Amor Ciego

Capítulo 6. Cambio de vida.

Despertar de un accidente y saber que todo cuanto conocías ya no está… es como volver a nacer, pero en la penumbra.
Oscuridad total.
Ni un destello, ni una línea de luz, ni siquiera un gris lejano que me recordara que el mundo seguía ahí.
Solo tinieblas. Solo silencio. Solo yo.

Así comenzó mi nueva vida.
Yo, Alessandro Falconi, el empresario admirado, el hombre que creía tenerlo todo bajo control… me encontraba ahora atrapado en un cuerpo que veía sin ver.
Una existencia miserable.
Un infierno en negro.

Recuerdo el sonido de las máquinas, el zumbido del monitor cardíaco y el olor metálico del hospital. Fue hace tres meses cuando desperté en aquella cama fría. Mis manos buscaron el borde, la sábana, algo… y solo encontré la nada.
No entendía.
No podía entender.

Tres meses en la UCI, entre la vida y la muerte, y cuando por fin abrí los ojos, el mundo me había sido arrebatado.
Cuando los efectos del sedante se disolvieron, pedí hablar con el doctor Moretti. Mi única misión era mantener la calma, aunque por dentro todo ardía.

—Doctor, explíqueme qué mierda pasa conmigo —dije con voz áspera—.
No me diga que es normal. No me diga que tenga paciencia. Quiero saber por qué no veo, si mis ojos están bien.

El hombre respiró hondo. Su voz era serena, demasiado serena para mi gusto.

—Señor Falconi… sus ojos están completamente sanos. No hay daño en la retina, ni en el nervio óptico. Las pruebas son normales.
—Entonces, ¿por qué demonios no puedo ver? —gruñí, aferrando las sábanas.
—Aún no lo sabemos con certeza. Puede tratarse de una respuesta neurológica o… emocional. Estamos en investigación.

Guardé silencio unos segundos.
Sentí rabia, impotencia, y algo que no quería admitir: miedo.

—Haga lo que tenga que hacer, Moretti.
Busque a los mejores, a quien sea, pero devuélvame la visión. Pague lo que haya que pagar, pero no me deje así.
No pienso vivir en esta oscuridad.

El médico asintió con un suspiro.
—Haré todo lo posible, Alessandro, pero debe entender que es un caso complicado.

Sus palabras me persiguieron desde entonces.
Tres meses después, sigo aquí, entre sombras.
Y aunque empiezo a perder la esperanza… me niego a aceptar que esta oscuridad será mi condena.

—Buenos días, Alessandro. ¿Cómo estás hoy, amigo? —dijo Marco con esa voz animada que tanto me irritaba.

—¿Buenos? —repetí con una risa seca, amarga—. ¿Qué demonios tienen de buenos? Estoy harto, Marco, harto de esta vida inútil. Me siento como un animal encerrado, respirando por costumbre, quiero mi vida de antes… quiero volver a ser quien era, hacer lo que amaba. Pero dime, ¿cómo crees que me siento sabiendo que nunca volveré a ver nada?

El silencio cayó de golpe, solo se escuchaba el zumbido del reloj, el tic-tac que parecía burlarse de mí, recordándome que el tiempo sigue aunque yo me haya detenido.

—Lo siento, Aless… solo quería ser amable —murmuró él, casi en un suspiro.

—Amable… —dije con ironía—. Qué palabra tan vacía, no necesito amabilidad, Marco, no necesito compasión, ni lástima disfrazada de sonrisas.

Me hundí más en la camilla, no veía nada, solo esa oscuridad que se había convertido en mi único paisaje y aun así, podía sentir el peso de su mirada sobre mí, esa mezcla de tristeza y pena que me asqueaba.

—No tienes la culpa —admití al cabo de un rato, con voz firme—. Soy yo… y esta maldita oscuridad que me está devorando, todo lo que era se quedó atrás, lo que soy ahora… no sé ni cómo llamarlo.

Por un momento, deseé que se marchara, que me dejara solo con mis pensamientos podridos. Pero Marco seguía ahí, como siempre, necio en su lealtad.

—Solo dime —dije al fin, cansado—, ¿cómo quedó la negociación con Viachi?

Escuché el sonido de papeles, el roce de su silla.

—Bien, mejor de lo esperado —respondió con voz prudente—. Logramos cerrar el trato, pero todos notan tu ausencia, Alessandro. No es igual sin ti.

Solté una carcajada amarga.

—Claro que no es igual —dije con frialdad—. Antes tenían un líder, ahora solo les queda un ciego inútil al que vienen a consolar.

El silencio volvió, más denso, más cruel. Marco no dijo nada, y yo agradecí eso, el ruido de la lluvia empezó a golpear los cristales, y por un instante pensé que el mundo lloraba lo que yo ya no podía.

—Ya nada es lo mismo, Marco —susurré finalmente—. Todo perdió color, incluso yo.

Y fue entonces cuando lo sentí de verdad: me había convertido en un ser gris, sin alma, sin luz… un hombre que respira, pero que hace mucho dejó de vivir.

El silencio se hizo eterno, roto solo por el golpeteo de la lluvia contra los ventanales. Marco carraspeó antes de hablar, como si buscara la manera menos dolorosa de decirme algo que ya sabía.

—Alessandro… —dijo finalmente—, los médicos están estudiando tu caso. Aún hay esperanzas, ¿lo sabías? Dijeron que primero debes recuperarte bien de las demás lesiones antes de considerar cualquier intervención. Pero no todo está perdido.

Solté una risa corta, seca.

—¿Esperanzas? —repetí con sarcasmo—. Me lo han dicho tantas veces que ya suena como una burla. Marco, entiéndelo… debo esperar mínimo ocho meses en esta oscuridad. ¿Sabes lo que es eso? Ocho meses sin ver absolutamente nada, sin saber si es de día o de noche, si la gente sonríe o me compadece. Ocho meses atrapado en una maldita sombra que no se disipa.

—Ocho meses… —repitió él, pensativo—. Ocho meses no son nada comparados con una vida entera, Alessandro.

Me quedé callado, su voz sonó firme, casi dura, y por primera vez en mucho tiempo me habló sin compasión.

—¿Qué prefieres? —continuó—. ¿Unos meses de oscuridad o toda una vida en ella? ¿Vas a rendirte antes de darle una oportunidad a tu cuerpo?

Tragué saliva, no supe qué responder, parte de mí quería gritarle que no entendía nada, que no tenía ni idea de lo que era despertar cada día en un vacío absoluto, sin color, sin rostro, sin mundo. Pero otra parte… la más pequeña, la más cansada… sabía que tenía razón.




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