La noche había caído con un manto de estrellas que apenas lograba iluminar el pequeño jardín de Akiko. Dentro de la casa, el silencio reinaba, roto solo por el crujido ocasional de las tablas de madera bajo el peso de Renji mientras intentaba encontrar una posición cómoda para descansar. Su herida estaba limpia, pero el dolor aún latía en su brazo, recordándole que la calma de ese hogar era un lujo efímero.
Akiko se acercó con una bandeja. En ella había un cuenco de sopa caliente y un pequeño plato con arroz. Renji levantó la vista, sorprendido por la atención que seguía recibiendo.
—No tiene que hacer esto, Akiko-san. Ya ha hecho más de lo suficiente.
Ella sonrió suavemente mientras colocaba la bandeja frente a él.
—No es mucho, pero ayudará a que recupere fuerzas. Un guerrero como usted no puede permitirse debilidades, ¿no es así?
Renji soltó una leve risa, algo áspera, como si no recordara la última vez que se permitió ese lujo.
—Un guerrero como yo no tiene un lugar en este mundo, Akiko-san. Los ronin somos fantasmas que caminan entre los vivos.
Akiko lo miró fijamente, estudiando sus palabras. Había algo en la forma en que hablaba, una mezcla de amargura y resignación, que la intrigaba.
—¿Por qué dice eso? —preguntó, tomando asiento cerca de él.
Renji dejó la cuchara sobre la bandeja y desvió la mirada hacia la ventana, donde los pétalos de los cerezos flotaban suavemente bajo la luz de la luna.
—Porque he perdido todo lo que tenía. Mi clan, mi honor, mi propósito… Todo quedó atrás en la última batalla. Y lo que me persigue ahora no es solo el recuerdo de lo que fue, sino también aquellos que buscan borrar lo poco que queda de mí.
Akiko sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que Renji escondía un pasado oscuro, pero escuchar sus palabras lo hacía más real.
—¿Quién lo persigue?
Renji guardó silencio por un momento antes de responder.
—Un hombre llamado Kurogawa. Era uno de los líderes del bando enemigo en la batalla que destruyó a mi clan. Pero para él no fue suficiente ganarnos. Quiere asegurarse de que ningún sobreviviente quede con vida.
Akiko sintió una mezcla de miedo y compasión por el hombre que tenía frente a ella. No podía imaginar el peso de cargar con una vida perseguida.
—Aquí no podrán encontrarlo —dijo con firmeza—. Esta aldea está lejos de cualquier conflicto, y yo no permitiré que nada malo le suceda mientras esté aquí.
Renji la miró con una intensidad que la hizo estremecer.
—Es una promesa peligrosa, Akiko-san. No debería involucrarse.
Ella sostuvo su mirada, con la determinación brillando en sus ojos.
—Quizás, pero a veces vale la pena arriesgarse por lo que es correcto.
Antes de que Renji pudiera responder, un ruido fuera de la casa los hizo tensarse. Pasos. Pesados y deliberados, acercándose al umbral.
Renji se levantó con rapidez, ignorando el dolor en su brazo. Su mano instintivamente se posó sobre el sable que llevaba al costado, su único recuerdo del pasado. Akiko se puso de pie también, su corazón latiendo con fuerza.
La puerta se deslizó lentamente, y una figura apareció en la penumbra. Haruto, con la respiración agitada, entró a toda prisa.
—¡Akiko! —exclamó, con el miedo dibujado en su rostro—. ¡Hombres armados están preguntando por un ronin en la aldea!
Akiko sintió que el aire abandonaba su pecho, mientras la mirada de Renji se endurecía.
—Han llegado más rápido de lo que esperaba —murmuró, más para sí mismo que para los demás.
Haruto se giró hacia él con desconfianza.
—¿Quiénes son? ¿Qué quieren?
Renji ajustó su agarre en el sable y caminó hacia la puerta.
—Son los hombres de Kurogawa. Y si no quieren involucrarse, les sugiero que se queden aquí mientras yo me ocupo de esto.
—¡Espere! —dijo Akiko, apresurándose a interponerse entre él y la salida—. No puede enfrentarlos solo, no en su estado.
Renji la miró, sorprendido por su preocupación.
—No tengo elección, Akiko-san. Es mi batalla, no la suya.
Ella negó con la cabeza, su expresión tan firme como la de él.
—Si esta es su batalla, entonces también es la mía. No pienso dejar que muera en mi casa.
Renji dudó por un instante, pero luego asintió.
—Está bien. Pero manténgase detrás de mí.
Mientras se preparaban para enfrentarse a la amenaza, Akiko supo que su vida había cambiado para siempre. Había algo en el peligro y en la presencia de Renji que hacía que su corazón latiera con más fuerza. Y aunque no podía explicarlo, sabía que ya no había marcha atrás.