El Encuentro
Dione
Era un hermoso día en el pueblo de San Rafael, Mendoza. Sí, un día realmente hermoso. Al fin podía cumplir mi sueño de viajar. Después de ahorrar durante meses, trabajando día y noche, por fin lo había logrado.
Claro que no iba a disfrutar sola de semejante paisaje. Luego de viajar 12 horas desde Mar del Plata, mis amigas Calu y Nila me acompañaban en esta aventura maravillosa.Calu, con su melena negra, bailaba al compás del reguetón que sonaba en sus auriculares, mientras que Nila, completamente enamorada del paisaje, no dejaba de fotografiar todo: los viñedos, el río, y las montañas a lo lejos cubiertas por una capa de nieve que parecía tocar las nubes.
Nosotras tres estábamos disfrutando al máximo esa semana en Mendoza. Cada tanto mi madre, Rina, me escribía para saber cómo estaba. De mi padre, Joel… hacía rato que no sabía nada.
Es feo recordar, pero mis padres llevan más de quince años separados. Mi padre le fue infiel a mi madre con una cualquiera que se hizo pasar por amiga, solo para robarle el corazón. Desde entonces todo cambió. Mi madre y yo luchamos mucho para salir adelante, sin depender de nadie.
Por eso, ahora, después de tantos años, de días duros llenos de tristeza y rencor, siento que por fin he logrado salir adelante. Me valgo por mí misma, y este viaje es una prueba de eso.
Después de recorrer el maravilloso paisaje mendocino, decidimos cenar en un restaurante que, según los lugareños, era excelente. Comimos, bebimos, y reímos recordando viejos momentos, sacándonos selfies para subir a Facebook. Era nuestra última noche en Mendoza, ya que a las 00:00 salía nuestro micro de regreso a Mar del Plata.
Después de brindar, fui al tocador para refrescarme un poco. Hacía mucho calor esa noche. Mientras observaba la decoración rústica del restaurante, choqué sin querer con un muchacho. El golpe fue lo bastante fuerte como para hacer que ambos soltáramos lo que llevábamos en las manos. Mi celular cayó al suelo, al igual que su vaso.
—Disculpá, no te vi —dije algo nerviosa.
—¡Perdón! Fue mi culpa —respondió él rápidamente.
En cuanto lo miré a los ojos, un par de ojos celestes intensos, sentí que el corazón me latía con fuerza. Me ruboricé, dejé escapar una sonrisa tímida, y seguí mi camino al tocador con el corazón a punto de explotar. Sentía que se me iba a salir del pecho.
Dentro del baño no pude evitar reírme sola. Pensaba: qué lindo chico... alto, de cabello dorado, y con unos ojos celestes como el cielo.
Al regresar con mis amigas, me estaban esperando con cara de sospecha.
—¿Por qué te tardaste tanto, changa? —preguntó Calu con una sonrisa pícara.
—Sí, ¿por qué estás colorada? —agregó Nila entre risas.
—Es que… me choqué con un muchacho camino al tocador. Me ruboricé al ver sus ojos celestes —confesé tratando de disimular mi emoción.
Las dos comenzaron a gritar y a reírse como locas. Yo solo quería desaparecer. Quise llamar a mi madre para avisarle que ya íbamos a tomar el micro, pero era imposible: mi celular estaba sin batería.
Después de cenar fuimos a la terminal en la capital para tomar nuestro micro. Ya estábamos cansadas, algo mareadas por las copas de vino, y nos reíamos por cualquier cosa.
Durante el viaje de regreso a Mar del Plata,
decidimos dormir. No sabíamos que lo que había comenzado como una simple anécdota… pronto se convertiría en algo mucho más grande.
Demir
Después de tres meses del fallecimiento de mis padres, decidí volver al restaurante "Azafrán". No fue una decisión fácil, pero sentí que era momento de enfrentar los recuerdos. Estuve sentado por horas en la misma mesa de aquella noche, como si con eso pudiera detener el tiempo. Observaba cada rincón, cada detalle, reviviendo en silencio nuestro último día juntos.
Varias veces me cubrí el rostro para que nadie notara mis lágrimas. Aquel 11 de enero de 2015 me marcó para siempre. Pero algo dentro de mí sabía que debía cambiar. Mis padres merecían ser recordados con una sonrisa, no con tristeza.
Me levanté con esfuerzo, fui al baño y lavé mi rostro empapado de dolor. Al salir,distraído por mis pensamientos, choqué accidentalmente con alguien.
—Perdón, fue mi culpa —dije rápidamente mientras recogía mi celular del suelo.
No escuché su respuesta. Al alzar la vista, me encontré con ella. Una chica que parecía sacada de otro mundo. Tenía el cabello largo, lacio, color marrón, y una expresión ligeramente ruborizada. Y entonces la vi sonreír.
Esa sonrisa… tan perfecta, tan llena de vida. Reflejaba una felicidad que yo había olvidado. Sentí una punzada de envidia, no por ella, sino por mí, por haber perdido la capacidad de sonreír.
En ese instante, comprendí que mi vida se había teñido de grises, que la alegría se había escapado de mi alma… hasta ese segundo. Porque algo en esa sonrisa angelical logró romper, aunque fuera por un momento, el muro de tristeza que me envolvía.
Sin decir más, pagué la cuenta y regresé a casa. Pero esa noche, por primera vez en mucho tiempo, cerré los ojos y no lloré.
Pensé en ella… y sonreí.