Hacía unos meses y esperanzado por la nueva oportunidad que la vida le brindó, Lucas Hernández se había establecido en el Distrito Capital con un objetivo en mente.
Su profesión como pianista no le había permitido disfrutar de la música ni mucho menos vivir de ella en su natal Monterrey, México. Por eso tomó la decisión de aventurarse en un país donde la barrera idiomática no le representase un problema.
La primera semana, tan pronto se estableció en la capital de un país en el que no tenía una mínima idea de sus leyes y cotidianidades, Lucas enfrentó choques culturales e incomodidades a causa de algunos inconvenientes con aquellos que quisieron aprovecharse de él.
A pesar de todo, esto no afectó el sueño de Lucas, que, conociendo la riqueza en cultura y arte del país, sabía que podía darse a conocer como pianista y dar el salto a Europa para participar en las mejores orquestas y estar bajo la supervisión de exigentes directores.
Durante esa semana, cada día lo dedicó a la búsqueda de un departamento con tal de no depender de sus padres, quienes, más allá de apoyarlo en su aventura, le financiaban la estadía en un hotel de lujo.
Aun así, cuando les comunicó a sus padres que había encontrado un buen lugar para vivir, el cual podía pagar con sus ahorros, y luego costear con el salario que le ofrecieron en el empleo que consiguió, estos le enviaron una absurda cantidad de dinero para que comprase una casa.
Lucas provenía de una familia billonaria.
Sus padres eran inversionistas exitosos que tenían empresas y sociedades poderosas en todo México y parte de Estados Unidos.
De hecho, esperaban que en el futuro Lucas se hiciese cargo de las empresas, aunque su sueño era vivir de lo que amaba; la música.
Por ende, Lucas contaba con facilidades económicas gracias a sus padres, por lo que, a fin de cuentas, a pesar de no querer depender de ellos, terminó comprando una casa en un exclusivo vecindario del Distrito Capital.
Uno de los pocos caprichos de Lucas, desde que cumplió la mayoría de edad, era ser independiente y demostrar a sus padres que no era un niño mimado. Pero lo que tanto le costaba aceptar era que estos no lo mimaban por tener dinero, sino porque era hijo único y realmente lo amaban.
Irónicamente, el único reproche hacia sus padres era que le daban todo, hasta lo que no les pedía, lo cual creyó desde que maduró que era perjudicial para él a la hora de independizarse; de hecho, así fue durante los primeros meses de su independencia.
De igual manera, una vez que Lucas se acostumbró a su estancia en el Distrito Capital, gracias a sus compañeros de trabajo en el colegio, donde empezó a fungir como profesor de música, dedicó tiempo a algunos tutoriales de cocina y formas eficaces de mantener una casa en orden.
Por desgracia, su salario como profesor no cubría los gastos a los que estaba acostumbrado, por lo que tomó la decisión de buscar algunos empleos en bares por las noches de los fines de semana; ahí ganó un poco más de dinero, aunque ya no tenía tiempo para cocinar y mantener su casa en orden.
Esto, que le generó un pequeño estrés, ya que nunca había pasado trabajo en su vida, lo llevó a dictar cursos privados de piano para esos niños de la alta sociedad cuyos padres querían que tuviesen una actividad que los distrajese.
Tales cursos fueron impartidos también los fines de semana por la mañana y la tarde.
Entonces, con el dinero que obtuvo de sus cursos, Lucas pudo contratar a una señora para que, tres veces por semana, se encargase de cocinarle, mantener su casa en orden e incluso lavar su ropa, por lo que logró recuperar parte de la tranquilidad en su vida, aunque ya no tenía tiempo para relajarse.
Así, los días transcurrieron hasta que Lucas se acostumbró a su apretada rutina y estancia en el Distrito Capital. No tenía tiempo para distracciones, pero al menos había logrado algo que anhelaba; su independencia.
Sin embargo, con la llegada de aquel 4 de diciembre, en otro día rutinario, aunque esperando con ansias las vacaciones escolares, Lucas se enfrentó a un inconveniente que surgió a causa de su apretada rutina diaria.
Era una mañana fresca y tranquila, en la que Lucas se dirigía a una parada cercana para tomar el transporte público.
Lucas tarareaba una de sus canciones favoritas mientras recordaba sus días como miembro de la Orquesta Sinfónica de México, en la que tuvo la oportunidad de convertirse en un joven y prometedor director de orquestas.
La razón de tal recuerdo se debía a que dirigía la orquesta del colegio donde impartía clases y donde tendría un ensayo con los integrantes de la misma, que se habían ofrecido a dar un concierto durante la fiesta de despedida navideña.
Antes de llegar a la parada de autobús, Lucas recibió una llamada telefónica de un número que no reconoció, aunque no se alarmó por ello y decidió contestar.
Quien llamó fue un funcionario público desde las oficinas de Migración, donde lo citaron para resolver un inconveniente con uno de los documentos que permitían su estancia permanente en el país.
Esto le pareció extraño al principio, pues estaba seguro de que tenía su pasaporte y casi toda su documentación al día, pero al echarle un vistazo al portal web del servicio de Migración desde su celular, tras finalizar la llamada, notó que su permiso laboral había expirado hacía tres meses.