a pólvora inunda sus fosas nasales, el polvo y la nieve se elevan a su alrededor acelerando aún más el proceso de demolición y, bajo sus pies, el hielo se agrieta en pedazos más pequeños.
Reza que no suceda, pero ya es tarde.
Cae al agua gélida mientras, en la superficie, un último estallido, probablemente de un misil muy cercano, lo empuja con fuerza hacia el fondo acelerando sus últimos segundos de vida, pensando en que ya lo sabía.
La figura en el cielo jamás fue inocente.
El sargento sabía que, tarde o temprano, eso sucedería e iniciaría el ataque.