Christian
—Necesito saber todo de ti —inquiero tecleando mi teléfono sin mirarla—, y luego hablaremos.
No escucho respuesta lo que me obliga a levantar la vista, girar mi rostro y mirarla, sus ojos se clavan en mí, sus largas pestañas se baten varias veces.
—¿En qué quedamos?—Pregunto nuevamente.
—Lo siento señor Cook. Dígame qué necesita saber —suspiro hondo guardando mi teléfono en el bolsillo.
—Para empezar, no me digas señor, me llamo Christian, solo llámame por mi nombre —suavizo mi voz, tampoco quiero asustarla.
—Está bien —contesta con esa vocecita que no sé porqué me gusta mucho. Cómo si me recordara a Nina. Eso es algo que debo dejar de hacer, no puedo comparar a todas las mujeres con ella solo por su mismo color de piel. He conocido a muchas mujeres con sus mismos rasgos y tiendo a compararlas siempre. Pero hasta ahora no he encontrado a nadie que se le parezca, aunque pudo haber cambiado mucho. Ya no es una niña. Ambos hemos cambiado físicamente.
—¿Cómo es tu nombre y apellido? —se queda mirándome por largos segundo mientras espero su respuesta.
—Alaska, Alaska Miller —responde y asiento.
—¿Cuántos años tienes? —ella fija su vista en el retrovisor pues Garret la miraba de tanto en tanto, me daba cuenta. Él al darse cuenta de mi mirada baja la vista y la posa al frente.
—Veinte años.
Me relamo los labios volviendo a asentir.
—Bien. Supongo que tienes algún pasado, ¿Familias?
Garret ingresa al subsuelo del edificio donde vivo. Detengo mis preguntas cuando estaciona, baja con prisa y me abre la puerta.
—Yo lo hago —digo levantando la mano avisándole que yo le abriría la puerta a ella.
—Baja —exijo. Ella lo hace mirando todo con asombro, como si nunca hubiera visto nada de esto.
—Camina —vuelvo a ordenar. Ella lo hace con prisa a mi lado para subir al elevador. Garret trae la maleta y me la entrega antes de subir. Mis guardias siempre rodean el perímetro manteniendo cierta distancia.
Al cerrarse la puerta metálica fijo mi vista en ella. Es pequeña, delgada, su piel parece de porcelana. Sus pestañas son largas y… —se abre la puerta y debo obligarme a desviar la mirada.
Llegamos a mi pent house y ella detalla todo paseando la mirada por el lugar.
—Esta será tu nueva casa, a partir de ahora.
—¿Eso es todo lo que tienes? —pregunto señalando su pequeña maleta.
—Sí —dice bajito.
—Iremos de compras. Ahora, ¿En qué quedamos? Ah sí. ¿Tienes familia?
Ella me observa por un segundo como analizando algo y luego mueve la cabeza negando.
—No, señ… Christian.
—Mi única familia es Ágata.
—¿Esa mujer?
Ella vuelve a mover la cabeza.
—¿Vives allí desde niña? Cuéntame algo de ti.
—Sí, así es —responde sin perder tiempo.
—No hay mucho que contar, no tengo familia, no sé nada de mi pasado. Cómo le digo, Ágata es mi única familia.
—Bien —es todo lo que digo caminando hacia la cocina. Yo tengo personal de servicio que solo viene a hacer los trabajos de limpieza y todo lo que implica mantener en orden mi departamento y luego se retiran, no necesito molestias en mi casa.
Vuelvo a la sala con un vaso de jugo de naranja y se la entrego.
—Toma —ella pestañea mirándome.
—¿Tienes hambre? —ella toma el vaso que le ofrezco y luego niega.
—Siéntate, hablaremos de algunas cosas.
Ordeno tajante, ella toma asiento de una manera perfecta, coloca las piernas como debe sentarse una señorita, mantiene la postura erguida.
Veo que no tendré necesidad de enseñarle nada. Está bien instruida.
—Alaska, ¿Sabes porque estás aquí? —ella baja el vaso de jugo que apenas había probado, lo deja sobre la mesita y vuelve a sentarse de forma correcta.
—Para lo que usted ordene o necesite.
Suspiro hondo, veo que más que una persona parece un robot.
—¿Te gusta esto? ¿Vivir así? —ella inclina la cabeza.
—Es para lo que sirvo.
Niego. —No, eres una persona, no un objeto.
—¿Entonces porque me compró? —su pregunta me deja estático.
—Disculpe mi imprudencia —con prisa intenta enmendar su pregunta.
—Tienes razón, no te disculpes. Pero quiero cambiar eso a partir de ahora. Alaska eres una persona, quiero que dejes tanto hermetismo y te sueltes más. Necesito a una mujer no a un robot.
—Lo intentaré —responde, y eso ya es un avance.
—A partir de ahora dirás que eres mi novia —ella abre los ojos desmesuradamente.
—Sí, es lo que le haremos creer a todo el mundo, a mi familia, a mis amigos, a la prensa amarillista. Me acompañaras a todos lados en los que yo considere oportuno.
Ella se muerde el labio nuevamente, ese acto involuntario pero con mucho efecto sobre mí.
—Será lo que usted diga.
—Te dije que dejes de hablarme de usted.
—Me dijo que le llamé por su nombre, no que le tutee.
Ladeo una sonrisa y por alguna razón no puedo dejar de mirarla.
Me levanto camino unos pasos acercándome a ella y vuelvo a tomar asiento a su lado en el sofá. Levanto su mentón para detallarse el rostro.
Tomo un mechón de su pelo crespo.
—Tenía una amiga, era hermosa como tú.
Ella pasa saliva y mis dedos van a parar a su mejilla.
—¿Crees que podrás con lo que te dije?
Sus ojos se clavan en mí como dos esferas brillantes.
—Sí, no habrá problemas, solo necesito saber que tengo que decir o hacer.
Sacudo mi cabeza levantándome, me ví tentando a besarla, y ella no está aquí para eso. Yo amo a una mujer y ese es el propósito de toda esta locura.
Le doy la espalda caminando unos pasos para servirme un trago.
—Nos conocimos en una reunión de amigos, eres amiga de mi mejor amigo, Emet. Ya te lo presentaré.
Giro hacia ella, llevando el vaso a mis labios.