Aquel 14 de diciembre por la mañana, Daría se levantó con el corazón acelerado tras apagar la alarma de su despertador.
Finalmente había llegado el día en que se casaría con Lucas, y en sus pensamientos, solo se proyectaba la imagen de una escena en específico; el beso.
Daría no sabía si era necesario sellar el compromiso marital con un beso, así como en las bodas que había idealizado, pero de igual manera, la idea le emocionaba tanto que no podía persuadir el calor que se concentraba en sus mejillas.
Además, seguía emocionada por la forma romántica en que Lucas le propuso matrimonio con el hermoso anillo que portaba en su dedo anular, así como también el vestido blanco que le compró por la tarde cuando fueron a una tienda que Elena les recomendó.
En fin, como debía partir al Registro Civil antes de las ocho de la mañana, Daría aprovechó al máximo el tiempo e inició su rutina mañanera para alistarse; tardó poco más de una hora y media en ello.
Lucas, por su parte, había comprado un esmoquin negro en la misma tienda donde le compró el vestido a Daría. Ahí recibió un descuento y la oportunidad de ajustar a la medida las prendas en caso de emergencias, aunque por suerte, a todos les quedó de maravillas.
Desde que despertó, el nerviosismo se había apoderado de todo su ser, por lo que no supo qué hacer al levantarse de la cama. A pesar de ello, logró recuperar la compostura y, después de unos ejercicios de respiración, inició su rutina mañanera para alistarse.
Lucas no tardó mucho en alistarse, aun cuando tomó una larga ducha y afeitó su creciente barba. Debido a ello, a las siete con quince de la mañana, ya se encontraba en la sala de estar, presumiendo su elegante apariencia y esperando por su futura esposa.
En cuanto a Elena, Lucas le insistió que los esperase en el Registro Civil junto al resto de invitados. Así que solo eran Daría y él en casa, esperando el momento crucial que los uniría en un matrimonio a conveniencia.
Lucas, que se mantuvo pensativo mientras esperaba por Daría, no pudo evitar considerar las posibilidades de su matrimonio, aunque lo que más le importaba era la obtención de nacionalidad, donde dependería de la influencia del alcalde.
Para entonces, era consciente de que ya no tenía que preocuparse tanto después de la destitución de Erasmo Zamora en el Servicio Administrativo de Trámites Migratorios, pero considerando que este era cuñado del ministro de Seguridad Nacional, supo que no era prudente descuidarse, sobre todo al temer por una represalia personal.
De pronto, unos pasos en el segundo piso de la casa sacaron a Lucas de sus pensamientos y, al girar su vista hacia las escaleras, no pudo evitar el asombro.
Daría, que lucía su hermoso vestido blanco, unas cómodas zapatillas a juego y una linda diadema de rosas blancas, impresionó a Lucas de tal manera que este se quedó sin aliento por unos segundos. No solo era lo preciosa que estaba, sino lo bien que resaltaba su belleza con su maquillaje y su peinado; no podía creer que una mujer tan hermosa estuviese a minutos de convertirse en su esposa.
—¿Me veo bien? —preguntó Daría con timidez.
Lucas no pudo evitar sorprenderse con esa pregunta, pero intuyó que lo único que Daría quería era que él le dijese que estaba hermosa.
—Decir que te ves bien es poco, Daría. De momento no tengo muchas palabras para describir cómo te ves. Así que me limito a decir que te ves preciosa —respondió Lucas, embelesado.
Daría esbozó una tierna sonrisa y se ruborizó, lo cual embelesó aún más a Lucas.
—Tú te ves muy apuesto —musitó Daría, que contenía su emoción—. Sé que la apariencia no lo es todo, pero no puedo evitar impresionarme con lo bien que te ves… Me hace feliz que mi futuro esposo sea tan guapo.
—Me alegra escuchar ese halago, Daría, gracias por esas palabras y todo lo que has hecho por mí —respondió Lucas, conmovido.
«Tonto, eres tú quien me ha ayudado desde el principio sin esperar nada a cambio», pensó Daría.
—Por cierto, antes de que nos vayamos, ¿tienes algo que decirme? No sé, ¿algún arrepentimiento? —preguntó Lucas.
Daría se mostró pensativa ante la pregunta de Lucas, aunque no pensó en nada en específico. De hecho, más que arrepentida, estaba llena de gratitud; incluso agradeció al destino por la desgracia que enfrentó antes de conocerlo.
Daría llegó a la conclusión de que, si no fuese por esas pequeñas adversidades, jamás habría conocido a un hombre tan maravilloso como él. Alguien que, en solo días, fue capaz de enamorarla hasta tal punto que cada día que pasó sin poder abrazarlo y besarlo fue una tortura.
—¿Qué hay de ti? —preguntó Daría.
—No me arrepiento de nada —respondió Lucas con determinación.
—Entonces, más que un honor, me hace feliz tener la oportunidad de convertirme en tu esposa —dijo Daría.
—Gracias, Daría. Juro que desde este día haré todo lo posible por hacerte la mujer más feliz del planeta —respondió Lucas, que tendió la mano—. Bien, es hora de irnos.
Daría tomó la mano de Lucas y, juntos, salieron de casa para subir a un auto perteneciente a una línea de transporte privado que los esperaba; antes no se percató de ello, porque estaba demasiado centrada en su futuro esposo.
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—Llegó el momento —musitó Daría con timidez y soltando un largo suspiro.
—Sí, ya no hay vuelta atrás —respondió Lucas, con notable nerviosismo.
La torpeza de ambos, al caminar hasta la entrada del Registro Civil, los hizo tropezar en un par de ocasiones, lo cual demostró una tierna inmadurez que conmovió a Elena, que los esperaba con entusiasmo.
—Buenos días, mis niños, vaya que se nota la felicidad y el nerviosismo que les genera este matrimonio. Pero tranquilos, es normal sentirse de esa forma, así que sigan siendo ustedes mismos y traten de recuperar la calma —dijo Elena, emocionada.
Dentro del Registro Civil, el silencio se apoderó del ambiente cuando llamaron la atención de las pocas personas presentes, aunque por suerte, nadie los miró con recelo, sino que sonrieron conmovidos por el comportamiento de la joven pareja.