Samuel
Tranquilo, Samuel. Respira.
Eso me repetía mentalmente mientras caminaba por el pasillo principal del Instituto Buharda, intentando no pensar en la escena ridícula de esta mañana. En serio… ¿quién se cree esa mocosa? Iba tan metida en su propio mundo de libros y reglas, que terminó chocándose conmigo… ¡y todavía se atrevió a decir que fue mi culpa! Me mordí el labio con rabia. ¿Nadie le enseñó a mirar por dónde camina?
La imagen de sus ojos, grandes y decididos, me volvió a la mente. Ese momento exacto en el que no se acobardó y me respondió sin miedo… No sé por qué, pero me dejó pensando.
Sacudí la cabeza. No. Ni lo sueñes, Moretti. No voy a perder el tiempo con una nerd engreída. Seguro piensa que es mejor que todos nosotros solo porque saca dieces y sabe de filosofía barata.
Aunque… hay algo en ella. Algo que me pica la curiosidad. Y ahora que lo pienso, voy a tener que verla todos los días. Sí, todos. Porque está en mi maldita clase. Un año completo con Bianca Pitters. Qué castigo me mandó el universo.
Mientras avanzaba hacia el patio donde siempre nos reunimos con el grupo, vi a Fede recostado en el banco de siempre, con los auriculares puestos y su guitarra al lado. Me senté a su lado, dándole un leve empujón para que se quitara los cascos.
—Tengo una idea —le dije, con esa sonrisa que siempre tengo cuando se me ocurre algo divertido.
Federico levantó una ceja, curioso. —¿Otra vez tú y tus "ideas"? A ver, dispara.
—Para fin de año... voy a enamorar a la nerd.
—¿Qué? —soltó una carcajada—. ¿Hablas de la chica con cara de que se ha leído todos los libros de la biblioteca y todavía le parece poco?
—Esa misma —respondí, cruzándome de brazos—. La voy a enamorar... y luego, la dejo. Fin de la historia. Una lección para que no se meta con alguien como yo.
Federico me miró en silencio por unos segundos. Sabía que cuando se me metía algo en la cabeza, no había forma de hacerme cambiar de opinión. Luego se rió y alzó su guitarra, como si estuviera a punto de firmar un contrato.
—Va. Yo te apuesto mi guitarra si lo logras.
—Trato hecho —le respondí, chocando su puño con el mío.
La apuesta estaba en marcha. Y yo nunca pierdo.
(Federico)
No sé si fue la mejor idea que pudo tener Samu, pero una cosa sí es cierta: cuando él se propone algo, lo logra. Aunque eso implique romperle el corazón a una chica como Bianca, que probablemente no ve venir lo que se le viene encima. ¿Es cruel? Tal vez. ¿Divertido? Solo un poco. Pero bueno, es solo una apuesta, ¿no?
Igual... no puedo quitarme una cosa de la cabeza: a veces, las cosas no salen como uno espera. Y si Samu llega a enamorarse de verdad... ahí sí que estamos jodidos.
(Samuel)
A la mañana siguiente me paré frente al espejo. Pelo perfectamente desordenado (sí, eso se entrena), sonrisa de chico malo activada y perfume suficiente como para dejar una estela en el aire. Vamos por ti, Bianca Serrano.
Cuando llegué al salón, ella ya estaba sentada en su pupitre, anotando algo en su cuaderno con una concentración casi artística. Me acerqué, dejando caer mi mochila con ese ruido intencional que hace que todos giren a ver.
—Ey, nerd —le dije con una media sonrisa—. Hoy sí te fijaste por dónde caminabas, ¿eh?
Ella levantó la mirada, esa misma mirada desafiante de ayer.
—Buenos días, Samuel —me respondió sin siquiera parpadear—. Hoy decidí usar mi radar anti-tontos. Parece que funciona.
Touché. Esta chica tiene más fuego del que aparenta. Esto va a ser más divertido de lo que pensé.
Me senté en mi lugar, con una idea clara: jugar el juego, fingir lo que sea necesario… hasta ganar.
O eso creía yo.
Lo que no sabía era que a veces, cuando juegas con fuego, no solo quemas al otro. A veces, también terminas quemándote tú.