Amor bajo Cláusula

Capítulo 2: Un día complicado

Sebastián entró al bufete con paso rápido, ajustándose el reloj mientras saludaba con un leve gesto a la recepcionista. El aroma del café recién hecho llenaba el aire, mezclado con el sonido de teclados y teléfonos resonando desde las oficinas. Era un día como cualquier otro, pero en su mente seguía rondando la conversación de la noche anterior con Dalia.

Al llegar a su oficina, dejó el maletín sobre el escritorio y respiró hondo, tratando de concentrarse en el trabajo que tenía por delante. Apenas se sentó, Julia asomó la cabeza por la puerta abierta, su sonrisa relajada como siempre.

—¿Puedo interrumpir o estás en medio de salvar al mundo? —preguntó con tono juguetón, entrando sin esperar respuesta y sosteniendo dos vasos de café en las manos.

—Definitivamente puedes interrumpir —contestó Sebastián, dejando escapar una risa leve mientras se recargaba en la silla.

Julia dejó uno de los cafés frente a él y se sentó en el borde del escritorio, cruzando las piernas. Era su dinámica habitual: Julia siempre encontraba tiempo para bromear, incluso en los días más caóticos.

—¿Noche difícil? —preguntó, notando las sombras bajo sus ojos.

Sebastián hizo una pausa antes de responder, tomando un sorbo de café.
—Algo así. Dalia y yo… tuvimos otra conversación sobre lo de tener un hijo.

Julia arqueó una ceja, ladeando la cabeza.
—¿Otra? ¿Y cómo fue esta vez?

Él suspiró, apoyando los codos en el escritorio.
—Negativa, como siempre. Está agotada, y no la culpo. Lo hemos intentado todo, Julia, pero parece que no hay forma de que esto funcione.

Julia lo observó en silencio por un momento, su expresión perdiendo parte de su ligereza habitual.
—¿Y tú? ¿Cómo estás manejándolo?

Sebastián se encogió de hombros, intentando fingir indiferencia.
—Supongo que igual que siempre. Intento no frustrarme, pero es difícil. Es algo que he querido durante tanto tiempo que, a veces, siento que me estoy perdiendo en el proceso.

Julia asintió, bajando la mirada hacia el café en sus manos.
—Es normal sentirse así, Sebas. Pero tampoco puedes cargar con todo tú solo.

Sebastián dejó escapar una risa irónica.
—¿Qué otra opción tengo? Dalia ya está al límite. Si no soy yo quien lo lleva, ¿quién más lo hará?

Julia abrió la boca para responder, pero se detuvo cuando un asistente tocó la puerta y entró rápidamente.

—Disculpen, pero el cliente de Matías quiere adelantar la reunión de las 2 p.m. Necesitan tu opinión sobre los términos del contrato, Sebastián.

Él asintió, agradecido por la interrupción que lo alejaba de la conversación incómoda.
—Dile que estaré en la sala de juntas en diez minutos.

P asistente salió, y Sebastián se volvió hacia Julia, quien lo miraba con una mezcla de preocupación y algo más que no podía identificar.

—Quizás ayude si te tomas un tiempo, Sebas. No todo tiene que ser trabajo o resolver la vida de los demás.

Sebastián sonrió débilmente, tomando su café.
—Gracias por el consejo, pero por ahora, prefiero mantenerme ocupado.

Julia lo miró fijamente por un instante antes de levantarse del escritorio y sacudir la cabeza.
—Como quieras, pero no te creas tan invencible. Todos tenemos un punto de quiebre, y sería bueno que lo recordaras.

Cuando Julia iba saliendo de la oficina Sebastián la detuvo:

—¿Tienes tiempo para ir a comer o qué?

Julia sonrió y asintió.

—A las 13:50.

Con esas palabras, salió de la oficina, dejándolo solo con sus pensamientos. Sebastián suspiró, tomó su maletín y se dirigió a la sala de juntas, intentando enfocar su mente en el trabajo.

Más tarde. Sebastián salió del bufete junto a Julia, ambos riendo por un comentario casual que ella había hecho. La complicidad entre ellos era evidente; llevaban dos años trabajando juntos, y su amistad era una de las pocas constantes en la vida de Sebastián. Caminaban hacia un restaurante cercano, un lugar tranquilo donde a menudo iban a almorzar cuando el trabajo lo permitía.

—Gracias por sacar un rato —dijo él mientras abría la puerta para dejarla pasar primero—. Con lo cargado que está el día, necesitaba desconectar un poco.

—Para eso estamos los amigos, ¿no? Además, tú siempre pagas —bromeó ella, guiñándole un ojo antes de elegir una mesa junto a la ventana.

Sebastián rió mientras tomaba asiento frente a ella. Un camarero se acercó con los menús, pero ambos ya sabían lo que pedirían; eran clientes frecuentes. Tras dar su orden, Julia lo miró con curiosidad, apoyando los codos en la mesa y entrelazando las manos bajo la barbilla.

—Así que… Te dieron el archivo de la fábrica de tela.

Él asintió, dejando el vaso de agua que tenía en las manos sobre la mesa.

—Sí, finalmente —respondió Sebastián con una media sonrisa—. Es uno de esos casos que no puedes soltar, aunque a veces desearías hacerlo. La fábrica tiene problemas legales desde hace años, y parece que todo lo que tocan termina en desastre.

Julia se inclinó un poco hacia él, con una sonrisa de intriga en el rostro.

—Entonces, ¿estás listo para el caos o solo estás preparándote para sobrevivir?

—Un poco de ambas —dijo, dejando escapar una risa ligera—. Pero, ¿sabes qué? A veces pienso que los líos legales son más fáciles de resolver que los personales.

Julia levantó una ceja, captando el cambio en su tono.

—¿Eso fue un intento de confesar algo? —bromeó, aunque su mirada era más seria de lo habitual.

Sebastián dudó un instante, mirando hacia la ventana. Podía ver a las personas caminando rápidamente por la calle, ajenas a sus propios problemas. Finalmente, volvió a mirarla.

—Digamos que estoy en un punto donde me siento atrapado.

Julia lo escuchó atentamente, su sonrisa desapareciendo por completo. Entendiendo el tema al que se refería.

—Sebas, tal vez estás poniendo demasiado peso en ti mismo.

Sebastián suspiró, apoyando los codos en la mesa y frotándose el rostro con las manos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.