Amor a pesar del dolor

Capítulo 4 (Entre mentiras y promesas)

Liam declaró que estaba enfermo a una profesora para que lo dejaran salir más temprano, y esta aceptó. Bueno, es que al ver la apariencia de Liam en ese momento, demostraba: "No me siento bien".

Alicia lo acompañó hasta la rectoría. Estaban sentados los dos, sin intercambiar palabra, solo esperando a la madre de Liam que llegase.

—¿Y ese buzo? —preguntó Liam mientras observaba a Alicia—. No te lo había visto antes.
—No es mío, es prestado —dijo Alicia—. En la mañana hacía mucho frío, así que Velasco decidió prestármelo.
—Oh, mucha confianza —dijo Liam—. ¿No te has puesto a pensar en que le interesas?
—No creo —dijo Alicia—. No tengo una apariencia bonita.
—Eso crees —dijo Liam.

En ese momento llegó la madre de Liam y este tuvo que tomar el papel de "Ay, me duele mucho el cuerpo". Su madre no le tomó importancia y dijo que se fueran. Alicia y Liam se despidieron con un abrazo.

Alicia subió las escaleras hacia su salón y se topó con Velasco. Este esbozó una sonrisa muy notoria.

—Hola —dijo Alicia con un tono sereno.
—Ah, Alicia, qué sorpresa —dijo Velasco con una notable sonrisa—. ¿Qué haces por acá?
—Liam se sentía mal y decidí acompañarlo a la rectoría —dijo Alicia—. Y su madre ya vino por él, así que me dirijo de vuelta a mi salón.
—Oh, espero que se recupere —dijo Velasco—. Hoy lo noté con un moretón.
—Ah, sí, sí, sí, se golpeó con un tubo o algo así —dijo Alicia.
—Uh, eso debió doler —dijo Velasco.

Velasco observó a Alicia que llevaba puesto su buzo, y este sonrió felizmente.

—El buzo te queda mejor a ti que a mí —dijo Velasco con una sonrisa—. Se te ve muy lindo, pero no es tan lindo como tus ojos color café.

Alicia, al escuchar eso, quedó sorprendida y esbozó una sonrisa en su rostro.
—Muchas gracias, Velasco —dijo, un poco sonrojada.

Sonrió de manera tímida, y esto hizo que Velasco también se sonrojara.

—Oh, Velasco —dijo Alicia—. Debería devolverte el buzo. He estado todo el día con él puesto; ya es mucho abuso.
—No, no —dijo Velasco—. No pasa nada. Puedes devolvérmelo a la salida o cuando quieras.
—Eso es muy...

—¿Velasco? —dijo una voz conocida que estaba detrás de Alicia.

—Velasco, ¿por qué tanta demora? —dijo Nicky.
—Me hubieras dicho que estabas ocupado, Velasco —dijo Alicia, un poco incómoda por la llegada de Nicky—. Creo que es mejor devolverme a mi salón. Nos vemos a la salida.

Alicia subió las escaleras y Velasco bajó.

—¿Le prestaste tu buzo a ella? —dijo Nicky, arqueando una ceja.
—Sí, tenía frío —dijo Velasco, ya llegando al último escalón—. Decidí prestárselo.
—¿Crees que no es mucho? —dijo Nicky—. Solo la viste un día y ya quedaste flechado.
—Emily me la presentó hace un tiempo —dijo Velasco.
—Debes ser como yo, Velasco. No tengo ojo para alguna —dijo Nicky—. No hago nada y ya las traigo locas.
—Pff —rió Velasco—. Deja de inventar cuentos.
—¿Crees que no? —dijo Nicky, cruzando los hombros—. Cualquier chica que le dé atención moriría por estar con un tipo como yo.
—No digas todas —dijo Velasco—. No generalices.
—¿Ah, no? —dijo Nicky, acercándose al oído de Velasco—. ¿Crees que Alicia sea la excepción?

Velasco le lanzó una mirada fulminante.

—Tienes razón, ella tiene un rostro lindo —dijo Nicky—. No se vería tan mal como mi novia.

Velasco tomó del cuello a Nicky y lo chocó contra la pared.

—Mira, Nicky, no permitiré que hagas tus porquerías con Alicia —dijo Velasco, frunciendo las cejas—. Te advierto, ni te le acerques.
—Sí, sí —dijo Nicky, nervioso—. Suéltame, hermano. ¿Cómo me podría meter con la chica que te gusta?

Velasco lo soltó, este se acomodó los lentes.
—Disculpa, no debí reaccionar así —dijo Velasco mientras se tocaba el cabello—. Y tampoco desconfiar de ti.

Los dos chicos se retiraron y se dirigieron a sus salones, pero Velasco aún tenía algo presente: sabía que su amigo no era alguien de confiar.

A la hora de la salida, Alicia no encontró a Velasco. Esperó unos minutos y no lo veía. Le preguntó a una compañera del curso de él, quien le dijo que ya se había ido. Sin saber qué hacer, decidió dirigirse a la parada de autobús para esperar uno. Pensó en todo lo ocurrido en el día: la caja, Liam... Todo resonaba en su cabeza. El autobús se detuvo; el conductor bajó debido a una revisión de las llantas. Alicia subió y vio al chico sentado en el mismo asiento de esa mañana, lo que le llamó un poco la atención.

El chico la observó y le ofreció una sonrisa tímida. Alicia se acercó a él.

—Hola, Alicia —dijo el chico, un poco penoso.
—Ah, hola. ¿Cómo estás? —dijo Alicia, aún de pie—. ¿Puedo sentarme junto a ti?
—Ando muy bien, ¿y tú? —dijo el chico—. Ah, claro.

El chico quitó su mochila del asiento contiguo, como si estuviera esperando a que Alicia llegara. Esta se sentó.

—El día estuvo muy raro hoy —dijo Alicia mientras se recogía el cabello y se quitaba los lentes—. Muchas cosas para procesar.
—¿En serio? —dijo el chico, aún con pena de hablarle.
—Sí —dijo Alicia. Luego se dio cuenta de algo—. ¿Cómo se llama este chico? Oye, se me olvidó preguntarte esta mañana cómo te llamabas.
—Ah, sí, me llamo Gerald —dijo el chico, aún con pena.

Alicia lo notó. El chico le daba pena hablar, pero eso no la detuvo para intentar sacar conversación.

—¿Gerald? Parece nombre de holandés —dijo Alicia—. Es más único; en cambio, el mío es muy común.
—Nunca pensé que mi nombre podría ser holandés —dijo Gerald, aún con pena—. Tu nombre suena bien. El nombre no te define; es como actúas, tu personalidad.
—¿Ah, sí? —dijo Alicia, curiosa—. ¿Y cómo crees que soy?
—Aparentas ser una buena persona, un poco extrovertida, diría yo —dijo Gerald, aún con un toque de nervios.
—No lo creo. Ellos no dirían lo mismo —dijo Alicia mientras sus ojos se dirigían un momento al suelo.




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