CAPITULO 5

Ella era inquieta, altanera e impredecible, le gustaba fugarse en medio de las fincas de los vecinos, tomar unas cuantas frutas, hacer un par de estragos alrededor del lugar y finalmente salir con un par de nuevas adquisiciones, todos sabían de antemano quien era la responsable y por supuesto, quien la acompañaba. 

Estudiamos arduamente hasta terminar nuestro bachillerato, oficialmente éramos adultos, nos casamos poco después: ella y yo planeábamos ahorrar lo suficiente para ir a la capital y poner nuestro pequeño emprendimiento de alpargatas y mochilas, además de todos lo demás que ella era capaz de tejer con sus manos, era una mujer muy hábil. Lo hicimos todo bien, todo, ahorramos, trabajamos, ahorramos, trabajamos, los dos por igual, los dos, hasta que el sudor en nuestra frente parecía no acabar, pero a pesar de todo nuestros intentos, por más que quisiéramos en nuestro corazón, no era suficiente, no para los dos.

—Ve tú—.

—No me voy a ir sin ti vago—.

—Es mejor así, yo te envió dinero desde acá y cuando sea suficiente, te alcanzo—.

—Pero…—.

—Ve, espérame allá, todo va a salir bien y si no, aquí estoy para recibirte—.

Al final ella accedió, era su sueño, no iba a detenerla, yo seguí trabajando, arando el campo, arriando ganado, construyendo casas.

Dos años pasaron sin que pudiera verla, recibía sus cartas todos los fines de semana, en todo este tiempo no pude visitarla, no pude verla, estuve mucho tiempo soñando con su presencia, esperaba ansioso el poder estar en ese maravilloso lugar con ella, siendo los dos los más grandes emprendedores de toda la capital, pero nuestro pequeño pueblo estaba alejado, alejado de todo, escondido en lo más recóndito de la naturaleza, cubierto de verde y del olor fresco de la tierra, abrazado siempre bajo el sol.

Llego el día por fin envié la tan ansiada carta.

“Lo logramos, es hora pronto estaré contigo, la próxima semana estaré allá”.

Para mi sorpresa y en pocos días por correo expreso llego una respuesta.

“No vengas jamás”