Ese día no fue como cualquier otro en la firma; después de años de arduo trabajo y una batalla legal intensa, había logrado un triunfo crucial en un caso que todos daban por perdido. Defender a una congeladora acusada de distribuir productos en mal estado, en una de las zonas más importantes del país, no solo le había valido elogios, sino también un ascenso significativo. Su nombre resonaba entre pasillos, y ahora lo esperaban en su nueva oficina, un espacio reservado para los que habían demostrado su valía.
Cuando las puertas del ascensor se abrieron, lo primero que vio fue el letrero con su nombre grabado en la placa junto a la puerta: Lic. Sebastián Muñoz, Abogado Senior. Una mezcla de orgullo y vértigo recorrió su cuerpo mientras giraba la perilla. Al entrar, la luz natural iluminaba cada rincón del despacho, destacando la elegante decoración que, según le habían comentado, fue cuidadosamente seleccionada para su llegada.
No había pasado mucho tiempo cuando la puerta se abrió de golpe. Julia, su mejor amiga y compañera, entró con una sonrisa radiante.
—¡Mírate nada más! —dijo mientras extendía los brazos para abrazarlo.
Sebastián rió, incómodo pero agradecido por la efusividad de Julia.
—Es solo una oficina —respondió, minimizando el logro.
—¡No, señor! —Julia negó con firmeza mientras lo señalaba con un dedo acusador—. No me habías dejado halagarte como es debido. Por lo menos, me vas a dejar invitarte unas copas hoy para celebrar.
Sebastián suspiró. La idea de salir no le atraía, especialmente después de días agotadores. Sin embargo, conocía a Julia y sabía que no aceptaría un no por respuesta.
Mientras hablaban divisó en su móvil un mensaje, era una notificación de su esposa un:
“Voy a llegar un poco tarde. Saldré a cenar después del trabajo con un compañero. Te aviso cuando esté de regreso”.
Leyó sin detenerse demasiado. Dalia no estaría en casa pensó. Le hubiera gustado celebrar con su esposa la noticia primero pero…, pensar que estaría solo lo orilló a aceptar, deseando entretenerse un poco.
—Está bien —cedió finalmente, apartando el móvil—. Pero solo una copa.
Julia le lanzó una mirada escéptica.
—Ya veremos —dijo con una sonrisa pícara antes de salir de la oficina, dejando tras de sí un perfume dulce que se mezcló con el ambiente.
La jornada transcurrió sin mayores sobresaltos, pero Sebastián notaba que sus colegas lo miraban de manera distinta. Había algo de respeto y admiración en sus gestos, algo que no había experimentado antes. Al finalizar el día, Julia apareció nuevamente, esta vez con un abrigo en la mano y una energía contagiosa.
—¡Vamos, campeón! El primer trago es por tu ascenso, y el resto... bueno, eso dependerá de cómo fluya la noche.
Sebastián negó con la cabeza, divertido.
—No quiero que esto se salga de control. Tomaremos uno y nos vamos… Además mañana tengo muchísimo trabajo.
—Confía en mí —respondió ella, guiñándole un ojo—. Solo será una noche tranquilo.
Llegaron a un bar disco cercano, un lugar discreto pero animado, donde la música se mezclaba con el murmullo de las conversaciones. Julia pidió dos cócteles para empezar, y ambos se sentaron en una mesa junto a la barra.
—A tu éxito —brindó ella, alzando su copa con entusiasmo.
—Y a los amigos que siempre están ahí —agregó él antes de chocar su vaso con el de ella.
La conversación fluyó con facilidad, como siempre ocurría entre ellos. Hablaban de todo y de nada, entre risas y anécdotas del trabajo. Sin embargo, la atmósfera comenzó a cambiar a medida que las copas se acumulaban. El ambiente del bar parecía más cálido, las luces más tenues, y la música más envolvente.
—¿Sabes qué me encanta de ti, Sebastián? —preguntó Julia, apoyando su barbilla en una mano mientras lo miraba fijamente.
—¿Qué cosa? —respondió él, divertido pero también intrigado por el tono con el que lo decía.
—Eres tan guapo y tan…, humilde, incluso cuando tienes razones de sobra para presumir.
Sebastián sintió que el calor en su rostro no solo se debía al alcohol. Intentó desviar el tema con una broma, pero Julia no lo dejaba escapar. Con cada trago, sus palabras se volvían más cercanas, más personales.
—Vamos a bailar —propuso ella de repente, tomándolo de la mano sin darle tiempo a negarse.
La pista de baile era pequeña pero estaba llena de energía. La música latina marcaba el ritmo, y Julia no tardó en moverse con una confianza que Sebastián siempre había admirado en ella. Al principio, él se mantenía algo rígido, pero el ambiente y el alcohol pronto lo hicieron soltarse.
—¿Eso es todo lo que tienes? —se burló Julia mientras giraba a su alrededor, moviendo las caderas con una sensualidad natural.
Sebastián aceptó el desafío. Poco a poco, sus movimientos se sincronizaron con los de ella, y el espacio entre ellos comenzó a reducirse. El baile se tornó más íntimo, las risas se transformaron en miradas intensas, y el roce de sus cuerpos encendió algo que ambos desconocían que existiese.
Cuando Julia deslizó sus manos por el cuello de Sebastián y él apoyó las suyas en su cintura, todo lo demás desapareció. La música, la gente, el bar; solo existían ellos dos.
—¿Me acompañas al baño? —susurró ella, apenas audible sobre el ritmo de la música.
Sebastián asintió, y juntos se dirigieron al baño de la discoteca, riendo como adolescentes mas de lo que él acostumbraba y, se lo achacó al alcohol. Pretendió quedarse en la puerta del baño, pero Julia no se lo permitió lo sujetó tan rápido y lo adentró al baño de chicas que casi se tambaleo al entrar. Luego cerró la puerta, Julia lo empujó contra la pared y lo besó descaradamente, al principio se quedó rígido entre la sorpresa y el pánico no podía procesar lo que su amiga estaba haciendo con tanto descaro. Luego como si su mente hubiera reaccionado la apartó en un gesto seco y firme.
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Editado: 12.12.2024