Amor bajo los cerezos

Capítulo 10: El fin de la tormenta

El vasto campo en el que Renji, Akiko, Sora y Tetsuya se encontraban parecía ajeno al tiempo y al espacio. El aire era pesado, y una niebla densa se extendía por el terreno, cubriendo todo a su alrededor. En el horizonte, una silueta oscura se perfilaba: un castillo antiguo y solitario que parecía observarlos desde la distancia.

—Esto no puede ser real… —susurró Akiko, su voz temblando mientras miraba a su alrededor.

—Lo es —respondió Sora, sosteniendo los fragmentos del medallón y la esfera rota. Su expresión era grave—. Hemos desatado un poder que no comprendemos del todo. Esto… esto es un reflejo del pasado.

Renji frunció el ceño, colocándose al frente del grupo.

—Entonces, ¿cómo volvemos?

—No lo sé —admitió Sora, mirando con preocupación hacia el castillo—. Pero creo que la respuesta está allí.

Sin otra opción, el grupo comenzó a avanzar hacia la oscura estructura. El viaje fue silencioso, cada uno de ellos perdido en sus pensamientos. Renji se mantenía cerca de Akiko, sus ojos siempre atentos a cualquier señal de peligro.

—Renji… —murmuró Akiko de repente, rompiendo el silencio.

Él la miró de reojo, notando la preocupación en su rostro.

—¿Qué pasa?

—Si esto es un reflejo del pasado… ¿crees que podamos cambiarlo? ¿Crees que podamos detener a Kurogawa antes de que todo esto ocurra?

Renji se quedó en silencio por un momento, reflexionando.

—No lo sé. Pero si tenemos la oportunidad de hacer algo, no podemos dudar.

Ella asintió, aunque sus ojos seguían llenos de incertidumbre.

Cuando llegaron al castillo, las puertas se abrieron solas, como si los estuvieran esperando. El interior era tan oscuro y opresivo como el exterior, con un aire de decadencia que parecía haber estado allí durante siglos.

En el centro de la sala principal, una figura se encontraba de pie, esperándolos. Era Kurogawa. Sin embargo, no era el hombre que conocían. Su presencia era más imponente, sus ojos brillaban con un rojo intenso, y su voz resonó como un trueno.

—Han llegado tarde —dijo, con una sonrisa fría—. Este poder ya es mío.

Sora dio un paso adelante, sosteniendo los fragmentos del medallón.

—Aún no, Kurogawa. Este poder no te pertenece.

Kurogawa rió, levantando una mano. Una ráfaga de energía oscura atravesó la sala, golpeando a Sora y lanzándola contra la pared.

—¡Sora! —gritó Akiko, corriendo hacia ella.

Renji desenvainó su sable, colocándose entre Kurogawa y el resto del grupo.

—Esto termina aquí.

Kurogawa lo miró con desdén.

—¿De verdad crees que puedes detenerme, Renji? Eres solo un hombre.

—Tal vez, pero no estoy solo.

En ese momento, Tetsuya se unió a Renji, blandiendo su arma con determinación. Akiko, aunque asustada, se levantó junto a Sora, ayudándola a ponerse de pie.

—No permitiré que esto continúe —murmuró Sora, levantando los fragmentos del medallón, que comenzaron a brillar nuevamente.

La batalla fue feroz. Renji y Tetsuya enfrentaron a Kurogawa con todo lo que tenían, mientras Sora y Akiko intentaban activar el poder de la reliquia rota. El castillo temblaba con cada choque de energías, y las paredes parecían desmoronarse a su alrededor.

Renji, aunque herido, luchaba con una habilidad y determinación que parecían sobrehumanas. Cada golpe de su sable era preciso, cada movimiento calculado. Sin embargo, Kurogawa era un oponente formidable, y cada vez que parecía que tenían la ventaja, él recuperaba el control.

—¡Sora, rápido! —gritó Akiko, mientras ayudaba a mantener a raya a los secuaces de Kurogawa que aparecían de la nada.

Sora cerró los ojos, concentrándose en los fragmentos.

—Necesito más tiempo… —dijo, su voz tensa.

En el momento más crítico de la batalla, Kurogawa lanzó un ataque devastador directamente hacia Sora y Akiko. Sin pensarlo dos veces, Renji se interpuso en el camino, recibiendo el impacto.

—¡Renji! —gritó Akiko, corriendo hacia él mientras caía al suelo.

Kurogawa rió, avanzando hacia ellos.

—¿Ven? No pueden ganar.

Pero antes de que pudiera dar el golpe final, un destello de luz emanó de los fragmentos del medallón. Sora, con lágrimas en los ojos, levantó la reliquia rota, que ahora brillaba con una intensidad cegadora.

—¡Esto termina ahora! —gritó, liberando toda la energía contenida en el medallón.

La luz envolvió a Kurogawa, quien gritó de furia mientras su forma comenzaba a desvanecerse. El castillo tembló violentamente, y las paredes comenzaron a colapsar.

Cuando la luz se desvaneció, el grupo se encontró de vuelta en el bosque. El medallón y la esfera estaban completamente destruidos, y Kurogawa había desaparecido.

Renji yacía en el suelo, gravemente herido pero vivo. Akiko se arrodilló a su lado, sosteniendo su mano.

—Lo logramos… —susurró, con lágrimas en los ojos.

Renji le sonrió débilmente.

—Gracias a ti.

Sora y Tetsuya se acercaron, exhaustos pero aliviados.

—Kurogawa ha sido derrotado —dijo Sora, mirando los restos del medallón—. Pero el precio fue alto.

El grupo se quedó en silencio, contemplando lo que habían perdido y lo que habían ganado. Aunque la amenaza había terminado, sabían que sus vidas nunca volverían a ser las mismas.

Mientras el sol comenzaba a salir en el horizonte, iluminando el bosque con una luz dorada, Renji miró a Akiko, su mano aún en la de ella.

—Gracias por creer en mí —murmuró.

Akiko sonrió, inclinándose hacia él.

—Siempre lo haré.

Y en ese momento, con el amanecer como testigo, Akiko se inclinó y lo besó, sellando un nuevo comienzo para ambos.

FIN



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En el texto hay: romance

Editado: 06.01.2025

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