—¡No debiste aceptar esa entrevista! —reclamó Aime.
—Necesito el trabajo y lo sabes muy bien.
—Pero no en el restaurante de mi novio. —Aimé regresó de la fiesta y lo primero que hizo fue reclamarme el aceptar el trabajo que Bruno me propuso.
—Creí que solo eran amigos.
—No estoy para bromas Cecil, no quieras encontrarle un padre a tu hija. Te vi como le sonreías.
—¡No te atrevas a meterte con mi hija! —exclamé. Ella podía insultarme y decirme cuantas cosas, pero no con mi hija—. No me interesa el amor de ningún hombre, no te preocupes por tu novio. Voy solo por el trabajo.
Dejé a mi hermana en la sala y subí a mi habitación. No estaba dispuesta a recibir insultos de su parte. Trataba de mantener la paz, pero Aime me lo ponía cada vez más difícil.
Encontré en mi cama a mi niña, mi mamá se encargó de dormirla. Con cuidado me recosté a su lado y pase una de mis manos por su cabello.
No necesitaba a un hombre a mi lado para sacar adelante a mi hija, yo tenía las fuerzas suficientes para hacerlo. Ella no necesitaba de nadie más, solo de mí y yo estaba dispuesta a luchar por mi pequeña. Nunca me importó que Adriano no me amara en verdad, pero pensé que al menos estaría para su hija, pero después de tres años nunca recibí una llamada o al menos un mensaje para preguntar por su hija.
Me cubrí con una sábana y quedé allí dormida, a lado de Anne.
Mi único error fue enamorarme de la persona equivocada.
(...)
Me miré a través del espejo, acomodé los cabellos sueltos en mi cabeza y di una gran sonrisa.
Al fin, después de tanto tiempo, la oportunidad que esperaba llegó a mi vida. Ser la repostera de uno de los más prestigiosos restaurantes. Me sentía un poco nerviosa porque quería dar una buena impresión, era el primer día de una gran aventura que me esperaba.
—Estás preciosa. —habló mi madre desde el umbral de la puerta.
—Gracias mamá, pero siempre me veré linda para ti.
—No te subestimes, a pesar de tener una hija, pareces toda una jovencita recién salida de la preparatoria.
—Dices cada cosa mamá. Sin embargo; voy para una entrevista de trabajo y no a hacer modelaje.
Di un último retoque a mis labios, tomé mi bolso y le di un beso de despedida a mi madre. Anne estaba en la sala jugando con sus muñecas, me agaché y presioné sus mejillas, por último dejé un beso en cada una de ellas.
—Te amo, mi pequeña Anne.
Ella me dio una sonrisa.
—Le amo mami. —dijo entre balbuceos.
Ella era mi gasolina cada día.
Tomé mi bolso, en donde llevaba mi uniforme y una carpeta con mi curriculum.
Había pedido Uber minutos antes, por lo que no espere mucho tiempo en la carretera. Subí al auto y me encaminé a Dampierre Restaurant.
Me llevo casi una hora de camino, el tráfico en Paris, era espantoso. Incluso caminando iba a llegar más rápido.
Faltaban pocos minutos para que la entrevista se llevará a cabo y continuaba encerrada en el tráfico.
—¿No puede ir deprisa?
—Disculpe señorita, pero al parecer están haciendo trabajos de mantenimiento en una de las alcantarillas.
—Voy a bajarme del auto, le pagaré el viaje completo.
Tomé mi bolso, le entregué el dinero y empecé a caminar, faltaban diez minutos para el inicio de las entrevistas, quería dar una buena impresión y el día de la entrevista iba a llegar tarde.
Sentí alivio al ver el restaurante en la próxima cuadra, quedaban cinco minutos para las cuatro de la tarde. Miré a los lados antes de cruzar la carretera. Había pocos autos en este lado de la carretera debido al problema de las alcantarillas.
Crucé al otro lado, allí se encontraba el restaurante Dampierre.
Tenía los nervios alterados, esta era una oportunidad invaluable y nada podía arruinarlo.
—¿Cecil? ¿Eres tú? —me giré y me encontré con Anaís.
—Hola, esto es una gran casualidad —hablé.
—Bueno, yo trabajo aquí —señaló hacia el restaurante.
—¿En serio? No lo sabía.
—Supongo que estás por las entrevistas.
—Sí, Bruno me insistió en que viniera y la verdad estoy muy interesada en este trabajo.
—Te deseo…¡Cuidado! —gritó Anaís, pero era demasiado tarde. Un auto pasó de prisa por la carretera y pasó echándome agua, sentí mi espalda fría.
—¡Rayos! —grité. Me giré hacia la carretera, el auto había frenado.
—¡Dios mío!, ¿estás bien? —preguntó Anaís.
No estaba bien, nada bien. Mi ropa estaba mojada y apestosa debido al agua de las alcantarillas.
Un tipo bajó del auto y se dirigió en mi dirección. Al menos venía a pedir disculpas. Era un hombre fornido, se podía notar en el traje ajustado que llevaba puesto. Su cabello marrón, peinado hacia atrás. Zapatos muy bien lustrados, sus manos las llevaba en los bolsillos de su pantalón.
—El tráfico es insoportable —habló—. Llevo más de una hora conduciendo. —No entendía su comentario. Me miró y luego se dirigió a Anaís.
—Están arreglando una de las alcantarillas. —mencionó Anais. Me quedé esperando a que el hombre me pidiera una disculpa. Pero él solo pasó a mi lado en dirección al restaurante.
—¿No piensa disculparse? —hablé.
El hombre se giró y me miro con frialdad.
—No hice nada, venía sobre la carretera, usted estaba en el lugar equivocado.
No pida creer lo que me decía, la caballerosidad ya no existía en estos tiempos.
—Es usted un…
—Cecil, yo te ayudaré. —intervino Anais, justo en el momento en que iba a lanzar varios insultos a ese tipo.
El hombre se dio media vuelta e ingresó al restaurante.
—Deja que le diga unas cuantas verdades. —expresé a Anais. Estaba furiosa, ningún hombre iba a tratarme de esa manera.
—Cecil, él es Bastian…
—No me interesa conocer su nombre, ni siquiera se disculpó por lo que hizo.
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Editado: 03.07.2023