Christian
—Fuera de aquí —digo molesto señalando la puerta con mi dedo índice.
—¿Qué? —reclama Emet poniéndose de pie.
—Fuera, Emet, fuera de mi oficina —reclamo serio.
—No es para tanto Christian, como si lo que te dije fuera un insulto —elevo ambas cejas.
—¿No es un insulto? ¿Qué se supone que es entonces?
—¿Un insulto para quién? —ruedo los ojos con fastidio caminando hacia el ventanal, dándole la espalda a mi amigo genio, nótese el sarcasmo.
—Tú y tus grandes ideas, Emet. Que tú hagas esas cosas no significa que lo haga yo también.
—Vale, vale, me voy, me largo de aquí, pero cuando veas a Alice del brazo de otro hombre caminar frente a tus ojos, no me llores después. ¡Dios! Christian, como si te hubiera dicho que matemos a alguien. Ya te digo que debería llamarte, Padre Christian.
Sigo sin voltear, sé que ya abandonó mi oficina por el sonido de la puerta cerrándose.
Es una locura, no puedo creer que hasta lo llegué a considerar por unos minutos. Sería un maldito canalla si hago eso. No, no, definitivamente Emet está mal, muy mal.
Si estaba fastidiado, ahora lo estoy más. No puedo seguir aquí, siento que estas cuatro paredes de mi oficina me asfixian.
—Me voy Grace, no volveré por hoy —digo pasando de mi secretaria, mientras desanudo mi corbata. Camino sin esperar una respuesta, me adentro en el elevador y me recuesto en la pared totalmente agotado. Estos días han sido desastrosos.
—¡Señor! —exclama Garret al verme.
—Llévame a algún bar, lo que sea Garret —digo subiendo al auto.
—¿A un bar, señor? —pregunta intrigado apenas se sube en el asiento del conductor.
—¿Está todo bien? —pregunta de nuevo. Le resulta extraño el pedido por dos motivos, yo no frecuento muchos los bares y si lo hago es porque algo me sucede y quiero beber para despejarme y el segundo motivo es la hora.
—Estoy agotado, solo quiero beber y ver el rostro de algún que otro extraño —sonríe moviendo la cabeza para luego poner en marcha el auto.
—Un vodka por favor —pido sentándome en la barra de un bar. Me lo sirven y me bebo de solo trago.
—Otro —me vuelve a llenar el vaso—, mejor déjame la botella —el que atiende en la barra sin decir nada lo deja frente a mí.
Cuando iba saliendo del bar mi teléfono suena anunciando la entrada de una llamada. Observo la pantalla, arrugo el ceño al darme cuenta de quién me llamaba.
Contesto sin preámbulos. —Rebeca —digo llevando a mi oído el celular.
—Querido, fui a buscarte a la oficina y me dijeron que te habías retirado temprano. ¿Dónde te encuentras? Me gustaría conversar contigo.
—¿Sucede algo? —indago curioso.
—No, solo necesito que hablemos de un par de cosas.
Me paso la mano por el pelo observando que Garret me esperaba con la puerta del auto abierta.
—Voy camino a mi departamento, nos vemos en veinte minutos —anuncio.
—Gracias, querido —cuelgo la llamada pidiendo luego a Garret que me lleve a casa.
Llego en diez minutos, ingreso a mi pent-house y camino directo a la cocina para beber agua y poder sacarme el alcohol de mi sistema. Suelo beber con moderación, cuando salgo de mis límites luego no me gusta y busco remediarlo de cualquier manera. Y diez minutos después ni más ni menos, suena el timbre anunciando que Rebeca había llegado.
Aprieto el táctil pegado a la pared de mi sala para abrir la puerta y darle acceso. Escucho que resuena sus tacones en el mármol.
—¡Christian! —exclama y salgo a su encuentro.
—Rebeca, ¡Que gusto verte! —saludo con caballerosidad.
—Christian, el gusto es mío —deja dos besos en mi mejilla.
—Por favor, adelante —le ofrezco pasar a la sala, donde ella se sienta y yo hago lo mismo.
—Te escucho —digo mirándola.
—Cariño, no estaría aquí sino fuera por mi Alice —suspiro profundo. Sabía que se trataba de ella, de lo contrario no estaría aquí.
—¿Qué sucede con ella? —pregunto un poco inquieto al recordar lo que vi hoy, la fotografía con ese chico.
—Está cometiendo un error y no entra en razones, no puedo aceptar que ustedes hayan terminado una relación de tantos años.
—Rebeca, esa decisión le pertenece a ella, yo no puedo hacer nada al respecto.
—No te des por vencido, ¿la amas aún?
Afirmo moviendo la cabeza. —Claro que la amo Rebeca, no puedo dejar de hacerlo de la noche a la mañana.
Ella aprieta su frente mientras cruza las piernas. —No sé qué hacer con esa niña. Su padre no me apoya —suspira hondo—, mi matrimonio es una farsa, Christian, hace mucho lo es. Danilo, él no me es fiel, lo sé, lo he comprobado, se pasa de viaje en viaje con sus amantes, no le pone límites a Alice.
Estoy sorprendido al escuchar lo que me cuenta. Pensé que el padre de Alice era un hombre intachable, que viaja mucho solo por negocios.
—Lo siento Rebeca, no lo sabía.
—Nadie lo sabe de hecho, solo tu madre y ahora tú. Por eso necesito que Alice recapacite y vuelvan a estar juntos, tú eres una buena influencia para ella, eras la que le mantenía en tierra, yo no puedo con ella, es caprichosa y su padre no ayuda.
Suspiro cansado. —No sé que decirte Rebeca, si bien yo aún la sigo amando y por supuesto quiero que volvamos a estar juntos, no puedo obligarla. Ella tomó su decisión y yo la respeto.
—Ella te ama Christian, yo lo sé, simplemente sus amistades no son buena influencia y… —niego rotundo.
—No creo que tenga eso que ver, Rebeca. Pero intentaré remediar las cosas.
—¿En verdad? —pregunta exaltada.
—No te prometo nada, Rebeca, pero hablaré con ella, intentaré que volvamos a como éramos al principio, si ella aún me ama como dices, pues volveremos a estar juntos, y si ella ya no me ama ya no hay nada que hacer.
—Entiendo y sí tienes razón, pero yo estoy segura que volverán, están hechos el uno para el otro, lo sé.