CUANDO UN VAQUERO GRINGO CONOCE A LA FAMILIA HERRERA GARCÍA Y LE OFRECEN MEZCAL CON UN GUSANO + APRENDIENDO A ECHAR MENTIRAS CON RAPIDEZ + PROTECCIÓN SOLAR
JONATHAN
Nunca, en toda mi carrera como inversionista o vaquero, imaginé que sería amenazado con una chancla.
Pero no cualquier maldita chancla, sino una de plástico, color roja, con una flor desteñida al frente y una historia violenta detrás, según su portadora.
Andrea Herrera García no es un caso común. Tampoco es una mujer que se amedrente con facilidad. He tratado con empresarios corruptos, con esposas de embajadores, incluso con capos rusos que sonríen con la boca llena de oro, pero nadie, absolutamente nadie, me ha mirado con la misma intensidad que esta mujer que huele a jabón rosa y tortillas recién hechas.
Y ahora estoy a su lado, sintiendo que alguien sacará una escopeta para volarme el ridículo sombrero que traigo sobre la cabeza. Las personas que están aquí afuera dejan de hacer lo suyo para mirarnos con intensidad.
Trago saliva y por inercia busco los ojos de Andrea.
—Actúa natural —me dice ella en un susurro—. Si te preguntan cómo nos conocimos, di que fue en una panadería en la ciudad y que me compraste una concha de chocolate.
—¿Eso no es exagerado?
—¿Quieres que te saquen la silla para que te cases aquí mismo, Jonathan? —responde de forma tensa—. Porque en este pueblo, señor Monroe, si alguien dice “novio”, ya están haciendo lista de regalos y preparativos de boda con un cabrito como platillo principal.
Trago saliva otra vez. No por miedo, sino porque la atmósfera empieza a oler a frijoles, sudor y juicio familiar. Apenas estoy procesando las palabras que esta mexicana me dijo cuando ella es emboscada por una mujer mayor en bata floreada y un bastón que bien podría ser también un arma de defensa personal. Esta debe ser la abuela.
—¡Andrea Herrera García! —grita la señora, mirándome con ojos abiertos—. ¡¿Qué significa esto, mija?!
—Buenos días, tata. —Andrea saluda a la anciana con un beso y abrazo antes de girar a verme—. Él es Jonathan, mi novio.
Los ojos de la abuela se abren como si hubiera visto un monstruo, y aunque no me considero alguien tan decente, me es imposible no sentirme incómodo. Sobre todo, ahora que estoy usando la peor ropa en la historia. No sé por qué diablos le permití hacerme este cambio de imagen, pero cada segundo que pasa es uno en el cual me arrepiento.
Debí solo quedarme en el traje, aunque me resultara incómodo.
—¿Novio?
—Sí, tata.
—¿Y por qué chingados no lo habías traído antes, mija?
—Trabajo mucho, señora —decido responder a cambio de Andrea—. Pero cada segundo que paso lejos de su nieta es un martirio.
Andrea me lanza una mirada como diciendo: “Te estás salvando por poco”. Y aunque odio mentirles a las personas, decido esbozar la mejor sonrisa que tengo ya que si voy a fingir ser un novio, lo haré bien.
Sin embargo, me cuesta dibujar una sonrisa en mis labios porque nunca nada me preparó para este tipo de situación. En mi país, es poco común que un “novio” conozca a los suegros. Y aunque mi relación con Andrea es falsa, la tensión en el ambiente es tan real que podría cortarse con un cuchillo.
Su madre me observa con ojos agudos, como si pudiera ver más allá de mi sonrisa ensayada y descubrir la mentira que compartimos su hija y yo. Su padre, en cambio, no me ha quitado la vista de encima desde que crucé la puerta, como si estuviera evaluando si soy digno... o peligroso, probablemente ambas cosas, pero tampoco es como que se atreva a decir algo porque si estamos en esta situación es por su culpa.
Bueno, también tengo un poco de culpa en eso, porque algo dentro de mí me hizo querer tener a esta mexicana cerca de mí así que moví algunos hilos para que fuera así.
Andrea, como siempre, mantiene el control. Se mueve entre ellos con naturalidad, me toma del brazo como si realmente fuéramos pareja, y hasta lanza una carcajada nerviosa que, para cualquiera más atento, sería un grito de auxilio disfrazado de alegría.
—¿Y desde cuándo están juntos? —pregunta su madre, con esa sonrisa que usan las mujeres que saben más de lo que dicen.
—Un par de meses —respondo, antes de que Andrea pueda intervenir.
Ella me mira de reojo, y noto que se tensa apenas. Quizá he dicho demasiado… o demasiado poco.
—Él es muy reservado —interviene Andrea rápidamente—. Pero conmigo ha sido distinto. Lo conocí en el rancho. Fue… inesperado.
“Inesperado” es una forma diplomática de describir que su padre la engañó y entregó a un desconocido que supo aprovechar la oportunidad.
El hombre cruza los brazos, aún sin decir palabra. Me pregunto si es el tipo de hombre que carga una escopeta “por si acaso”.
—Pues pasa, hombre, no te quedes parado como paleta en sol de feria —me dice la anciana, caminando con agilidad sospechosa para una persona con bastón.
Una vez en la sala, la mamá de Andrea ofrece café. Acepto por educación, pero cuando le doy un sorbo quiero escupirlo porque sabe a gasolina mezclada con canela. Agradezco fingiendo entusiasmo, pero por dentro estoy maldiciendo a quien hizo semejante abominación.
#535 en Novela romántica
#219 en Chick lit
amistad amor comedia, vaquero rancho oportunidades, mujer fuerte y empoderada
Editado: 18.08.2025