Veinte años atrás
Canadá
¿Dime que hiciste con ella, Irina? ¿Por qué huyes? ¿Qué fue lo que sucedió?
No puedo decírtelo, solo prométeme que la cuidarás.
No puedo hacerte esa promesa si no sé lo que sucedió. Por favor quédate, ¿A dónde irás?
No puedo quedarme, aquí corro peligro. Debo irme lejos, debo irme.
Me asustas, déjame ayudarte por favor.
Nadie puede ayudarme, nadie puede hacerlo, ya no hay salida para mí, pero para ella sí. En esta carta está todo lo que necesitas saber, no se lo entregues a nadie. Prométemelo. ¡Prométemelo! Nadie más que tú puede saber de ella.
Sí, te lo prometo.
Y esta es para ella, se lo darás cuando creas que es tiempo. No antes. Me tengo que ir.
Irina…
Actualidad
Escucho como Ágata golpea la mesa con la regla y eso hace enderezarme de nuevo. Me duelen los pies, el cuello, tengo los brazos entumecidos, pero seguimos aquí esperando sus órdenes. Esto es una rutina diaria hace muchos años. Ver pasar mi vida frente a mí todos los días sin saber el futuro incierto que me espera.
—¿Les dije que descansarán? —se posa frente a mí y levanta mi mentón con su mano. Dentro de todo, creo que soy la favorita de Ágata desde que prácticamente “me compró” de la casa hogar cuando era una niña. Ha sido dura conmigo, pero nunca me ha maltratado, nunca me ha pegado con la regla como lo hace constantemente con las otras chicas quienes tienen mi misma suerte.
—No, señora —me observa por unos instantes y vuelve a soltar mi mentón.
—Si no tienen disciplina, no tienen nada. Esta es la mejor escuela de señoritas. Ustedes aquí me pertenecen, así que no me hagan enojar.
Sí, esto es lo que es, una escuela donde desde niñas nos instruyen para que al cumplir la mayoría de edad seamos vendidas al mejor postor. Aquí nos enseñan clase, elegancia, disciplina, obediencia. Somos vendidas como una joya bien pulida. ¿Qué sucede con las chicas que son vendidas y salen de aquí? No lo sabemos realmente. No sabemos si su vida mejora, si son tratadas con cariño, si son maltratadas, nadie sabe, lo averiguaremos cada una cuando nos toque. Cuando un hombre con mucho dinero aparezca para pagar una suma exagerada de dinero y llevarnos con él para someternos a su voluntad. No negaré que día y noche, me pregunto que es lo que me espera cuando salga. Sin embargo, raramente eso ha sido pospuesto desde hace dos años. Todas salen de aquí al cumplir sus dieciocho años, yo, sin embargo, sigo en este lugar con veinte.
No sé qué es lo que Ágata tiene preparado para mí. Pero nunca me ha llevado al cuarto rojo. Es decir, el cuarto donde todas las chicas ingresan para ser escogidas libremente por su comprador. Miles de cosas pasan por mi mente y una de ellas es que como ha sido en la casa hogar, nadie se fijaría en mí. Nadie me elegiría como cuando era niña y ninguna mamá o papá me tenía en cuenta por mi color de piel, mi cabello, mi ropa, ciertamente no tenía idea, ya a esta altura de mi vida, eso ha dejado de causarme tristeza para dar paso a un total desconcierto.
Sin embargo, ¿Por qué Ágata sigue insistiendo en tenerme aquí y seguir instruyéndome? ¿Cuál es su propósito?
—Es todo por hoy, todas a la ducha, la cena se servirá en una hora.
Avisa Ágata y todas nos ponemos en fila para caminar hacia la salida. Todo en n este lugar se realiza de forma hermética, es como una academia militar, tenemos reglas que cumplir, horarios a la cual debemos adecuarnos, debemos comportarnos como verdaderas damas con clase, todo aquí importa, la forma de vestir, la forma de caminar, la forma de hablar, incluso la forma de reír. Aunque cuando estamos solas entre cuatro paredes, todo eso se nos olvida y fingimos ser chicas normales.
—¿Te sientes bien? —pregunta Mara.
—Sí, claro.
—Hoy de nuevo estás en las nubes.
Solo aprieto mis labios entre sí, sin decirle nada. Luego de cenar nos metemos a nuestros cuartos, donde comparto con cuatro chicas más.
—Mañana es el gran día —dice Georgina, mientras todas permanecemos acostadas mirando el techo, yo sujeto fuerte un oso de peluche que lo tengo desde niña, fue un regalo que Ágata me había hecho, apenas había llegado aquí, pues no dejaba de llorar cada noche.
—¿No tienen miedo de lo que les espera fuera de aquí? —levanto mi medio cuerpo quedando recostada sobre mis codos.
Las demás hacen lo mismo mirándome.
—Yo sí, yo tengo pavor, tengo miedo a sufrir, tengo miedo de que me toque un loco psicópata y que haga conmigo lo que se le antoja y termine muerta luego.
Declara Mía. —Yo también, yo también —contestan las demás.
—Yo tengo tanta intriga. No negaré que también me causa miedo. Pero tengo mucha curiosidad.
—¿Será que esta vez si irás al cuarto rojo? —pregunta Mara.
—No sé, no sé qué sucede conmigo. Creo que nadie me elegiría, por eso Ágata no me exhibe como a todas.
—¿Has hablado con ella?
Niego mordiéndome el labio inferior. —¿Qué le diría? De todas maneras estoy bien aquí.
—Pero es extraño, ya cumpliste veinte años y sigues sin irte.
Vuelvo a tirarme sobre mi almohada. —Tal vez estoy destinada a estar sola y que no tenga una familia, ni una pareja a mi lado. No lo sé. Tal vez deba estar sola toda mi vida.
—¿Te gustaría enamorarte Alaska? —pregunta Mía. Suspiro hondo. Alaska, ese es el nombre que me dio Ágata cuando salí de la casa hogar.
Escucha pequeña, ahora olvidarás todo lo que has vivido aquí, este ya no es tu hogar. Una nueva vida te espera. Y vamos a comenzar por hacer unos cambios. Tu nombre ya no será Karenina, a partir de ahora te llamarás Alaska. ¿Está bien? Debes olvidar tu pasado, debes olvidar quién eres. Ahora estás conmigo.