Muchas veces me han hablado de amor. En esas ocasiones he sonreído como una idiota al imaginarme una bonita historia de amor, una en la que yo era la protagonista y venía un caballero con capa y espada a salvarme de todos mis males. Pero esas historias no existen; no hay caballeros, no hay príncipes azules y, a veces, a las damiselas en apuros nos gusta más huir de nuestros problemas escuchando música a todo volumen que esperando a que alguien se digne a salvarnos.
Había sonreído pensando en el amor hasta que te conocí. Hasta que sentí que no podía respirar, que tenía una soga alrededor de mi cuello que solamente se estrechaba cada vez más y más.
Y quizás es eso, quizás así es el amor. Quizás consiste en sentir que nuestros pensamientos nos consumen y quemar estos con un fuego que solo pude causarlo el roce de su piel con la mía. Un fuego que crece cada vez más, pero tiene como consecuencia que sea incontrolable. Incontrolable, como mis sentimientos. Incontrolable, como mi primer amor.
Eso es lo que siento al pensar en ti, Adam: fuego.