—Alguien encendió una alerta.
—¡¿Alerta de qué?!
Benoit me lleva hasta una oficina de operaciones. Se muestra reticente en hacerme entrar, pero creo que entra en razón al entender que estamos del mismo lado, al menos en apariencia por el momento.
Cede y me permite el ingreso.
El lugar no me da buenas vibras, aunque lo cierto es que nada aquí me remite a algo positivo, pese a que intento poner mi mejor esfuerzo por congeniar en mis intenciones y las que ellos aportan.
Va más allá de los medios por los cuales me han retenido.
—¿Qué sucede?—pregunta Benoit a uno de los suyos que permanece detrás de unas cuantas pantallas que enseñan noticias y barras estadísticas.
No me cuesta entender que se trata de una oficina de control de riesgos.
También Alice llega.
—Benoit… Doctora Mercy.
—Viene conmigo.
Tensión.
No hablan.
Benoit insiste:
—¡Ya! Un momento. ¿Y eso?
Mira atentamente la TV mientras se adelanta incrédulo ante lo que está sucediendo. Condice a la barra estadística en rojo que muestra el control de daños.
Las noticias muestras un terremoto que ha sucedido en la base militar antártica que ha afectado tanto a Rusia como a Estados Unidos, destruyéndolas por completo.
—¿Un terremoto en la Antártida?—pregunta Alice.
—La figura ha intensificado su vibrato en niveles catastróficos para la base de hielo donde está posicionada—mi voz suena segura, pero no tengo manera de cerciorarme si ha sido o no un terremoto.
—Es probable, ya que no hay estudios recientes sobre actividad sísmica en el lugar, sobre todo en lo que implica el asentamiento de ambas bases militares—añade el chico que permanece en el control. Ha de tener unos treinta años, tez trigueña, su pelo está rapado a los costados y tiene trenzas en la parte superior atadas hacia atrás. Sospecho que es muy inteligente en su labor, pero que no sería la clase de técnico que tomaría el Gobierno de Francia para supervisar operaciones oficiales.
—Pero no ha sido la única—añade Alice, señalando otra de las pantallas.
En Sudamérica ha sucedido lo mismo con la figura que está posada sobre Islas del Atlántico Sur, provocando una declaración de guerra en bordes diplomáticos con Reino Unido y Argentina. Esto no es buena señal.
—Una guerra al norte y la otra al sur—mi voz es tétrica, mi piel se pone como la carne de gallina y retrocedo, para salir del lugar buscando un poco de aire, de calma, algo que tenga que ver con lo que acabo de vivir.
Me metí en esa cabina buscando respuestas, sentí una suerte de amor tan grande que jamás estuve tan conmovida, luego me tocó encontrarme con la realidad fáctica y descubrir que mientras las señales externas solo buscan hacerme sentir querida, los humanos no hacen otra cosa más que destruirse los unos a los otros.
¿Por qué? ¡¿Es que no lo van a entender jamás?!
Sigo andando, furiosa por el lugar, hasta llegar a un paredón de piedra que lleva pintada una suerte de mural con inscripciones en sánscrito. Es decir, no leo sánscrito, pero mi estudio en Geometría Sagrada me permite identificar la forma de otras lenguas como el hebreo o el mandarín inclusive.
—No es bueno que salgas corriendo así—me dice Benoit, desde atrás.
Me vuelvo a él, descubriendo que estamos a solas.
—¿Tienen una alarma que advierte cuando se está por desatar una guerra mundial que amenaza con destruir absolutamente todo?—le pregunto a Benoit.
—Últimamente suena seguido…
—¿Qué hago yo acá?
—Ayudarnos.
—¿Realmente crees que puedo detener a esos idiotas del poder que solo buscan destruirse los unos a los otros? ¿Realmente los humanos somos tan necios que no paramos de matarnos cuando el instinto de supervivencia y el amor solo nos remite a querer protegernos los unos a los otros? ¿No es esa la unidad básica de la autoconservación natural?
—¿Y si no son humanos los grandes líderes?
—Como si hubiese una batalla por definir quién es el amo del universo.
—La batalla es milenaria y siempre estuvo aquí.
—Benoit, no…
—Sí, Alba. Tú sabes eso mejor que nadie. Los humanos somos un arma de otras razas que…
—Basta.
—Otras especies que están en búsqueda del dominio absoluto.
—¡Basta!
—Unos nos aman, los que nos dominan nos someten.
Pienso en la celebración de los grandes líderes con mascaradas.
En los políticos títeres.
En los espectáculos para hacer creer viles mentiras al mundo entero.
Pienso en mi hija y en el mundo que tengo para entregarle.
Pienso en Cruz y en qué tipo de tratos ha hecho con esos seres de los cuales ya no tiene escapatoria.
—Alba—añade Benoit mientras mis preconceptos arden en una hoguera para enseñarme la realidad en duras bofetadas—: todas las historias de terror y de ciencia ficción son ciertas a final de cuentas. Ellos siempre estuvieron aquí.