La llamada
Demir
Al llegar a casa, lo primero que pensé fue en llamar a mis amigos para invitarlos a ver una película. Rebusqué en el bolsillo de mi campera, saqué el celular… y me congelé. No era el mío.
Era el mismo modelo, sí, pero no era el mío. Al desbloquearlo, un fondo de pantalla me dejó aún más confundido: tres chicas sonriendo en una selfie. Y entonces la reconocí. Ella. La morocha del restaurante. La misma con la que choqué sin querer más temprano. Tenía esa sonrisa dulce, y aún parecía colorada en la foto.
Intenté llamarme a mí mismo desde su teléfono. Una, dos, tres veces. Nada. El mío estaba apagado… claro, no tenía batería cuando salí. Me quedé un rato sentado, dudando si salir de nuevo e ir hasta el restaurante a ver si seguía ahí. Pero ya era tarde.
Decidí que lo mejor sería esperar a la mañana. Llamaría temprano y pactaríamos un encuentro para devolvernos los celulares.
Miércoles 12 de enero
El despertador sonó con su tono odioso y rutinario. Abrí los ojos, algo desorientado, pero enseguida recordé el lío de los teléfonos. Lo primero que hice fue agarrar el celular que tenía—el de ella—y marcar mi número.
Sigue apagado. Me atiende el contestador de nuevo.
Me preparé unos mates con medialunas, como cada mañana, intentando no desesperar. Tal vez más tarde el celular vuelva a encenderse. Tal vez ella ya se dio cuenta del cambio y también está buscándome.
Aunque no la conozco… tengo el presentimiento de que este cruce no fue casual.
Mal comienzo"
Demir
Después de ver todas las fotos en ese celular, confirmé lo que ya intuía: la chica era realmente linda. Tenía el pelo largo, lacio, de un marrón cálido que brillaba con el sol. Sus ojos verdes destacaban entre todas las imágenes, y su sonrisa... su sonrisa parecía tener vida propia. También tenía curvas que sin duda llamaban la atención. Sí, hermosa. Y misteriosa.
Pasaban las horas, los días, y no lograba dar con ella. Aquella tarde en Mendoza estaba hecha para disfrutar: el sol brillaba como nunca, ideal para recostarse y tomar unos buenos tererés de limón. Pero mi mente no descansaba, solo pensaba en encontrarla. Así que tomé mi Chevrolet Astra y manejé directo al restaurante Azafrán, el lugar
donde todo había comenzado. Busqué entre las mesas, entre los rostros... pero nada. Ella no estaba.
Resignado, volví a casa. Pensé en distraerme un rato y puse Rápido y Furioso 7, para ver autos increíbles y chicas hermosas. Pero ni eso lograba sacarla de mi cabeza. La película terminó, y ya eran casi las 21 hs. Entonces decidí intentar una vez más: llamé a mi celular, con la esperanza de que quien lo tuviera respondiera.
Después del tercer tono…
—Hola. —contestaron.
Y cortaron.
Ni tiempo a responder me dieron. Volví a llamar, pero esta vez me respondió el contestador. Así que decidí escribirle un mensaje a mi propio número:
> Hola, soy Demir. Te escribo porque creo que ya sabes por qué. Tengo tu celular y tú el mío. ¿Podríamos encontrarnos para hacer el intercambio?
Unos minutos después, recibí respuesta:
> Hola, soy Dione. Sí, tengo tu celular y vos el mío. Pero no voy a poder devolvértelo por ahora, disculpá.
Me quedé helado. Le escribí al instante:
> ¿Cómo que no podés devolverlo? ¿Acaso sos una ladrona?
Y me contestó:
> ¡Hey! Si fuera ladrona, ni siquiera te estaría respondiendo. No puedo devolvértelo porque no estoy en Mendoza. Estoy en Mar del Plata. Discúlpate.
No lo podía creer.
> ¿¿¿Quéeee??? ¿¡Cómo que estás en Mar del Plata!? ¡No me voy a disculpar hasta que me devuelvas mi celular!
Después de eso, silencio. Dione no volvió a responder. Supuse que el crédito de mi celular se había agotado.
Mar del Plata… qué mala suerte la mía. A pesar de ser una chica hermosa, Dione tenía carácter. Firme. Y eso, aunque me frustraba, también me intrigaba.
No sé qué voy a hacer ahora sin mi celular. No tengo mis contactos, ni mi música, y lo más importante: las fotos de mis padres. Eso me parte el alma. Tengo que recuperarlas. Tengo que encontrar la forma de convencer a Dione. No puedo rendirme.