Among Us

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THEY ARE AMONG US! 

Ésa era la frase- escrita con aerosol negro- que tapaba atrevidamente el nombre del pueblo en el viejo cartel que se tambaleaba al costado de la ruta, en la entrada de Lilloet. Un pueblo al que había jurado que jamás volvería. Un pueblo del que me había ido, junto a mi madre, en busca de una vida de “verdad”. Ahora, volvía sin ella y sin haber logrado nada más que fracasos- académicos y amorosos. Y volver me confirmaba que estaba en punto muerto.

Lilloet parecía haber permanecido inalterable a pesar de los cinco largos años que no me veía. “Mi galardón, por mi fracaso”, me dije al llegar. Suspiré. Sentía que mi cuerpo había vivido cien años y no sólo veintitrés.

- Debes estar cansado.- me dijo Elaine mientras manejaba con excesiva prudencia el viejo auto.

Asentí mientras la observaba. Era el vivo retrato de mi madre: piel chocolate oscuro, cabello ensortijado y penetrantes ojos negros. Aunque un año mayor que mi madre, parecía más su hermana gemela. Y así como la veía a mi madre en ella, así nunca me veía a mí en cada uno de sus rasgos afro-americanos. Pero aunque no era su hijo biológico, era su hijo del corazón. Me adoptó desde muy pequeño; incluso el primer recuerdo que tengo es ver su rostro sonriéndome. Y cómo cada vez que pensaba en ella, una presión en mi pecho- dolorosamente familiar- comenzó a ponerme nervioso. Traté de no pensar en lo que sería de mí sin ella. Su muerte me había tomado por sorpresa- si es que alguien está preparado alguna vez para ver partir a quien se adora. Y ahora…, solo, en bancarrota y sin un futuro claro, Lilloet me recibía bajo un día gris. 

El día combinaba a la perfección con mi estado de ánimo y no había perspectiva de que algo o alguien lo fuera a mejorar. Miré a través de la ventanilla hacia afuera. Estaba baja casi en su totalidad, a pesar de que era una mañana fría de Noviembre. Traté de desarmar el nudo en mi garganta que no me permitía hablar. Elaine pareció entenderlo porque no me preguntó nada más en los minutos siguientes. 

Se lo agradecí profundamente...

Vehículos, casas, negocios, personas extrañas, pasaban a poca velocidad, indiferentes a mi dolor. Percibí mis ojos cargados de lágrimas pero me auto-convencí de que era por el viento. Aún así, no subí la ventanilla. Sentí que si me quedaba encerrado, no podría respirar.

El automóvil en el que íbamos paró en un semáforo y mi tía volvió a mirarme.

- Morgan nos está esperando. Me dijo que haría tu comida favorita. Aunque me pidió que no te dijera nada. Puedes decirle que ya comiste en el avión. Se lo creerá.

Su comentario me provocó una mueca, que quiso ser una sonrisa pero no llegó a serla. Mi tía intentaba hacerme sentir mejor y también me recordaba- aunque no hacía falta- que el desempeño de Morgan en la cocina era bastante desastroso. Pero por el solo hecho de saber que la pareja de mi tía se había estado esforzando para darme la bienvenida fue suficiente para mí. Decidí en secreto cenar aquella noche, simulando un apetito voraz. 

La verdad era que llevaba varios días sin comer bien. Tampoco me era fácil conciliar el sueño por las noches. Y el cansancio y la falta de energía ya se hacían sentir en mí. Aunque sabía que no había nada que pudiera hacer al respecto. Por las noches no dormía. Las dudas me carcomían: ¿y si era un error? ¿Y si no era su cuerpo el que tuve que reconocer aquella fatídica noche? ¿Si me equivoqué y mi madre realmente no se había muerto sino que estaba olvidada en una cama de hospital, sola y abandonada? Todos pensamientos que en penumbras parecían verdades absolutas pero que se derretían con la luz del amanecer y me hacían sentir además de culpable, estúpida. Era entonces cuando una sombra poderosa que parecía inmune al despertar del nuevo día me recordaba cuán arruinada estaba mi vida.

Parpadeé nerviosa al pensar que en un par de horas me esperaba otra noche más en vela. Volvía a mirar a través de la ventanilla, buscando algo que me entretuviera brevemente. Era una técnica que hacía siempre para evitar que los pensamientos de miedo se apoderaran de mí. 

Y entonces los vi: unos ojos de un extraño color violeta, impactantes y poderosos, clavados en mí; pétreos, sin parpadear.

Y quedé literalmente hipnotizada.




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