MIS AMIGOS
Camino a la escuela siempre paso recogiendo a mis amigos y juntos vamos corriendo, así ganamos físico para nadar mejor según nuestro entrenador, cuando llego a su puerta les doy un silbido para que sepan que llegué y salgan rápido.
- Buenos días caracol –dice Joaquín saliendo del albergue a paso de trote.
Joaquín y Marcela son mis amigos de toda la vida, ellos fueron abandonados en la puerta del albergue para niños huérfanos que tenemos en el pueblo cuando eran recién nacidos, él es un año mayor que nosotras, pero como es sumamente enamoradizo y anda distrayéndose con cada chica guapa que ve en el colegio repitió el año escolar, así que como este año estamos en el mismo salón de clases Marce y yo lo mantenemos a raya con sus distracciones.
- Hola Juaco, ¿y Marce? – pregunto preocupada al no ver que salen juntos como siempre.
- Amaneció con fiebre – responde mientras toma el camino que nos lleva al colegio - ¿recuerdas que ayer estaba estornudando?
- Si – le sigo el trote
- Pues parece que se resfrió
- ¡Ay caramba! Eso le pasa por no hacerme caso, ayer le dije que no se metiera al agua, pero ella…
- Ya, no te enojes que perderás el paso – pronuncia mientras acelera el trote – ya la conoces como es de terca, tranquila que sor María la cuidará bien.
- Está bien – continúo corriendo a un paso más rápido del que comenzamos - ¡espera! – me detengo de golpe al ver la farmacia abierta – aprovecharé a comprarle antigripales para dárselos a la salida del cole.
- ¡Pero no pares de golpe! - grita Juaco mientras retrocede manteniendo el trote en su sito y yo entro a comprar.
- ¡Listo! – digo saliendo mostrando la bolsa de medicinas y metiéndolas a mi mochila - ¡vámonos! – empiezo a correr.
- ¡Cuántas veces te he dicho que no pares de golpe mientras corres! – me reprende con el ceño fruncido sin dejar de trotar.
- ¡Está bien! Señor tortuga –digo mientras pico a la carrera.
- ¡Espera caracol! – grita Joaquín a quien deje atrás, una vez habiéndome alcanzado llegamos al colegio, las clases se me hicieron aburridas sin Marce a mi lado.
Al término de las clases, Juaco y yo nos dirigíamos a nuestras casas las cuales quedan a treinta minutos caminando, con la intención de ver como seguía Marce y para nuestra mala suerte nos encontramos en el camino con los hermanos Casinelli.
Ellos son un grupo de desadaptados que llegaron a Santa Ana hace tres meses junto a sus padres, el papá trabaja en otra ciudad y solo llega los fines de semana junto a sus amigos a hacer fiestas ruidosas hasta altas horas de la madrugada, la mamá no puede con sus hijos ya que ellos se la pasan de problema en problemas y lastimando a quienes se les cruzan en su camino y ella tiene que estar solucionándoles los problemas antes de que llegue el señor Casinelli a casa quien es un verdadero energúmeno.
- Vaya, vaya, pero miren los pececitos que nos trae el viento – espeta el mayor y el más alto de los tres, entretanto en mi mente repito la frase que acababa de escuchar preguntándome ¿¡es en serio!? ¿¡” pececitos que nos trae el viento” ¡?, una vez rodeados por los hermanos…
- ¿Denos todo lo que traen en sus mochilas? – ahora el que habla es el segundo supongo (este era de mediana estatura tez trigueña y tenía un diente de oro) mientras el más pequeño (tez más clara que el anterior y robusto) trata de jalarme la mochila y yo me resisto.
- ¡Déjennos en paz! – grita Joaquín – no traemos nada de valor para ustedes.
- Eso lo decido yo, ¿¡entiendes!? – responde muy molesto el mayor, el cual tenía los brazos llenos de tatuajes quien hace un gesto a uno de sus hermanos para que tome la mochila de mi amigo mientras el menor vuelve a jalarme mi mochila y yo caigo junto a todas mis cosas incluyendo la medicina al suelo.
- ¿Te lastimaste? ¿estás bien? – Joaquín rápidamente me ayuda a incorporarme.
- Sí, estoy bien, gracias – respondo adolorida, mientras los sujetos sonríen y el pequeño abre la bolsa de medicinas y la riega por el lugar.
- ¡Pura porquería tienen! – habla molesto el de tez trigueña quien ya había revisado la mochila de mi amigo.
- ¡Vámonos! Busquemos a otros – diciendo el mayor y se van.
Joaquín recoge todas las cosas y la medicina metiéndolas en su mochila que no se había roto a diferencia de la mía, mientras me limpio el uniforme me doy cuenta que me había raspado mi codo y mano derecha.
- Vamos para que Sor María te cure los raspones - dice Joaquín quien al ver que cojeo me ayuda a caminar apoyándome de él hasta la parada del bus que nos deja cerca del albergue.