Un fuerte aguacero despertó a Lucas a la mañana siguiente, aunque de igual manera, a pesar de sentir que el clima lo desanimaba, se levantó con flojera y se dirigió al baño.
Después de cumplir su rutina mañanera al despertar y vestir con ropa cómoda, bajó a la cocina y buscó en el refrigerador un guiso de pollo que Elena le había preparado para recalentar. Él, recordando las indicaciones de su empleada, encendió la estufa y puso a calentar una olla pequeña a fuego bajo, aunque de repente un repentino trueno lo hizo brincar.
Por poco deja caer el envase con el pollo que había tomado, así que, para evitar un inconveniente tan temprano, se mantuvo alerta desde entonces e inició la preparación de su desayuno.
En la olla que puso a calentar, Lucas vertió el pollo y le agregó un poco de agua, como Elena le había indicado.
Luego, le añadió salsa condimentada al gusto, también preparada por ella, revolvió lentamente para que se disolviese en el guiso y dejó que hirviese por unos minutos hasta que se secase al punto de su preferencia.
Además del pollo, Lucas calentó unas tortillas que Elena había preparado el día anterior, por lo que, conforme se centraba en ello, la salsa del guiso se secó hasta su punto preferido; su estómago rugió a causa del delicioso aroma que impregnó la cocina.
Luego, mientras esperaba a que la comida estuviese a una temperatura aceptable para comer, Lucas tomó un poco de café y, valiéndose de su exprimidor de naranjas, preparó un refrescante jugo que complementó su sencillo, aunque delicioso desayuno.
Conforme Lucas degustaba una tortilla que rellenó con pollo, una vez más comprendió lo dependiente que se había vuelto de Elena.
Era evidente que, sin ella, su paz y calidez hogareña no fuese una posibilidad. Por eso y todo el apoyo que Elena le brindó, le concedió unos días libres junto con una buena suma de dinero que consideró un bono vacacional.
Por lo general, Lucas desayunaba en el comedor, ya que de ese modo podía encender su tablet y echarle un vistazo a las noticias en internet. Sin embargo, esa mañana no quiso salir de la cocina, así que, aun al pendiente de otro trueno, terminó de comer su desayuno mientras pensaba en su objetivo del día.
Media hora después, tras ducharse y alistarse para hacer su diligencia, Lucas esperó unos minutos en su sala de estar. Pensó que, con el paso del tiempo, escamparía, pero al contrario de lo que creyó, la lluvia se intensificó.
A causa de ello, consideró que era mejor esperar hasta enero para tramitar la renovación de su permiso laboral, pero como amainó la intensidad de la lluvia, cambió de opinión y siguió adelante con su objetivo.
De hecho, se comunicó con el director del colegio para informarle que, debido al vencimiento de su permiso laboral, no podía ejercer sus labores como profesor hasta que solventase su problema.
Además, Lucas recordó que un artículo de la ley de los trabajadores resaltaba que era ilegal para un extranjero ejercer cualquier profesión si no estaba al día con toda su documentación.
Por suerte, el director entendió su situación e incluso le ofreció valerse de sus influencias, pero Lucas prefirió hacerlo todo por cuenta propia y sin recurrir a medios que consideró extremos.
En fin, a pocos minutos para las ocho de la mañana, cuando salió de su casa, Lucas desplegó su paraguas y se dirigió a la parada de autobuses. Ahí estuvo esperando un rato hasta que llegó el autobús cuya ruta lo dejaba frente al edificio del Servicio Administrativo de Trámites Migratorios.
La lluvia volvió a intensificarse cuando subió al autobús, y en el cielo, los rayos le daban al ambiente un aspecto terrorífico.
De hecho, Lucas temió por algún corte en el sistema eléctrico como medida preventiva, pero según lo que apreció durante el trayecto, los locales comerciales no parecían tener problemas con la electricidad.
Por otra parte, en las aceras de las avenidas principales, a diferencia de los días normales, apenas se notó la presencia de personas, salvo por aquellas que corrían para resguardarse de la lluvia.
Los carros iban y venían a una velocidad prudente, mientras que las gotas en la ventanilla del autobús se dispersaban y formaban líneas peculiares que le resultaron relajantes, aunque no lo suficiente como para cerrar los ojos por unos minutos.
El chofer del autobús, como medida preventiva, aminoró la velocidad; por eso Lucas intuyó que su viaje tardaría más de lo estimado. Así que, para desconectarse del ambiente a su alrededor, sacó su celular y conectó sus auriculares.
Lucas, que entró al reproductor de música en su celular, buscó su lista de reproducción favorita.
La misma contaba con grandes clásicos que escuchaba con regularidad para replicarlos de la mejor manera posible en el piano, aunque, en última instancia, optó por escuchar sus éxitos favoritos del rock.
De ese modo, conforme se dejaba llevar por la música, admiró la lluvia a través de la ventanilla y se centró una vez más en las gotas de agua que se dispersaban con la brisa por el cristal.
Siempre se caracterizó por ser de las personas que disfrutaba los pequeños detalles de la vida, por eso algo tan simple como aquellas gotas de agua lo ayudó a relajarse e incluso disfrutar del trayecto.
Al cabo de unos minutos, cuando el autobús se detuvo en la siguiente parada, Lucas notó que una chica, cuyo semblante demostraba una combinación de rabia y desesperación, subió y se dirigió hacia el final del pasillo mientras su paraguas dejaba un rastro de agua.
Lucas no era el único pasajero, pero, a diferencia del resto, se encontraba solo junto a la ventanilla. Por ende, la chica se dirigió hasta ese lugar y, antes de cruzar miradas con él para saber si estaba disponible el asiento, asintió a modo de cortesía.
Su vestimenta descuidada lo llevó a pensar que algo no estaba bien con esa chica, aunque de igual manera, a pesar de que se sentó a su lado, no quiso prestarle atención y siguió mirando a través de la ventanilla.