Amor a distancia...

Entre la santidad y el deseo.

Yorgelys se despertó con el corazón pesado. La luz entraba por la ventana como una advertencia, no como consuelo. En otro tiempo, esa claridad la habría hecho sonreír, tomar su Biblia, y agradecer por otro día de pureza. Pero ahora, cada rayo parecía iluminar el caos que se había instalado dentro de ella.

No sabía cuándo había empezado a cambiar. Tal vez fue una conversación, una imagen, una noche de insomnio. Lo cierto es que ya no pensaba en versículos ni en promesas celestiales. Pensaba en cuerpos. En caricias. En deseo.

Yorgelys, la que antes ayunaba por claridad espiritual, ahora se sentía atrapada en pensamientos que no podía confesar ni a sí misma. Se sentó en la cama, con la mirada perdida, y murmuró:

—¿Qué me pasó?

Ese día decidió volver a la iglesia. No por rutina, sino por necesidad. Quería recuperar algo que sentía que había perdido. Pero antes de salir, mientras esperaba que su madre terminara de arreglarse, abrió su teléfono y descargó una app para conocer personas. Solo para matar el tiempo, se dijo. Nada serio.

La interfaz era sencilla. Fotos, nombres, frases vacías. Pero entonces apareció él.

Mikael.
Veinte años. Cabello oscuro, ligeramente despeinado, como si el viento lo hubiera acariciado justo antes de la foto. Tenía una figura atlética, pero no exagerada—como alguien que no presume, pero cuida de sí. Lo que más la detuvo fue su sonrisa. No era perfecta. Era cálida. Real. De esas que parecen decir: “Estoy aquí, y no tengo prisa.”

Yorgelys sintió algo que no esperaba: curiosidad. Luego, una punzada en el pecho. ¿Quién era ese chico que hablaba como si la conociera? ¿Y por qué, de repente, la iglesia ya no parecía tan urgente?

Su perfil decía:
"No busco cuerpos, busco almas que no tengan miedo de sentir."

Ella leyó esa frase tres veces. Luego miró su propia foto, su propia biografía vacía, y sintió vergüenza. ¿Qué estaba haciendo? ¿Qué buscaba realmente?

Pero antes de cerrar la app, Mikael le envió un saludo.
Simple. Sin emojis. Sin pretensiones.
"Hola, Yorgelys. Me gustó tu nombre. ¿Tiene algún significado especial?"

Ella no respondió de inmediato. Guardó el teléfono. Se miró al espejo. Y por primera vez en semanas, se sintió vista. No por Dios. No por sí misma. Por alguien más.

Ese fue el primer día que no rezó antes de salir. Pero fue el día en que algo nuevo comenzó.




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