Amor a Destiempo

Pasado

Karenina, ese fue el nombre que su madre le puso antes de abandonarla en la puerta de una iglesia en una noche lluviosa. Y al día siguiente fue entregada a un orfanato.

Y desde ese entonces ella fue creciendo esperando cada día por una familia. Ella era diferente a los demás, su color de piel, su color de ojos, su pelo crespo, todo, la hacía ver diferente y las parejas que querían adoptar nunca volteaban a mirarla y si bien lo hacían, solo desviaban la vista y pasaban de ella. 

Ella solo esperaba día tras día que alguien quisiera llevarla con ellos. Soñaba con una familia, con el calor de un hogar, con hermanos, tener un papá que la enseñara a montar una bicicleta o llevarla a la escuela y presentárselos a sus compañeritos.

—Hola Kare, ¿Qué haces aquí sola? —Han se sentó a su lado, en un balcón no muy alto donde acostumbraba ella a pasar horas observando el lugar lleno de árboles y flores.

—¿Sabes Han? Yo no pedí nacer así.

—¿Así cómo? —preguntó Han, mientras ella recostó su cabeza en el hombro de su mejor amigo.

—Así de esta manera. Sin ser bonita. .

Han la tomó de su pequeño rostro —Eres bonita Karenina, no pienses eso ni por un segundo.

—Eso lo dices tú porque eres mi amigo, las demás personas no opinan lo mismo de mí. Soy diferente, ¿no lo ves? —ella sentía que no tenía ningún valor para nadie, se sentía decepcionada de ella misma. Observaba a las demás y quería ser iguales a ellas. Tener el pelo lacio, ojos más pequeños, el color de piel más claro. Quería volver a nacer, suspiró con pesar.

—¡Han, Han!—la voz de la señora Batisda obligó a ambos de girar la cabeza.

—Sí, señora Batisda —se apresuró el niño en contestar a su llamado.

—Ven, ven, hoy es tu día de suerte, hay dos personas que quieren conocerte.

Ese día era el único que Karenina no quería que llegase. Sabía que en algún momento se separaría de su mejor amigo. Cada noche, antes de dormir, pedía al cielo que nunca se fuera de su lado.

—Anda, no pierdas tiempo, ven —insistió la señora Batisda. Han la tomó de la mano para juntos caminar presurosos. Karenina moría de nervios y angustia, ese que le daba de tanto en tanto y que incluso le impedía comer y eso le había llevado a un estado de desnutrición notable.

—¿Quiénes son, señora Batisda? —preguntó Han y ella detuvo sus pasos girando hacia él.

—Pues probablemente tus nuevos padres. Puede que sea tu día de suerte y al fin encuentres una nueva familia.

Han volteó hacia Karenina.

—Tú te quedas aquí Karenina, hoy no es tu día de suerte. De hecho ningún día lo es —se burló la señora Batisda, soltando una risa que provocó que su corazón se arrugara cuál uva de pasas.

—Ya vuelvo — dijo Han y ella sintió como si le arrancaran un pedazo de su cuerpo. El dolor se había alojado en su pecho y sin poder evitar una lágrima, mojó su pálida mejillita.

La señora Batisda volvió a caminar hasta donde se encontraba karenina parada, observando un punto fijo

—Mmm, ¿Estás triste, porque nadie te quiere por fea? —sus labios se alargaron y el nudo doloroso en su garganta le provocó más lágrimas.

—Anda, vete de aquí, estás molestando, deja de seguir a Han todo el tiempo. Total, dentro de poco estarás sola —volvió a reír para luego girar y resonar sus tacones en el piso y adentrarse en la oficina cerrando la puerta.

Karerina solo se movió unos pasos para tomar asiento en uno de los bancos de madera y esperar a que su mejor amigo volviera a salir.

Esperó largo rato hasta que la puerta de la oficina de la directora se abrió de nuevo, dejando ver a Han acompañado de una sonriente señora y un señor, ambos de aproximadamente unos treinta años. La señora Batisda y la directora los acompañaban también

Todos pasaron frente a Karerina sin notarla en lo absoluto, a excepción de la señora Batisda quien la escudriñaba con la mirada y Han quien la miraba con algo de pena.

Unos minutos después, el niño corrió por el largo pasillo llegando hasta ella.

—Nina, Nina, tengo nuevos padres, tengo nuevos padres —declaró emocionado, mientras algo dentro de ella se rompió, haciendo trizas su frágil y pequeño corazón.

—¿No estás feliz? —ella secó sus lágrimas e intentó darle una sonrisa disimulando la gran tristeza que sentía.

—Sí, Han, estoy feliz por ti. Pero me dejarás sola. Me quedaré sola en este lugar.

Sin decir nada, la abrazó fuerte. —No quiero quedarme sola, Han, no quiero quedarme sola, este lugar me da miedo. En la noche tengo miedo, ya nadie estará para cuidarme cuando haya truenos o relámpagos, cuando la señora Batisda me grite.

—Entonces no me iré con mis nuevos padres, les diré que no quiero irme de aquí, no sin ti.

Negó varias veces al darse cuenta de que estaba arruinando el deseo de su mejor amigo de tener una familia, solo porque ella no podía tener una.

—No, no, tú ya tienes nuevos padres, debes irte con ellos. Debes cumplir ese sueño.

—Te voy a extrañar mucho, Nina. Estoy seguro de que pronto vendrán tus nuevos padres.

Ella le regaló una débil sonrisa.

—Sí, muy pronto también me iré con mi nueva familia —dijo ella sabiendo que probablemente eso jamás suceda.

—Te haré una promesa, Nina —tomó sus pequeñas manos entre las suyas.

—Cuando seamos adultos, yo te voy a buscar, vamos a casarnos y te voy a cuidar para siempre.

Ella sonrió —Siempre seremos los mejores amigos, algún día nos volveremos a encontrar, Nina. Te lo prometo. Te quiero.

—Algún día Han —repitió también ella, sabiendo que probablemente nunca más se volverían a ver, quedándose con ese "te quiero" en su memoria para siempre.

Al día siguiente habían ido por él. Han al fin tenía nuevos padres.

—Qué niña tan simpática —dijo la mujer inclinándose para tocarle la cabeza a la pequeña Nina.

—¿Ella no puede venir con nosotros? —preguntó Han. La mujer miró a su esposo y el hombre negó serio, con un no rotundo.




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