Amor Añejo

CAPITULO 4

—Hola—Le dije sonriente.

Ella bramó en saludo y se negó a mirarme.

—¿Dónde están todos?—.

—Se fueron dizque a visitar a los abuelos—.

Mire alrededor, todo estaba cerrado, ella esperaba sentada en el antejardín, con un libro en la mano, con una mirada muy concentrada. Su cabello recogido con dos pequeñas hebillas, una a cada lado de sus sienes, pequeñas ondas se hacían al finalizar la cabellera café, permanencia inmutablemente abstraída por su lectura. Me senté a su lado, no tan cerca para perturbar su lectura, ni tan lejos para que no notara mi presencia.

Saque mi libro sobre emprendimiento, la solapa se leía “Mejorando tus finanzas, emprendiendo eficazmente”, me asegure de que ella tuviera una visión clara de la portada.

—¿Y eso qué?—.

—¿Qué?—Fingí no saber a qué se refería.

—Pues bobo caído del zarzo, el libro—.

—Ah, es un libro que me mando mi padrino, me dijo que es muy popular por allá en la capital—.

—Qué va, ese libro ya es viejo—.

—¿Viejo?—.

—Sí, ese fue uno de los primeros que leí, se me hace… Ehh un poco presumido—.

—¿Presumido?—lo guarde tan pronto como la escuche decir esto.

—Y entonces, ¿qué debería leer?—.

—No sé, ese no es mi problema—Me dijo ignorándome de nuevo y volviendo la mirada a su libro.

—Mmm—.

Consciente de que la conversación moría y con ella mi oportunidad, empece a dar vueltas alrededor de la entrada de tierra, pensando desesperadamente en como llamar su atención.

—Vago sin remedio ¿Por qué me echa toda la tierra en la cara?—agito su ropa con la mano.

—Lo siento, lo siento—Rápidamente me acerqué a ella y empece a limpiar su ropa.

—Ya déjeme quieta, vago—sacudió mi mano con fastidio hacia un lado.

—Perdón—Decidí que era mejor dejarla quieta, tome mi mochila y me prepare para irme.

—¿Y ahora que hace vago?—.

—Me voy, tengo que ir a trabajar—.

—¿Con sus papás?—.

—Sí, les ayudo en la finca, hoy tengo que cocinar para mis hermanitos—.

—Mmmm y ¿qué va a hacer de comer?—.

—Pues lo que haya—.

—¿Y qué hay?—.

—De pronto... caldo de gallina—No estaba seguro.

—Yo voy con usted— Se levantó y me siguió a casa a medio camino, no pude evitar preguntar.

—Si no estaban aquí y no iban a volver, ¿por qué los esperaba?—.

—Eso no le importa, vago sin remedio, muévase, pues que tengo hambre—.

Desde ese día nos volvimos inseparables…




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