"El percance"
Dione
Eran las 18 hs y volvíamos a casa después de pasar toda la tarde en la playa Varese, mi preferida. Estábamos quemadas hasta los pies, rojas como tomates… pero bronceadas al fin.
Después de un día tan divertido, me despedí de mis amigas y tomé el micro de regreso. Mis ojos se cerraban solos del sueño. Al llegar a casa, mamá dormía; me había dejado la comida preparada sobre la mesada de la cocina. Eran unos mostacholes con crema y jamón: fríos, sí… pero deliciosos.
Dejé mi bolso en el cuarto y me metí directo a la ducha. El agua fría era lo único que podía calmar el ardor de mi piel abrasada por el sol. Estuve media hora bajo el chorro, relajando el cuerpo y desenredando el pelo. Después me dejé caer como peso muerto sobre mi cómoda cama de dos plazas.
Recuerdo que puse a cargar el celular. Cuando lo encendí, algo no me cerraba: el fondo de pantalla era distinto. Fruncí el ceño. Revisé los contactos… nombres que no conocía. Fui a la galería y ahí me cayó la ficha.
¡Estaba él!
Sí, él: el chico con el que choqué en Mendoza. Rubio, ojos celestes como el cielo, cuerpo de atleta, esculpido por los dioses… Y ahí fue cuando grité:
—¡¡MIERDAAA@$!$#*@!!
¡Este no era mi celular! Se parecía… pero no lo era. Empecé a revisar y vi llamadas perdidas. Reconocí el número: ¡era el mío! Él estaba intentando recuperar su teléfono.
—¿Qué hago ahora? —pensé, justo cuando golpearon la puerta de mi cuarto.
—¿Sí? —dije, sobresaltada.
—¿Qué pasa, hija? ¿Por qué gritás? —era mamá, preocupada.
—¡Perdón, mamá! No es nada… descansa.
No quería preocuparla por este... "percance".