Amor Ciego

Capítulo 5. Despertar.

Esa mañana llegué al hospital lista para mis prácticas, con el cabello perfectamente recogido y el uniforme blanco que aún me quedaba un poco grande. Pero bastó entrar al área de urgencias para darme cuenta de que algo andaba mal. Las enfermeras corrían, los médicos hablaban en voz baja, y había una tensión que se podía cortar con bisturí.

Me acerqué a una de las enfermeras.
—¿Qué sucede? —pregunté.

Ella me miró y me dijo con voz lastimera.
—Aurora… trajeron a Alessandro Falconi. Un accidente automovilístico anoche, está en cirugía.

Sentí un frío subirme desde el pecho hasta el cuello. Alessandro…sentí cómo la sangre se me helaba.
—¿Alessandro… Falconi? —repetí, apenas en un hilo de voz.

Ella asintió.
—Sí. Fractura de fémur derecho, contusión pulmonar bilateral, traumatismo craneoencefálico moderado y una hemorragia abdominal interna. Está en cirugía desde el amanecer. Los mejores cirujanos del hospital están con él.

Me quedé paralizada, tragué saliva, intentando mantenerme firme, cuando escuché una voz conocida detrás de mí.

—Aurora… —Fiorella se acercó apresurada, con el rostro pálido y los ojos aguados.

—Amiga… —murmuré—. ¿Es cierto, Fiorella? ¿De verdad fue él?

Ella asintió con un nudo en la garganta.
—Mi hermano Marco me llamó esta mañana. Estuvieron juntos anoche, tomando unos tragos con amigos, Alessandro apenas bebió tres rondas, no estaba ebrio, pero se fue antes… con una mujer.

Bajé la mirada, no importaba con quién hubiera estado. Solo podía pensar en que ese hombre, al que tanto admiraba, ahora estaba ahí, luchando por su vida.

—Esta mañana me encontré con su madre y su abuela en la entrada —continuó Fiorella, con voz temblorosa—. Están destrozadas, Aurora. Alessandro era lo único que les quedaba desde que el señor Falconi murió.

Miré hacia el pasillo del quirófano, la luz roja seguía encendida. Sabía lo que significaba: cirugía en curso, en mi pecho, el corazón latía con una fuerza dolorosa.

—Va a salir de esto —susurré, sin apartar la vista de esa luz—. Tiene que hacerlo.

Fiorella me miró con lágrimas que ya no podía contener.
—Ojalá tengas razón… porque si él no lo logra, su madre no lo resistirá y mi hermano...mi hermano también esta bastante afectado, nunca lo había visto así.

No respondí. En ese instante no era una practicante, ni una espectadora; era una mujer que admiraba profundamente a alguien que, sin saberlo, había tocado su vida.
Y mientras la luz roja del quirófano seguía brillando, recé en silencio.

Porque los héroes, los verdaderos héroes… también merecen ser salvados.

Horas después, cuando la cirugía terminó, lo dejaron en observación, no resistí quedarme al margen y me ofrecí a ayudar en el área. Allí vi por primera vez a su madre, la señora Lucia, con el rostro desencajado, y a su abuela Giovanna, una mujer pequeña, elegante, de ojos dulces y manos temblorosas que no soltaba el rosario ni para respirar.

Pasaron los días, y Alessandro seguía inconsciente, quince largos días en los que su corazón seguía firme, pero su mente no despertaba. Yo cumplía mis turnos y, poco a poco, me fui encariñando con la Nonna Giovanna; ella me esperaba cada mañana con café y una sonrisa triste, hablábamos de todo en mis espacios libres: de Italia, del carácter testarudo de su nieto, de cómo él nunca se rendía.

Y, para mi sorpresa, una mañana la supervisora me llamó.
—Aurora, te asignamos al paciente Falconi en el turno matutino, cuídalo bien.

Tragué saliva. Justo él.

Entré a la habitación con el carrito de aseo clínico, intentando no pensar demasiado. Allí estaba Alessandro, conectado a monitores, el pecho cubierto por vendas, la pierna enyesada y el rostro magullado, pero tranquilo, casi angelical… bueno, si los ángeles tuvieran mandíbula marcada y pestañas que daban envidia.

Mientras lo limpiaba con cuidado, la mente me traicionó. “Concéntrate, Aurora… solo es un paciente”, me repetí. Pero claro, el “paciente” parecía salido de una campaña de perfumes italianos, mientras lo veía me preguntaba como alguien en ese estado tan vulnerable podia seguir viendose tan guapo.

Cuando tuve que asearlo completamente, me detuve unos segundos al retirar la sábana.
“Profesionalismo, Aurora. Profesionalismo…”
Pero no había forma humana de no notar lo… bendecido anatómicamente que estaba el señor Falconi, apesar de que nunca había usado uno de esos, si los había visto, mucho de hecho, en urgencias pasaban con frecuencia, pero definitivamente el de Alessandro era el ganador.

Solté un suspiro resignado.
—Por amor a Dios… —murmuré bajito, mientras intentaba no mirar demasiado.

Y justo en ese instante, la puerta se abrió y la Nonna Giovanna apareció con la vestimenta apropiada para UCI.
—¿Cómo está mi bambino hoy? —preguntó sonriendo.

—Eh… limpio, señora… muy limpio —respondí, roja como un tomate.

Ella me guiñó un ojo, como si entendiera más de lo que decía.
—Brava, ragazza. Cuídalo bien, cuando despierte, te lo agradecerá.

Yo solo sonreí nerviosa, intentando no reírme. Y mientras salía de la habitación, pensé que si Alessandro Falconi no despertaba pronto, la que iba a necesitar oxígeno era yo.

El sonido constante del monitor cardíaco era lo único que rompía el silencio de la UCI.
Había pasado tanto tiempo viéndolo así… inmóvil, rodeado de tubos, que me parecía imposible imaginarlo despierto otra vez. Un mes desde el accidente. Un mes en los que su cuerpo luchó entre la vida y la muerte.

Esa mañana el doctor Moretti decidió disminuir la sedación todos esperábamos algo, una señal mínima, yo estaba junto a él, revisando los líquidos, sin dejar de observar su rostro y entonces ocurrió, un pequeño movimiento en sus dedos. Después, sus párpados temblaron.

Mi corazón se aceleró.
—Señor Falconi… —susurré, acercándome—. Tranquilo, estás a salvo, está en el hospital.




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