Han pasado quince días.
Quince días que imaginé insoportables… y que, sin darme cuenta, no lo han sido tanto.
No soy hombre fácil, nunca lo fui y después de quedarme ciego, mucho menos. El mundo se convirtió en una masa confusa de sonidos, texturas, silencios rotos y yo… me convertí en alguien que odia necesitar a otros.
Pero Aurora…
Aurora es distinta.
No sé cómo explicarlo, su voz tiene una luz que jamás podría ver, pero que siento.
Tiene esa risa suave que aparece incluso cuando yo digo barbaridades.
Ese modo de caminar que reconozco en segundos, como si mis oídos se hubieran entrenado solo para ella y estos quince días… no han sido terribles. Ella hace comentarios irónicos que no espero, me contradice sin miedo, me habla como si yo siguiera siendo el mismo hombre de antes.
El que veía.
El que mandaba.
El que sabía exactamente dónde estaba parado.
Incluso me hace reír, hace años que no me reía de verdad.
Pero lo que más me inquieta… lo que no se me sale de la cabeza…es la ducha.
El momento en que me ayudó.
Cuando me tocó los brazos para guiarme, cuando el agua corría por mi piel y yo traté de controlarme y fallé.
No debería pensar en eso.
Ella es mi apoyo, mi guía…mi enfermera, muy eficienteen su trabajo.
Pero aun así fue inevitable...
La puerta se abrió sin aviso.
Marco.
—¿Puedo pasar? —preguntó, aunque ya estaba dentro.
Lo reconocí por el tono ligero de los pasos y por el olor a colonia cítrica que siempre usa.
—Adelante —respondí, enderezándome.
—¿Cómo estás hoy Aless? —preguntó, tirando una silla para sentarse.
—Igual —contesté—. No veo, si a eso te refieres.
Suspiró, no le gustaba mi humor negro.
—Vengo a hablar de algo serio —dijo, y su voz cambió—. Muy serio.
Me tensé.
Marco nunca empezaba así, debia ser algo no muy bueno.
—¿Qué pasó ahora?
—Después de un año, Alessandro… es hora de volver al trabajo.
Sentí cómo mi garganta se cerró.
Mi respiración se volvió más pesada.
No pude controlar ese vacío que me cae encima cada vez que pienso en la empresa sin mí.
—No —respondí, casi sin pensar—.
Marco, yo no voy a convertirme en una burla.
El CEO ciego… moviéndose como idiota mientras todos se ríen a mis espaldas.
—Nadie se va a reír —dijo Marco con seriedad—. Y esto no es un chiste, la empresa está en riesgo.
Me quedé en silencio.
No esperaba escucharlo así.
Marco casi nunca pierde el tono burlón.
—Un año ausente es demasiado —continuó—. Los inversionistas están haciendo lo que quieren. Los administradores también. Tu ausencia les dio libertad… y la están usando.
Tragué saliva. Sentí el corazón en el estómago.
—No puedo volver así… —murmuré—. No puedo verme como antes, no puedo leer informes, no puedo…
—Aprenderás —dijo Marco firme—. Pero tienes que estar allí, no puedes dirigir una empresa desde un cuarto, Alessandro.
Me quedé sin aire, lo sabía, pero escucharlo dolía.
—Además —agregó Marco, bajando la voz—. Esto no es solo por ti.
Tu padre confió en ti.
Es tu patrimonio familiar.
Y tu abuela… tu madre…
Callé.
Sentí un golpe seco en el pecho.
—¿Vas a dejarlas en la calle por miedo? —preguntó, sin suavizar nada.
Respiré hondo, muy hondo.
La palabra miedo me dolió como un cuchillo.
No porque fuera mentira… sino porque era la primera vez que alguien la decía en voz alta, me quedé quieto un instante, escuchando mi propia respiración, intentando no quebrarme.
Finalmente, hablé.
—Está bien —susurré—.
Volveré.
Marco soltó el aire, como si hubiera estado conteniéndolo.
—Sabía que dirías eso —me dijo con una mezcla de alivio y orgullo.
No respondí, mi mente estaba en otro lugar.
En la empresa, en el futuro y, sorprendentemente, en Aurora…
Después del almuerzo me quedé inquieto, más de lo que quiero admitir. No podía ver nada, pero podía imaginármelo todo: cómo Aurora se movía por la habitación, cómo acomodaba los cubiertos, cómo reía cuando Marco decía alguna tontería que solo él encuentra graciosa.
Y lo peor fue ese momento ridículo en el que Marco dijo que su cabello olía a vainilla.
Escuché cómo se inclinó, cómo ella respiró hondo, y cómo él rió satisfecho.
Me molestó, no debería, pero lo hizo.
No sé por qué su cabello me afecta tanto. Quizá porque es lo único que sé de ella sin necesitar mis ojos.
Aurora se fue a buscar agua y Marco aprovechó para atacarme como siempre.
—¿Eso fue celos? —preguntó, directo.
—No digas estupideces —le solté de inmediato, casi gruñendo.
—Aless… te conozco.
—No es mi tipo. ¡Nunca lo ha sido! —respondí, más brusco de lo necesario.
Y era verdad, Aurora no era el gusto de ninguno de los dos, ni Marco ni yo jamás elegiríamos a alguien como ella.
Ella es demasiado alegre, demasiado optimista, romántica de esas que aún creen en finales felices, el tipo de chica que ni siquiera habría volado en nuestro radar.
Marco coincidía conmigo desde siempre: Aurora y alguien como nosotros nunca combinarían.
Por eso su comentario me molestó aún más.
—Está bien, no es tu tipo —dijo Marco, sentándose frente a mí—. Tampoco es el mío. Fiorella siempre dice que Aurora es… diferente a cualquier mujer que hayamos conocido.
—Diferente no siempre es bueno —murmuré, irritado.
Marco suspiró, como si ya esperara mi reacción.
—Te voy a describir algo solo para que entiendas —dijo al final—. Aurora mide uno sesenta, cabello rojo desordenado, piel ridículamente blanca, pecas en todas partes, usa lentes, ojos verdes muy claros, labios gruesos. Físicamente esta lejos de ser la mujer con la que saldríamos. Pero tiene algo muy lindo Aless...una sonrisa que ilumina cualquier sitio. Una chica dulce… demasiado dulce para nosotros.
Yo tragué saliva sin quererlo, no porque me gustara la descripción, porque me di cuenta de que quería imaginarla, que quería saber si de verdad era así y eso no me gustó nada.