Amor Añejo

CAPITULO 7

—¿Qué hace vago sin remedio?—.

Me lancé a sus brazos, negándome a soltarla, ella se veía tan hermosa como siempre, aunque solo fue un flechazo de su visión, la guarde en mi mente y me negué a separarme de ella. Apretaba mis ojos contemplando cada detalle de esta hermosa mujer, que se veía exactamente igual que el último día que la vi.

Ella había vuelto a mí.

—Volviste—.

—Claro que volví, ¿A dónde me iba a ir?—.

—¿La ciudad?—.

—Yo que me voy a quedar por allá en ese basurero, no moleste más con eso, más bien arréglese para arriar las vacas, tiene que darles agua, apúrese—.

Después de eso mi vieja y yo nunca volvimos a hablar de la ciudad, ni de viajar, ni nada que nos alejara de nuestra vida actual, maduramos juntos y con el tiempo formamos una familia, tres hijos, cinco nietos, todos y cada uno de ellos siempre tuvo a su alcance lo que necesito y con facilidad se fueron del pueblo, nosotros, sin embargo, y a pesar de los ruegos tanto de ellos como de nuestros nietos jamás nos fuimos, jamás lo quisimos, por lo menos eso parecía, aunque de vez en cuando yo recordaba a esa niña de mirada aventurera que buscaba incansable viajes de fantasía. Yo nunca pude dárselo, junto a mí fue solo una vida monótona y sumida en la pobreza, mire a mi alrededor mientras sostenía la cabeza cana de mi vieja, que respiraba con dificultad.

Muebles de caña, una cama sencilla, paredes de bahareque grises, con un agujero que simulaban una ventana. Esa fue la vida que le di a mi vieja, qué miserable hombre soy, debí esforzarme más.

—Cof cof—.

—¿Quiere agua?—.

Ella asintió impaciente.

Tomó un sorbo y me dijo:

—Deme las pastas esas, que me dio el doctor—.

Sin reproches las coloqué cuidadosamente en su mano. Ella las trago sin dificultad mientras el sudor recorría su frente.

—Descanse, no se me agote mucho—La arrope con cuidado mientras tocaba su frente, pero estaba tan fría como el prístino hielo.

—Jumm—remilgo ella.

Me recosté a su lado arropando su cuerpo con el mío, esperando disipar el dolor hacia mi propio ser. Pronto me quedé dormido.

—Rogelio, Rogelio, vago, despierte—Me llamaba su animada voz.

—¿Qué pasó vieja?— Me desperté alarmado.

—Rogelio, yo creo que ya estoy bien, mire—Me mostró cómo podía sentarse y levantarse sin dolor, ni dificultad. —Eso que me dio el doctor, es como muy bueno, yo no sé, pero me siento como si tuviera quince— Me sonrió con ojos brillantes e inocentes.

—Es un milagro—Me aferré a mi vieja esperanzado de haber evitado tener que dejar de verla.

—Ay Rogelio no sea tan pegajoso, vaya vago, más bien haga algo de comer que tengo hambre—.

Fui obediente y en la vieja estufa de carbón preparé el alimento, comimos, reímos, recordamos; de un viejo y polvoriento rincón de la casa desempolvamos ese vetusto álbum de fotos que cronométricamente guardaba en limitadas páginas el recuento de nuestras vidas.

—Perdón vieja, no fui un buen hombre— Ella me miró con sorpresa.

—¿De qué habla vago? ¿Cuándo no fue un buen hombre?—.

—Debí haberle dado más mi vieja—.

Ella limpió las lágrimas de mis mejillas.

—Vago sin remedio, ni aunque quisiera pude haber tenido más, siempre me diste todo, todo, sin dudar, jamás ha habido en la tierra mujer con tanta fortuna como yo—Me sonrió con sus ojos canela. —Gracias por darme tu vida—me abrazo.

Me aferré a ella de nuevo agradeciendo el milagro de tenerla a mi lado.

Cof cof— Tosió con dificultad.

—¿Qué pasa vieja?— Ella me señaló la cama.

La recosté con facilidad, su cuerpo era tan ligero como una pluma. Ella me miró con dulzura, con ese hermoso brillo en sus ojos, su temperatura cálida en mis manos gradualmente disminuyó, su corazón se aceleró de tal manera que parecía que podría explotar. Mi vieja me miró y con un fuerte suspiro la luz en sus ojos desapareció dejando atrás un cuerpo sin brío…

Ese día mi vieja murió.

Me prometí a mí mismo, lo hice, lo intenté, intenté vivir por mucho tiempo, pero lo siento mi vieja, lamento llegar tan pronto, la verdad es que un año sin ti, es una eternidad, procure sin éxito resistir más tiempo, pero el cuerpo es honesto y cada día es una agonía cuando al levantarme en la mañana, solo me espera una cama vacía, no pude soportarlo. 

Ahora me alegra ver de nuevo ese bello rostro austero y juvenil como la primera vez que lo vi en aquella primavera.

—Vago sin remedio, llegó antes de tiempo, le dije que lo iba a esperar, ¿Cuál era el afán?—.

—Gracias por esperarme vieja—.




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