Aysa cerró sus ojos para tratar de calmarse.
¿Acaso estaba siendo confundida con una prostituta?
Claro, quien no la confundirá con tremenda vestimenta que usaba y es que, ¿Emma no podía conseguir algo más decente? No, de hecho, ella debió cambiarse y así no hubiera sucedido algo como esto.
¿Por qué no se cambió de ropa ella misma?
Como sea, eso ahora no importaba cuando estaba yendo a no sabía dónde y lo peor de todo es que, no sabía cómo decirles que ella no era aquella mujer de la vida alegre.
—Yo creo que…
—Querida, tranquila. No tienes que preocuparte por nada. Nosotros nos encargaremos de todo.
—Pero están equi…
—Neil, me está llamando —comentó Diego, mostrándole el móvil a su hermano mayor—. Tal vez ya esté en la casa de la abuela. Espera, ya respondo —dijo, abriendo la llamada.
—Oigan, yo tengo algo que decir. Creo que cometimos todos un error y yo no…
—Neil ya está con la abuela y dice que está preguntando por qué nos demoramos. Hermano, debemos ir rápido a que ella se cambie de ropa. Estamos retrasados.
—¿Acaso no me van a escuchar antes de que me lleven a no sé dónde?
Por su parte, Ethan miró a la mujer por el retrovisor, antes de añadir.
—Entiendo que quieres discutir el tema del dinero. Si actúas bien, te pagaré el doble. —aseveró, girando su auto a la boutique que el navegador le llevaba—. Ahora, por favor, haz silencio, que ya estoy demasiado estresado por acceder a esta idiota idea de contratarte. No estoy tratando de juzgarte, lo siento. Estoy nervioso —comentó él y se estacionó frente a la tienda—. Diego, llévala a comprar algo decente. No te demores.
—Estás seguro de que confías en mí para que le compre algo.
Ethan ladeó su rostro y tras exhalar un suspiro, negó con su cabeza.
—Está claro que no confío en ti dado a tus ideas recientes —dijo, refiriéndose a su idea de la trabajadora sexual—; sin embargo, sabes que no soy una persona paciente y mucho menos para estas cosas. Como sea, Diego, ve con la mujer y compra algo decente.
—Es bueno saber tus pensamientos hacia mi persona. Y tú, muñeca —giró a ver a la mujer, antes de mover su cabeza de una manera sugerente—. Vamos a ponerte guapa. Andando —ordenó, saliendo del auto, y al ver que la mujer no salía, abrió la puerta y se recostó en esta—. Vamos, se nos hace tarde.
Aysa abrió y cerró su boca, tal cual un pez fuera del agua, mientras miraba al hombre frente y sacudía su cabeza.
—Esperen, yo, la verdad no soy quien ustedes están pensando. Aquí hubo un gran error. Una confusión, de hecho.
—Muñeca, ahora mismo no tenemos tiempo. Después hablamos.
—Estoy de acuerdo con mi hermano. No tenemos tiempo —acotó Ethan, girando su cuerpo para mirar a la mujer—. Si estás preocupada por el dinero, no debes hacerlo. Ve a cambiarte y, en el camino a casa de mi abuela, arreglamos el precio, pero ahora, por favor.
—¡Yo no soy ninguna prostituta! —gritó, mirando de un hermano al otro, obteniendo sus miradas asombradas—. Hubo una clara confusión aquí.
—¿Por qué se subió al auto entonces? ¿No creyó que podía ser peligroso y vestida de ese modo sobre todo? —interrogó molesto Ethan, antes de señalarla y luego mirar a su hermano—. Esto es tu culpa, Diego. No —sacudió su cabeza—. Todo esto es mi culpa por acceder a tus locas ideas. Diablos, fui tan idiota.
—Calma, hermano. Podemos solucionar este problema si lo hablamos, ¿correcto? —se excusó Diego, apartando la mirada de su hermano para fijarla en la mujer—. ¿A ver, muñeca, por qué te subiste si no eras la chica de Aarón?
—Porque nombraron a Aarón —respondió con simpleza. No tenía otra respuesta más.
Ethan carraspeó, al tiempo que se bajaba del auto y avanzaba hasta la puerta de la mujer.
—No estoy entendiendo bien. ¿Dices que no eres una chica del tal Aarón, pero te subiste al auto porque nombramos a otro Aarón?
—Exacto. —respondió Aysa.
—¿De qué, Aarón, estamos hablando entonces? —quiso saber Ethan, confundido.
—Yo de mi amigo —contestó ella, aunque no era su amigo que digamos, pero era algo parecido—. Él se fue a buscar ayuda porque el auto se quedó dañado y yo creí que ustedes me llevarían donde él.
—Nosotros creímos que tú eras la mujer que mi amigo Aarón dijo. Ya sabes, sus chicas.
—Una prostituta.
Diego asintió.
—Esto no puede estar pasando —se lamentó Ethan, frotando su rostro desesperado—. Diego, aléjate de mi vista o te aseguro que te mataré.
El aludido retrocedió unos pasos y elevó sus manos.
—Un pequeño error cualquiera lo comete, ¿verdad? Tal vez sea coincidencia. Eso sucede.
Ethan giró para mirar a su hermano y lo señaló.
—¿Sabes cuál es la probabilidad de que por un solo nombre en común suceda todo esto?
—Tú eres el genio, hermano. ¿Cuál sería esa probabilidad?