Jamás había viajado en un vuelo privado, pero debo admitir que muchas veces me imaginé cómo sería probar uno de estos.
No era parte de mis expectativas, sin embargo ¿por qué temerle al lujo?
El presidente Cruz acaba de salir camino a India para una reunión de emergencia que se hará acerca de la Agenda 2030 porque el plan de ejecución llevándose a cabo está viéndose fisurado por la inestabilidad global planteada por la amenaza de las figuras en el cielo.
El vuelo durará algunas horas, pero no son de descanso para él sino de videoconferencias con conectividad a bordo y de hacerse un espacio para mí. Cuando le encuentro en el sector exclusivo del avión donde está sentado en un aparente comodísimo sillón detrás de un escritorio ovalado, me señala el asiento a su lado y una computadora delante lista para empezar a teclear:
—Supongo que la información que me envió antes ha quedado obsoleta, doctora.
Doy un paso hacia adelante y me siento a su lado, donde me ha señalado. Me siento halagada ante el hecho de que me proponga ubicarme junto a él.
—El asunto es que ahora contamos con información nueva—digo, sacando mi móvil y enseñándole el globo donde he marcado los siete puntos que completan una figura de Geometría Sagrada.
Su gesto parece devastado. Se lo ve agotado a más no poder.
—Por favor, explícamelo, mi cabeza apenas podría sumar dos y dos.
—Sí, lo siento—añado, cambiando el móvil al código, pero estoy segura de que mira la pantalla sin tener las conexiones sinápticas suficientes para hacer un análisis de lo que le enseño—. Serán siete figuras en total las que aparecerán en el cielo y tengo la ubicación de la séptima además del código para interpretar el mensaje.
—¿Es así o lo crees?
—Existe un alto índice de probabilidad, pero me jugaría la cabeza por…
—No te juegues nada, por favor. No he abierto tu mail, mi equipo probablemente sí, pero necesito que todo lo que sabes se formalice en un comunicado a presentar a las autoridades de la Agenda—me advierte.
Parpadeo, asombrada.
—¿No es usted autoridad ahí, presidente Cruz?
—Visiblemente sí.
—¿Y eso qué significa?
¿No es la persona que tiene a cargo en esta gestión interanual el llevar al día lo que configura a esta bendita Agenda? ¿Qué significa todo esto?
—Señor—insisto, analizando las posibilidades—. Esto es algo que se debe hacer conocer, no puede quedar entre cuatro paredes.
—Sabes mucho, Alba. Y eso te hace peligrosa.
Su silencio se ve interrumpido por esas palabras que calan hondo en mis huesos. Emito una débil risita.
—¿Eso…ha sonado como una amenaza…?
—No. Y tampoco es una broma. Es una realidad.
—Yo…
—Ocultar todo lo que sabes y lo que descubres es prioridad para que no te eliminen los que sí lo saben.
Mi piel se pone de gallina.
—¿Hay…gente que sabe lo que está pasando y no lo han dicho…?
Sus labios forman una tensa línea que le hace ver sexy en medio de esa barba tipo candado que lleva días sin afeitar, pero que ahora mismo me resultan señal de alarma.
—Señor, no…
—Lo siento, Alba. Tienes que decirme lo que sabes. Absolutamente todo.
—Por favor, esto podría implicar un gran avance, ¡podría determinar un lenguaje, un modo de comunicación!
—Y a un amo del universo entero. Sí—termina su frase en alusión al enorme poder que tiene lo que he descubierto—. Alba: quiero cuidar de ti. Por ello tenemos que destruir todo lo que hallaste. Pero primero, dime el mensaje.
—¡No!
—Por favor, no me lo hagas más difícil.
Mis ojos se llenan de lágrimas.
Sus ojos también.
Una de sus manos se afirma sobre la mía e intento quitarla, pero la sujeta:
—Por favor, no me tengas miedo. Juré que cuidaría de ti.
Las lágrimas se desborden por las cuencas de mis ojos mientras mi instinto entra en jaque ante la confusión. Me encanta, pero no puedo ceder.
—Es la investigación de toda mi vida, no la puedo destruir…
—Destruimos un mundo para crear otro—advierte, incorporando una mano en mi abdomen—. Y debemos cuidar de ese mundo creado.
Inspiro de manera entrecortada.
—Tenía planes, quería formar una familia, quería algo bueno para mi vida y lo perdí. Me lo quitaron.
Su hija.
Ella…la mataron.
Y estoy segura que no fue el único presidente al que le mataron un hijo para cerrarle la boca.
—No mereces este dolor con el que debo subsistir cada día de mi miserable vida—me advierte aún llorando y una de sus manos se incorpora en mi rostro intentando secarme las lágrimas.
Es una investigación de toda la vida.
Debo decirle la verdad.
Debo decirle lo que sé.
Para ocultaron y destruir la evidencia, o bien, cambiar hacia dónde apunta la aguja.
—Alba—insiste entre lágrimas y pega su frente a la mía. Ya no distingo sus lágrimas de las que me corresponden a mí—. Dime el mensaje.
Separo los labios.
Debo hacer un esfuerzo descomunal para articular las palabras y saco la única herramienta que me queda, mi escudo, mi defensa. Lo último. Si ellos ya lo saben, estaré perdida:
—Han cometido…un error.
—¿Qué?
Sus ojos brillosos se vuelven a los míos.
—La línea…temporal del universo ha mutado… Creen que estamos en el año 2123. Pero no. Es 2031.
—Alba. ¿S-Sabes lo que esto significa…?
—Sí. Ellos no lo saben todo.
—Así es… Aún podemos salvarnos.
La tensión se interrumpe entre ambos, cuando una ligera media sonrisa se esboza en mis labios a la que él corresponde empujando su mentón hacia el mío y nuestros labios se sellan en un beso que sabe a lágrimas, pero también a esperanza.
Y también a eternidad…
Fin del primer libro
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