Amor Añejo

CAPITULO 2

—Vieja, viejita—le susurré al oído.

—Mmm—remilgo ella.

—Ya es hora vieja, tenemos que coger el bus para ir al hospital—.

—No quiero, si me muero que sea en mi casa—.

Me partía el corazón cuando hablaba de esa manera.

—Vieja, ya es hora, mire, el día está soleado, el último bus sale en 30 minutos, el doctor dijo que solo era una revisión de rutina, no se me va a morir todavía vieja—.

Ella se levantó con parsimonia, limpió su rostro con el agua caliente que le había preparado, se colocó su ropa habitual, una blusa holgada, una amplia falda hasta la rodilla, un par de suaves alpargatas y una sólida ruana sobre su pecho, peino su cabello con un par de hebillas a los lados de sus sienes como lo hacía cuando era joven, su piel seguía tan tersa como en sus mejores años, aunque para mí cada año a su lado era una bendición inigualable.

Después de un silencioso trayecto de camino desde nuestra finca hasta el pueblo, el pequeño bus nos recogió, se sacudía como la gelatina mientras rodaba vergonzosamente sobre el asfalto.

—Vieja—.

—Mmmm—.

—Mire, los Maldonado ya no están, me dijeron que los nietos se los llevaron a la ciudad, supuestamente que tiene mucha plata, uno de ellos es un cajero o algo así en uno de esos bancos importantes. Vieja… ¿Usted ha pensado en irnos de acá?, así como cuando era joven, no quería irse por allá al extranjero, ver todas esas cosas bonitas y conocer gente diferente pa hablar—.

—Jum eso ya pa qué mijo, eso ya estamos muy viejos, las rodillas ya no dan, más bien quedémonos en la casita, yo ya no quiero ni salir de la finca, menos irme pa las extranjas—.

—Pero vieja, usted siempre quiso….—.

—No joda más con pendejadas de jóvenes, eso es pa los muchachitos, mire, mire—.

Mi vieja me mostró una pareja a lo lejos, unos muchachitos como de veinte años, se consentían el uno al otro como si nadie los viera, turistas claro esta. Con enormes maletas en sus hombros, ropa extravagante y reveladora. Gorras cubriendo su frente, como si temieran que el sol viera su rostro. Caminaban cerca a la carretera, donde yo y mi vieja habíamos caminado muchos años atrás.

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—Mi nombre es Rogelio, soy el nuevo tutor de Mario, mucho gusto—Me presenté estirando mi mano en su dirección, esperando con temor que no sudara demasiado, pero mi mano no fue tomada por la persona que esperaba.

—Yo soy María—dijo la vivaz e inquieta hermana de Mario. Arrebatándome la posibilidad de tocarla.

—María, que lindo nombre—dije con cortesía.

De nuevo miré en dirección de la muchacha de mis anhelos, pero ella seguía ignorando mi presencia.

—Rogelio, mucho gusto—dije de nuevo estirando mi mano en su dirección, esperando tan solo una mirada de sus perspicaces ojos.

—A quién le importa su nombre, estamos estudiando, no molesten mucho y vayan a estudiar ¿Qué tipo de tutor se la pasa parloteando de aquí pa allá?—.

No me miro ni una sola vez.




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