Amor bajo los cerezos

Capítulo 9: El precio de la verdad

El bosque parecía aún más oscuro mientras Renji, Akiko, Tetsuya y Sora avanzaban con cautela. Las hojas susurraban con el viento, y el crujido de sus pasos se mezclaba con el eco de su respiración pesada. Aunque los hombres de Kurogawa habían quedado atrás, la tensión seguía siendo palpable, como una sombra que los perseguía.

Sora caminaba al frente, sosteniendo el medallón que ahora brillaba débilmente con una luz azulada. Sus ojos estaban fijos en el mapa grabado en el reverso del objeto, mientras murmuraba instrucciones al grupo.

—Si seguimos hacia el este, deberíamos llegar a una cueva que lleva al santuario oculto —dijo finalmente, deteniéndose un momento para girarse hacia ellos—. Pero debemos estar preparados. Kurogawa no se detendrá.

Renji asintió, aunque el dolor en su brazo herido comenzaba a hacerse insoportable. Akiko lo notó y se acercó para apoyarlo.

—Déjame ayudarte —susurró, su voz suave pero firme.

Renji intentó protestar, pero la mirada decidida de Akiko lo hizo desistir. Mientras ella ajustaba el vendaje en su brazo, sus dedos rozaron los de él por un breve momento. Ambos se miraron, y en sus ojos se reflejaba algo más que preocupación: una conexión que las palabras no podían expresar.

—Gracias, Akiko —murmuró Renji, desviando la mirada.

Ella sonrió levemente, pero antes de que pudiera responder, Sora los interrumpió.

—Es mejor que sigamos. No tenemos mucho tiempo.

El grupo llegó a una grieta en la montaña, apenas visible entre la maleza. Sora apartó las ramas que la cubrían, revelando la entrada a la cueva.

—Por aquí —dijo, encendiendo una antorcha.

La cueva era fría y húmeda, y el eco de sus pasos resonaba en las paredes de piedra. A medida que avanzaban, el brillo del medallón se intensificaba, iluminando el camino como una guía.

—¿Por qué es tan importante este medallón? —preguntó Akiko, rompiendo el silencio.

Sora se detuvo, girándose hacia ellos con una expresión seria.

—Este medallón es una reliquia de mi pueblo, un símbolo de poder que Kurogawa robó hace años. Contiene la clave para abrir el santuario y liberar una fuerza que podría derrotarlo… o destruir todo a su paso.

Renji frunció el ceño.

—¿Una fuerza destructiva? ¿Estás diciendo que estamos llevando algo que podría acabar con nosotros?

Sora asintió lentamente.

—Por eso debemos tener cuidado. En las manos equivocadas, el medallón puede ser un arma devastadora. Pero si logramos usarlo correctamente, podremos poner fin al dominio de Kurogawa.

La revelación de Sora dejó al grupo en silencio mientras continuaban avanzando. Sin embargo, la tensión crecía entre ellos, especialmente entre Renji y Akiko. Ella no podía dejar de mirar de reojo el medallón, preguntándose si realmente podían confiar en Sora.

Finalmente, llegaron a una sala amplia dentro de la cueva, donde el medallón comenzó a brillar con más intensidad. Sora se detuvo frente a una puerta de piedra grabada con símbolos antiguos.

—Aquí estamos —dijo, colocando el medallón en el centro de un relieve en la puerta.

Un mecanismo se activó, y la puerta comenzó a abrirse lentamente, revelando el interior del santuario. La sala estaba iluminada por una luz azul que emanaba de un pedestal en el centro, donde descansaba una esfera de cristal.

—Es la fuente del poder —susurró Sora, acercándose al pedestal.

Pero antes de que pudiera tocar la esfera, Renji la detuvo, colocándose entre ella y el pedestal.

—Espera. Dijiste que este poder podría destruirlo todo. ¿Cómo sabemos que no estás planeando usarlo para tus propios fines?

Sora lo miró con seriedad, pero antes de que pudiera responder, un sonido de pasos apresurados los hizo girarse.

Los hombres de Kurogawa irrumpieron en la sala, armas en mano. Habían seguido el rastro del grupo hasta el santuario.

—¡Entréguenme el medallón! —exigió uno de los líderes, avanzando hacia ellos.

Renji desenvainó su sable, colocándose frente a Akiko y Sora.

—Tendrán que pasar sobre mi cadáver.

La batalla estalló en un instante. Renji, a pesar de su herida, luchó con una determinación feroz, mientras Tetsuya protegía a Sora. Akiko, armada con una daga que había encontrado en la cueva, se defendía como podía, mostrando una valentía que sorprendió incluso a Renji.

En medio del caos, el líder de los hombres de Kurogawa logró alcanzar el pedestal, colocando sus manos en la esfera. Un destello de luz inundó la sala, y un rugido ensordecedor resonó en las paredes.

—¡Es demasiado peligroso! —gritó Sora, corriendo hacia el pedestal.

Renji y Akiko apenas pudieron reaccionar antes de que la esfera comenzara a emitir una energía que los envolvió a todos.

Cuando la luz se desvaneció, el grupo se encontró en un lugar completamente diferente. El santuario había desaparecido, y ahora estaban en un vasto campo rodeado de montañas. La esfera y el medallón estaban en el suelo, partidos en dos.

Renji miró a su alrededor, tratando de entender lo que había sucedido.

—¿Dónde estamos? —preguntó Akiko, su voz llena de asombro.

Sora recogió los fragmentos de la esfera, con el rostro pálido.

—Creo que… hemos activado el poder de la reliquia. Y Kurogawa… puede haber hecho lo mismo.

El sonido de pasos se acercó desde la distancia, y el grupo se preparó para lo que venía. Sabían que, aunque habían sobrevivido, el verdadero desafío estaba lejos de haber terminado.

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En el texto hay: romance

Editado: 06.01.2025

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