IMPRUDENCIA
La semana de exámenes terminaron con resultados positivos y velozmente empezamos una semana más de clases y estas se dieron con total normalidad, así que al llegar el receso la gusano y yo salimos a comer fruta y para variar a cotorrear también, esta vez nos tocaba comer naranjas.
- Hola – escucho decir a alguien - eres la hermana de Kento ¿verdad? – al levantar la vista, ¡no puede ser! Es la tal Ivanna sonriéndome amigablemente y dos amigas más.
- No soy su hermana – sonrío falsamente.
- ¡Ah, ¿no?! – pone su dedo en la boca para parecer sorprendida – eso no fue lo que él me dijo – sonríe, mientras tanto yo trato de no perder la compostura.
- ¿¡Qué quieres niña!? – pregunta toda molesta Marcela
- Buenooo, quería que le dijeras a Kento, que hoy voy a su casa a las siete y no a las seis como habíamos quedado - sonríe mirándome de forma retadora.
- Lamento no poder hacer eso, - la miro fijamente y cruzo las piernas – ya que aparte de no ser su hermana… – me levanto de la banca donde estaba sentada poniéndome muy cerca de ella – tampoco soy tu recadera ¿entendiste? –me mira con ojos de ofendida.
- Pero yo solo quería…
- No me interesa lo que querías – digo interrumpiendo y sonrío falsamente – ¿ya te vas? – al escuchar aquello se retira con sus amigas.
- ¡Bien hecho Caracolito, estrellita pa ti! – alza su pulgar y hace como si me pusiera algo en la frente –qué se cree esa mocosa. – sonríe diciendo esto.
Después de los ensayos de danzas, llegué a casa muerta de cansancio y sobre todo hambrienta así que dejé mis cosas en la sala, me serví un vaso de jugo de pera y preparé dos sándwiches de salchicha, me senté en el sofá de sala a continuar leyendo un libro que me habían prestado en el colegio, el cual llevaba por título “Yo también…la amo” de la autora April Ge y estaba muy interesante la historia, estaba tan concentrada en la lectura hasta que tocaron la puerta, me levanto a abrir.
- Hola – era la mocosa como dice marcela, sonriéndome como niña buena.
- Hola – respondo sin ganas – ¡¿qué quieres?! – pongo mi cara de incomodidad
- Vine a buscar a Kento – se acomoda el cabello el cual lo llevaba suelto además estaba maquillada aparentando mayor edad.
- Voy a ver si está – cierro la puerta en su cara.
Fui avisarle a Kento que lo buscaban y él sale al encuentro de la mocosa, estuvieron como media hora hablando afuera de la casa, de vez en cuando los expiaba por la ventana de la sala y veía como ella le sonreía y se le acercaba coquetamente jugando con su cabello, me dio tanta rabia que deje de verlos, sí, fracasé con el hecho de que no me importaría lo que hiciera, sorpresivamente el japonés presumido entro directo a su habitación dejando a su “amiga” afuera y volvió a salir con un libro en las manos y se fueron no sé a dónde juntos.
Debo admitir que después de verlos partir mi ánimo se volvió una porquería, no dejaba de dar vueltas como león enjaulado y furioso, así que tomé mi mochila metí mi ropa de baño mis lentes para nadar y salí directo a la piscina, debía despejarme y que mejor para hacerlo nadando un poco, no fui a ver a mis amigos ya que no les avise antes así que no quería molestarlos, mientras caminaba iba pensando en Kento y la mocosa, y mi sangre no dejaba de hervirme, al llegar a la piscina nade como desquiciada hasta cansarme y salí más tranquila de cómo llegué, ahora lo único que quería era descansar así que me alisté para volver a casa, me despedí del señor que cuidaba la piscina y salí del lugar.
- ¡Hola cariño! ¿Por qué tan solita? – escucho una voz y risas detrás mío.
Había estado caminando tan tranquila y sin percatarme que me estaban siguiendo tres tipos, así que acelero mis pasos sin voltear.
- ¿¡Pero porque tan apurada!? – vuelven a reírse a carcajadas, al voltear y ver quiénes eran mis piernas empiezan a temblar y corro.
- ¡Hey, hey! ¡no corras bebé! – empiezan a seguirme - ¡te dije que no corrieras! – me arrinconan en una pared, estaba completamente asustada y a punto de echarme a llorar.
- No bebé, no te asustes… - dice el mayor de los hermanos Casinelli - ¡mmm, pero hasta bañadita estas para mí! – se acerca oliendo mi cuello. - ¡qué rico!
- ¡Suéltame! – trato de quitarme de su agarre.
- ¿Soltarte? Noooo – sonríe maliciosamente – pero si aún no hago nada – se miran los tres y ríen
- ¡Suéltame animal! – vuelvo a gritar.
- ¡uy si grita, grita… eso me gusta! – se me acerca y pega su cuerpo al mío mientras me besa el cuello.
- ¡Suéltame! – vuelvo a gritar, pero esta vez para que otros me escuche - ¡auxilio! – trato de soltarme mientras el tipo sigo sobándose en mí y tratando de besarme los labios - ¡Auxilio! ¡Ayúdenme!
- ¡Déjala! – escucho una voz y el tipo deja de besarme.
- ¡Jorge! ¡ayúdame! – grito al ver a mi amigo, él asiente.
- ¡¿No has escuchado?! – arremete Jorge - ¡te dije que la soltaras!
- ¿y si no lo hago? – dice el mayor soltándome mientras el más pequeño me sostiene. - ¿¡que!?
- ¡Veremos si no la sueltan! – se acerca Jorge al mayor de los hermanos.