El aire en el bosque parecía más denso mientras Renji, Akiko y Tetsuya avanzaban por el sendero iluminado tenuemente por la luna. Las ramas crujían bajo sus pies, y el sonido de sus respiraciones era lo único que rompía el silencio. La misión era clara: encontrar el medallón que desbloquearía el poder del santuario antes de que los hombres de Kurogawa lo alcanzaran.
—¿Estás seguro de que está aquí cerca? —preguntó Renji a Tetsuya, su sable listo en caso de un ataque sorpresa.
—No hay duda —respondió Tetsuya con calma—. El medallón fue ocultado por tu ancestro en un lugar que solo alguien con su sangre puede encontrar.
Akiko, con el kimono ligeramente desgarrado y su expresión tensa, caminaba detrás de ellos. Aunque no lo decía, estaba preocupada por la herida de Renji, que aún sangraba bajo el vendaje improvisado.
—Renji, tu herida… no puedes seguir así por mucho tiempo —dijo finalmente, con voz baja.
Renji se detuvo un momento, volviendo la cabeza hacia ella con una leve sonrisa.
—He pasado por peores. Esto no me detendrá.
Antes de que Akiko pudiera responder, Tetsuya alzó la mano, deteniéndose en seco.
—Estamos cerca —murmuró, señalando hacia una cueva parcialmente oculta por la maleza.
La entrada era pequeña, cubierta de musgo y raíces que parecían haberla protegido del tiempo. Renji frunció el ceño. Había algo en esa cueva que le resultaba inquietante, como si una fuerza desconocida lo llamara desde su interior.
—El medallón está dentro —dijo Tetsuya, observando la cueva con seriedad—. Pero debo advertiros: este lugar está protegido. Solo aquellos con un corazón puro y una voluntad inquebrantable podrán entrar sin ser consumidos.
Renji asintió, dejando a un lado cualquier duda.
—Si ese medallón es la clave para detener a Kurogawa, no tengo opción.
—Voy contigo —dijo Akiko de inmediato, adelantándose hacia él.
Tetsuya negó con la cabeza.
—No. Solo Renji puede entrar. Este es su destino.
Akiko pareció a punto de protestar, pero Renji puso una mano sobre su hombro, calmándola.
—Es mejor así. Si algo sale mal, quiero que estés a salvo.
Con una última mirada a Akiko, Renji entró en la cueva.
Dentro de la cueva
La oscuridad era total al principio, pero pronto los ojos de Renji se acostumbraron a la penumbra. Las paredes estaban decoradas con grabados antiguos que representaban escenas de batalla, sacrificio y redención. Las figuras en los grabados parecían contar una historia: un guerrero enfrentándose a un poder oscuro y sellándolo con un medallón brillante.
El aire era pesado, como si algo antiguo y poderoso habitara allí. Renji siguió avanzando, sus pasos resonando en el suelo de piedra, hasta que llegó a una sala circular iluminada por un tenue resplandor azul.
En el centro de la sala, un pedestal sostenía el medallón. Era un objeto pequeño, pero su presencia era abrumadora. Su superficie dorada brillaba con runas intrincadas que parecían cambiar de forma constantemente.
Renji dio un paso adelante, pero una figura apareció de la nada frente a él. Era un guerrero alto y fuerte, con una armadura antigua y un sable en la mano. Sus ojos brillaban con un tono espectral, y su voz resonó en la sala.
—Solo el digno puede reclamar el medallón. Demuestra tu valor.
Renji desenvainó su sable, asumiendo una postura defensiva.
—Si tengo que luchar por ello, lo haré.
El guerrero espectral atacó sin previo aviso, con una velocidad y fuerza que casi superaron a Renji. Sus espadas chocaron, y el eco del metal resonó en la sala. Renji se esforzó por mantenerse a la altura, cada movimiento causando más dolor en su brazo herido.
Pero mientras peleaba, algo dentro de él cambió. Era como si los grabados en las paredes cobraran vida en su mente, mostrándole fragmentos del pasado. Un guerrero idéntico a él luchaba contra un enemigo similar, sellando el poder en el medallón para proteger a su pueblo.
—Eres… mi ancestro —murmuró Renji mientras esquivaba otro golpe.
La figura espectral pareció detenerse por un momento, y sus ojos brillaron con mayor intensidad.
—Lucha no solo con tu espada, sino con tu corazón. Solo entonces serás digno.
Renji cerró los ojos un instante, recordando las palabras de Tetsuya. "Un corazón puro y una voluntad inquebrantable". Bajó su sable, plantándose firme frente al guerrero espectral.
—No vine aquí para destruir, sino para proteger lo que mi familia luchó por preservar. Si debo caer, lo haré, pero no traicionaré el legado que me dejaron.
El guerrero espectral lo miró en silencio durante un largo momento. Luego, bajó su arma y asintió.
—Eres digno.
La figura desapareció, y el medallón comenzó a brillar con más intensidad. Renji avanzó y lo tomó con cuidado, sintiendo una energía cálida recorrer su cuerpo.
En el exterior
Akiko y Tetsuya esperaban en silencio cuando Renji emergió de la cueva, el medallón en la mano. Akiko corrió hacia él de inmediato, aliviada al verlo.
—¿Estás bien? —preguntó, sus ojos buscando signos de daño adicional.
Renji asintió, mostrándole el medallón.
—Lo tengo.
Tetsuya observó el objeto con respeto y seriedad.
—El verdadero desafío comienza ahora. Este medallón es la llave, pero necesitarás más que valor para desbloquear el poder del santuario.
Antes de que pudieran responder, un grito resonó en el bosque. Los hombres de Kurogawa habían llegado. Renji guardó el medallón con rapidez, desenvainando su sable nuevamente.
—No podemos quedarnos aquí. Debemos movernos.
Akiko lo ayudó a caminar mientras Tetsuya lideraba el camino. El tiempo apremiaba, y el destino de su lucha dependía de los secretos que aún debían desvelar.