El hogar de Akiko era sencillo, construido con madera oscura y rodeado por un pequeño jardín que su madre había cultivado antes de partir al otro mundo. Al cruzar el umbral, Renji se detuvo por un momento, observando las austeras paredes decoradas con pergaminos pintados a mano y un pequeño altar dedicado a los ancestros de la familia.
—Siéntese aquí —indicó Akiko, señalando un tatami cerca de la ventana. Renji obedeció sin protestar, aunque su mirada permanecía alerta, como la de un animal que siempre espera el peligro.
Mientras Akiko buscaba un cuenco con agua caliente y un poco de ungüento, Haruto llegó a la puerta.
—Akiko, esto es una imprudencia. No sabemos quién es este hombre ni por qué está herido. Podría ser un criminal.
Renji levantó la mirada, pero no dijo nada. Akiko se giró hacia Haruto, su expresión más firme que de costumbre.
—¿Un criminal pediría direcciones tan educadamente? No seas paranoico.
Haruto frunció el ceño, pero al ver la determinación en los ojos de Akiko, suspiró y se retiró, murmurando algo sobre no meterse en problemas innecesarios.
—Lamento que mi herida sea un inconveniente —dijo Renji una vez que Haruto se hubo marchado. Su tono tenía un deje de ironía, pero también de agradecimiento.
—No lo es —respondió Akiko mientras se arrodillaba a su lado—. Pero no puedo evitar preguntarme qué le sucedió.
Renji guardó silencio por un momento, como si sopesara cuánta verdad compartir.
—Soy un ronin —admitió finalmente—. Un samurái sin señor. La batalla más reciente dejó a mi clan destruido, y desde entonces he vagado buscando un propósito… o al menos, un lugar donde no ser perseguido.
—¿Perseguido? —Akiko dejó de aplicar el ungüento y lo miró con ojos curiosos.
—En tiempos de guerra, los ronin no son bienvenidos. Somos considerados una amenaza, hombres sin lealtades que solo traen problemas. Pero algunos de nosotros solo buscamos sobrevivir.
Había una tristeza en su voz que Akiko no pudo ignorar. Aunque el hombre frente a ella parecía duro y curtido por las batallas, también estaba cargado de un dolor profundo que lo hacía humano.
—Aquí está a salvo, al menos por ahora —dijo ella, volviendo a su tarea con cuidado—. Mi padre estará fuera por unos días, pero cuando regrese, puede que podamos ayudarlo.
Renji la observó en silencio, como si intentara comprender por qué alguien como ella estaría dispuesta a ayudar a un extraño.
—Gracias, Akiko-san. No tengo nada que ofrecer en pago, pero… su amabilidad no será olvidada.
Ella sonrió ligeramente.
—A veces, la bondad no necesita pago.
Mientras terminaba de vendar su herida, el cielo comenzaba a oscurecerse. Sin saberlo, ambos estaban tejiendo un vínculo que pronto sería puesto a prueba por las sombras que el pasado de Renji arrastraba consigo, y por los peligros que acechaban más allá de la aldea.