—¿Qué haces?
—Me llevo todo esto.
—¿Dónde?
Uno de mis compañeros de laboratorio quien siempre subestimó mi trabajo se me queda observando atónito ya que en cuanto él llega, yo estoy saliendo con mis cosas en un bolso de viaje.
—Debo demostrar algo a toda esta ciudad.
—No puedes salir con eso, son cosas del laboratorio.
—Solo he tomado un cuenco y un diapasón, los devolveré.
—¿Por qué? ¿Qué harás con eso?
—Buenos días.
El señor Caesar entra también. Me cruza y ve mi pinta:
—¿Exaltada por la figura como todos los demás? Tranquilos, seguro que es Coca Cola anunciando un nuevo producto, seguro será un refresco a base de algas o esas cosas fitness que sacan hoy.
—No es ninguna marca—le aseguro.
—Quizás una película, esto ya lo vi en una serie. No recuerdo cuál, pero que lo he visto, seguramente—se mofa mi compañero.
—¡No!—les digo y luego me vuelvo al señor Caesar—. Debo irme, regresaré—le prometo. Sé que es algo un tanto arriesgado, pero tengo que hacerlo, aún sabiendo que puede que quede como una boba.
—¿Hacer qué?
¿Vale la pena explicarles a estos dos idiotas lo que quiero hacer?
Acto seguido llega mi única persona medianamente de confianza en este lugar.
—¡Qué puta locura está sucediendo allá afuera!
—Bridgitte—se vuelve Caesar a ella—. ¿Sabes algo de lo de tu amiga?
—¿Algo de qué?—se vuelve para mirarme—. Un momento, ¿eso también les está volviendo locos a ustedes?
—Lo siento—insisto—, debo irme ahora.
Les abandono, sabiendo que puede que sea algo irreverente que ponga en peligro lo poco que me queda de mi trabajo, que me haga quedar públicamente como una loca, pero aún así siento la necesidad y la obligación de tener que exponerlo.