Aysa podía sentir sus manos temblar ante el ambiente del sitio y es que no era para menos.
¿Acaso estaba loca para haber accedido?
Llegar al sitio no había sido fácil. Había sido idiota al creer que el sitio estaría en el hotel, pero grande fue su sorpresa cuando el mesero que la invitó le explicó que estaba en el exterior.
Había imaginado que sería una fiesta normal, solamente cubriendo sus rostros para que el momento sea más divertido y privado, pero nunca imaginó que la razón era otra en realidad.
El guapo mesero que la invitó, no le había comentado nada de lo que sucedía allí. Bueno, tampoco es como si fuera fácil explicar lo que hacían allí.
Nunca esperó que su escapada, para olvidarse de la traición de Marcel, le hubiera llevado a ese sitio.
En el interior, una jaula pequeña albergaba a una pareja semidesnuda, pero cubriendo su identidad. La mujer, de rodillas, estaba esposada con sus manos en la espalda, mientras que el hombre, junto a una fusta en sus manos, golpeaba a la mujer que emitía gemidos sonoros, resonando por todo el sitio.
Aysa pudo distinguir que mientras otros veían aquel espectáculo, claramente disfrutando aquella escena, los demás bebían de los tragos de colores que los meseros con sus pechos descubiertos servían y algunas parejas se marchaban, o se besaban sin apartar las manos del otro a placer, siendo ignorados por los demás invitados que seguían en lo suyo.
¿En qué se había metido?
Se terminó la segunda, o tal vez ya era la tercera copa, o la cuarta. No estaba muy segura para ese momento, pero al ver que un mesero pasaba frente a ella, estiró su mano para tomar de la bandeja otro trago, al tiempo que se lo llevaba a los labios.
Había rechazado algunas ofertas de algunos hombres para pasar una noche juntos, pues no estaba demasiado ebria, o en tal caso desesperada para acceder a alguna invitación de ese tipo. Eso sería lo último que haría. No. Aunque si estuviera consciente, tampoco sería capaz de aceptar.
Después de terminar el otro trago, avanzó hasta la salida.
Ya había tenido suficiente por esa noche.
En cuanto estuvo a nada de llegar a la puerta y debido a la poca visibilidad que le permitía tener el antifaz que cubría sus rostros, su cuerpo chocó contra otro. Al elevar sus manos para evitar caerse, pudo sentir un pecho musculoso que se tensó ante su toque. De inmediato sintió el frío del licor al recorrer su piel descubierta.
El vestido tenía un escote en V, donde dejaba a la vista a sus muñecas, de las cuales estaba muy orgullosa, pero ahora mismo se arrepentía de haberse puesto aquel vestido. De hecho, se arrepentía de haber cedido ante aquella fastidiosa curiosidad de la dichosa fiesta.
—¿Estás bien, luna? Siento haberte derramado mi bebida —se disculpó Ethan con voz ronca, mirando la placa con el seudónimo que les colocaban en la entrada para resguardar su privacidad—. ¿Estás bien? —insistió.
Aysa elevó su mirada al hombre, donde solamente pudo ver unos ojos azules y fríos, traspasarla con solo mirarla y cuando advirtió dónde seguían sus manos, ella se alejó; sin embargo, en mareo por su ebriedad, aunado a sus tacones altos, le hicieron trastabillar.
Aysa, anticipando su caída, cerró sus ojos ante la inminente caída, pero cuando no sintió el golpe, sino una mano aferrarse a su cintura, el sonido del vidrio romperse y el aliento cálido con olor a tabaco y a licor; golpeando su rostro, donde las palabras que pronunciaba el hombre, ella no lograba dilucidar con claridad, pues momentáneamente se había perdido ante aquella bruma de sensualidad y misterio que aquel hombre emanaba.
Cuando cayó en cuenta en la posición en que se encontraba, se alejó, empezando a disculparse y a agradecerle porque, gracias a él, no se cayó.
—Acepto tu agradecimiento y tu disculpa, Luna. Ahora me marcho, disfruta tu noche —dijo él, empezando a alejarse hasta la barra para pedir otra bebida normal. Ya que, no le gustaban las bebidas de colores.
Aysa, por su parte, giró su rostro hacia el hombre que se alejaba, llamando su atención y la de todos del sitio, pues más de una persona giró a mirarlo. Su caminar era seguro, a la par de elegante, llenándola de curiosidad, por lo que regresó sus pasos y, antes de llegar a su destino, tomó otra copa colorida de una de las bandejas de los guapos camareros y se sentó en un banco a un lado del hombre.
—¿Me estás siguiendo, Luna? Porque si crees que te salvé para algo más, estás equivocada. No quiero nada.
Aysa emitió una carcajada, obteniendo toda su atención, por lo que ella sacudió sus manos.
—Tampoco quiero nada, tranquilo. Estoy aquí por curiosidad, pero, ¿por qué estás a la defensiva? No es como si alguien como yo te fuera a secuestrar o algo así, no podría.
Quiso darse un golpe mental por sus palabras antes dichas, al ver el rostro serio del hombre.
Ella nunca era buena para flirtear, mucho menos para ser amistad. Siempre era su amiga Emma quien armaba la conversa con los chicos, pero aquellos tragos que se había bebido, al parecer, ya se habían subido a su cabeza, pues su boca y su cerebro no conectaban.
—Lo siento, creo que te estoy molestando. Solo me acerqué por… —volvió a carcajearse—. Perdón, la verdad, no sé por qué vine, bueno, sí sé, pero bueno. De hecho, me estaba yendo. Creo que vi lo suficiente esta noche con aquel espectáculo —comentó, señalando hacia aquella jaula.