Amor alquilado

Capítulo 3 ||Fotografías||

Aysa mientras miraba el camino que la llevaría a aquella casa, se preguntó en qué estaba pensando para aceptar.

Tal vez debió ser esa labia que poseía Diego o el hecho de que quería evitar asistir a la dichosa fiesta de los amigos de Emma, cualquiera que fuera el caso, ya no importaba, pues ahora estaba de camino a hacerse pasar por una novia falsa.

Saber ese hecho, provocó que se sintiera muy nerviosa, a la par de expectante ante los resultados que obtendría por la decisión que tomó.

Pese a que estaba en el auto, su cuerpo temblaba de frío y nervios, y el vestido blanco con un escote en V y ceñido a su cuerpo, por mucho que era hermoso, para esa noche fría, no era el adecuado.

—Aysa, no estés nerviosa. Solo debes recordar lo que venimos practicando en el camino, ¿sí? —repuso Diego y palmeó el brazo de Aysa, mientras le regalaba una sonrisa—. No te pongas nerviosa porque... —calló en cuanto su móvil empezó a sonar y elevó su dedo—. Mira, es Aarón. Espera respondo.

Aysa se había quedado con la duda de si el Aarón que se fue a buscar ayuda y el que Diego había mencionado eran el mismo, así que prestó atención a la llamada que se llevaba a cabo.

No podía ser el mismo, ¿verdad?, pues debido a que él mencionó a Aarón ella se había subido al auto y ahora solita estaba metida en aquella farsa.

>>Oye, Dieguito, ¿qué pasó?, ¿ya no vas a querer los servicios de una de mis chicas? Ella está aquí conmigo esperándote. ¿Ya llegas?

Diego esbozó una sonrisa ante las palabras del hombre y sacudió su cabeza como si Aarón lo estuviera mirando, a la vez que miraba a Aysa.

>>No, Aarón. Gracias, dile a tu chica que será para la próxima. Sucedió algo muy extraño y ya no necesitamos el servicio. Te llamo otro día, adiosito.

—¿Qué te dijo? ¿Será el mismo Aarón que conozco? –interrogó presurosa Aysa en cuanto Diego cortó la llamada—. Vamos, dilo, hombre, estoy nerviosa, porque si es así, mi amiga puede estar en peligro.

—Tranquila, querida. Aarón me preguntó si ya llegaba porque la chica que íbamos a contratar nos estaba esperando—contestó Diego y al ver que la mujer tenía pintada la confusión en su rostro, así que añadió—. El Aarón del que yo hablo tiene como cuarenta y tantos años. ¿Tu Aarón está pasado de años?

Aysa sacudió su cabeza en negación como respuesta.

—Es joven, como de mi edad. Veintisiete.

Diego se carcajeó sonoramente.

—Vaya, sigo sin creer que esto suceda en la vida real. En fin, tranquila, son distintos.

—¿Podrías prestarme una llamada? Quiero decirle a mi amiga que no llegaré, ya sabes, para que esté tranquila.

Diego obviamente asintió, extendiéndole el aparato.

—Ya vamos a llegar.

La voz fría de Ethan erizó la piel de Aysa que había respingado en el asiento, al tiempo que fijaba su mirada en los ojos, que reflejaba en espejo del auto y asintió en respuesta, antes de marcar a Emma.

>>Soy yo, Em, perdona por no desaparecer de ese modo.

Emma, del otro lado de la línea, se llevó la mano a su pecho, sintiéndose aliviada. Miró a Aarón que articulaba si era Aysa, a lo que ella asintió.

<<No sabes lo preocupados que estábamos. Aarón acaba de llegar casi volviéndose loco. Dijo que no te encontró en donde te habías quedado y al llamarte no respondías mis llamadas. ¿Acaso quieres hacer que me dé un infarto?

>>Perdón, tomé el bolso equivocado y también discúlpame con Aarón. Cuando estemos en casa te explico todo, por favor, disfruta tu velada. Yo tengo que hacer unas cosas, ¿sí?

<<¿Dónde estás?, voy a verte.

>>Tranquila. Disfruta tu noche. Hablamos después.

<<¿Estás bien? ¿No estás secuestrada, verdad? Si es así, dime dos veces no.

>>No, no. Es decir, si. Ay, Em. Tranquila que no estoy secuestrada. Nos vemos en casa, ok.

—Llegamos.

Ante la voz de Ethan, Aysa se apresuró a despedirse de su amiga, ya más tranquila, mientras le repetía que estaba bien.

—Gracias, Diego. Eres muy amable.

El saludo se carcajeó.

—¿Tu amiga creyó que estabas secuestrada?

—Lo sé, qué vergüenza. Ve muchas películas y bueno, ella...

—Basta de charlas. Ya llegamos. —interrumpió Ethan, apagando el auto frente a la casa de su abuela—. Después hablan largo y tendido, ahora a lo que vinimos. Salgan —demandó, bajándose del auto y avanzando hasta la puerta principal. Giró a mirar a su hermano y a la mujer que, al parecer, se habían llevado bien.

—Ay, hermanito. No cambias —susurró, chasqueando su lengua, al ver como su hermano no dejaba de carcajearse con la mujer.

Desvió la mirada a la casa y supo que ya venían hacia él, cuando escuchó la puerta cerrarse. Casi al instante, sintió la palmada en su espalda y siguió la voz de su hermano.

—No sean un ogro, hermanito. Recuerda que Aysa te está haciendo un favor, así que sonríe y toma de sus manos, quieres que la abuela nos crea el show y te deje en paz.




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