Amo del Universo

7. Presidente

Solo dos veces en la vida entré a este lugar. La primera fue durante una excursión escolar y la segunda para un recorrido turístico que le di a unas amigas que conocí en un curso universitario de Estándares de Ciencia que hice online y ellas vinieron desde Brasil a dar una vuelta por Europa y les traje a conocer estos lugares franceses.

Con diferencia de que en aquel entonces, el Palacio de Elíseo estaba de buenas recibiendo gente con recorridos, en cambio ahora está lleno de guardias de seguridad que muestran tarjetas y placas en escaners para poder movilizarse de un lugar al otro.

Me entregan a mí una credencial con la que tengo acceso hasta el despacho del presidente, donde me escoltan por unos minutos, de pie, donde esperamos hasta que al otro lado un hombre con uniforme militar abre la puerta y nos anuncia que podemos entrar.

Él nos está esperando, sentado en uno de los sillones de un juego sofisticado de madera de roble con asientos y respaldares acolchados y capitonados.

Se me viene el corazón a la garganta al caer en la cuenta de lo que está sucediendo, este mismo lugar lo vi en TV, en las redes, en pantallas de la calle, pero jamás me imaginé que estaría en persona aquí.

—Señorita, le pedimos su móvil y aparatos electrónicos que lleve encima—sentencia uno de los guardias.

—No puedo entregarle mi bolso, no puedo perder mis pertenencias—le digo, mostrándole que el contenido son herramientas de laboratorio.

—Es por su propia seguridad—advierte uno de los guardias.

—Hágalo, por favor, doctora Mercy—. La voz proviene desde el centro del despacho donde aguarda el presidente. Él mismo en persona es quien me acaba de hablar—. Le aseguro que le serán devueltas enseguida.

Suspiro y procedo a darles mis cosas. No sabrán qué hacer con ellas, deduzco, así que no hay mayor riesgo.

Una vez que me deshago de ellas, incluido el móvil, me adelanto y el mismísimo Vicente Cruz se pone de pie para estrecharme la mano.

Por todos los cielos.

Es tan atractivo.

Sus ojos verdes le sientan maravillosos en su piel café, la barba le llena las mejillas y el mentón, además de que tiene una altura de casi dos metros con un porte muscular que ha de estar casi en los cien kilos, es un hombre macizo, viril, que impone presencia y autoridad, deseo, belleza. Además de que tiene un perfume que podría derretir a cualquiera con su solo pasar. Yo creo que apenas me puse desodorante para salir de casa hoy, por todos los cielos.

—¿Se siente usted bien?—me pregunta, como si no se diera cuenta del efecto que provoca en mí.

—S-sí.

O eso creo.

Caray, qué tensión.

—O mejor dicho, no—me retracto.

—Comprendo, hay una luz en el cielo y nadie se explica qué demonios es. Por favor, tome asiento.

—En realidad, lo decía porque me apena haber salido tan rápido hoy de casa, creo que apenas me peiné—declaro, muy nerviosa.

—¿Qué científico reconocido ha tenido fama de ser un supermodelo?

—Me alegra dar la talla con la moda en la ciencia.

Su rostro se mantiene firme, pero puedo notar que sus ojos esbozan una ligera mueca de agrado. O de que finge mostrarme estar a gusto para que yo me sienta cómoda.

Entonces lo noto.

El asiento vibra como si estuviese arriba de una motoneta. Elevo la mirada y observo un candelabro lujoso arriba que también se está sacudiendo. De hecho, todo lo hace.

—¿Con qué clase de material está blindada esta oficina?—. Me vuelvo a él con mi pregunta, descubriendo que se muestra atento a mi observación.

—Bloqueos de radiofrecuencias intrusas. Para evitar el ciberterrorismo o ataques de cualquier tipo—declara.

—Entonces lo antiguo es solo una fachada.

—Bienvenida al mundo gubernamental.

—Vaya.

—Supongo que sabe por qué está acá, señorita Mercy.

Asiento.

—Porque he quedado como la mayor loca del país que exhibe teorías conspirativas—declaro lo obvio.

—Pues, es la única que parece darle explicación a la locura colectiva que estamos viviendo hoy. En un mundo donde la locura es la norma, el loco de verdad no sale de contexto.

—¿Entonces no cree que mi exposición haya sido una locura? Lo de las vibraciones, el sonido, las imágenes, las notas musicales.

—Para nada. Tenemos investigadores que ya habían determinado una musicalidad en la vibración de la imagen de Atenas y coinciden en que su postura es correcta.

—Entonces llego hasta este lugar ¿aprobada por un comité?

—Aprobada por mí, en primera instancia.

Trago grueso ante el hecho de que me hace sentir halagada.

Es decir, no me ha querido adular sino que ha sido honesto.

Acto seguido, el silencio tenso que he generado se ve interrumpido por un golpe en la puerta. Cruz permite el paso y entra el de seguridad con mis cosas.

—Despejado, señor.

—Bien.

Dejan mi bolso con el móvil y mi computador en el suelo, a mis pies. Doy una revuelta a mis cosas, chequeando que todo esté en orden y no solo eso sino que cada cosa está en su lugar por lo que deduzco que lo revisaron con escáner.

—Mercy—me dice él y me vuelvo a concentrar en el hombre más poderoso del país quien me ha citado en carne propia—: Tienes que saber que estamos en un momento de desesperación porque nadie se explica lo que está sucediendo y necesitamos respuestas antes de que entremos en un estado de crisis colectiva o, aún peor...

—...de guerra—completo la frase por él.

—Así es. La Agenda 2030 se está cumpliendo a rajatabla y este hecho nos pone dificultades que no podemos permitir, son solo luces, pero que están generando un pánico colectivo.

—No es solo luz, señor—. Me aferro al apoyabrazos del sillón para señalarlo—: Es movimiento. Y nos está diciendo algo.

—Sí. También entiendo eso. Usted ¿tiene las herramientas para descubrir qué está sucediendo? Al menos, para descifrar el mensaje que nos señala.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.