Nunca había estado en la oficina de Alessandro. Había caminado por los pasillos del edificio Falconi varias veces, por tema de papeleo de mi beca, pero jamás había cruzado la puerta de su despacho.
Hasta hoy.
Empujé la puerta suavemente después de que el asistente de piso me diera acceso, y por un segundo me quedé quieta… mirando.
La oficina era impresionante, amplia, silenciosa, poderosa.
Un ventanal gigantesco daba a toda la ciudad de Milán, como si estuviera suspendida en el aire. Desde allí podía verse el movimiento de los tranvías, los techos antiguos, los jardines, los autos como piezas de un rompecabezas perfecto. La luz entraba dorada, cálida, iluminando el piso de madera oscura y el gran escritorio de Alessandro, impecable, minimalista, casi intimidante.
“Wow…” susurré sin poder evitarlo.
Pero no venía a admirar la vista, venía a trabajar.
El personal que yo misma había solicitado comenzó a llegar detrás de mí: la camilla plegable, la minidespensa de medicamentos,
las vendas, las bandas elásticas, el balón terapéutico, los geles para las sesiones, todo lo necesario para atenderlo adecuadamente durante los días que él estaría allí.
—Por aquí, por favor —les indiqué, moviéndome rápido entre los estantes y el sofá de cuero que ocupaba un rincón.
—Con cuidado eso, gracias… sí, deje la camilla junto a la pared, la luz ahí es perfecta —guié a otro.
Mientras organizaba los materiales, sentía cómo el lugar iba cambiando: de un despacho ejecutivo imponente a un pequeño centro terapéutico improvisado hecho completamente para él.
Acomode las cajas, organicé los medicamentos en orden, alineé los geles y verifiqué que la camilla quedara firme. Después de un rato, ya estaba todo listo.
Estaba limpiándome las manos con gel cuando escuché pasos detrás de mí.
Marco apareció en la puerta, apoyado en el marco, con los brazos cruzados y una sonrisa cansada.
—Vaya… —murmuró mirando todo—. Hiciste un despliegue enorme, Aurora. De verdad… gracias. Esto le va a hacer mucho bien a Alessandro.
Me acomodé el cabello detrás de la oreja sin pensarlo.
—Aparte de que es mi trabajo —respondí con calma, aunque sentí un calorcito en el pecho— lo hago con mucho cariño.
Marco levantó la ceja.
—Gracias de verdad Aurora.
—Sí —le sostuve la mirada sin avergonzarme—. Porque quiero ayudarlo de verdad, porque lo necesita y porque… —hice una pequeña pausa— él confía en mí, y yo no pienso fallarle.
Marco esbozó una sonrisa más suave, sincera esta vez.
—Eso, Aurora… eso vale más que todos estos equipos juntos —dijo mientras recorría con los ojos todo lo que había instalado.
Asentí.
—Para eso estoy aquí.
Y sin decir más, seguí ajustando la camilla mientras Milán brillaba detrás del ventanal y la oficina de Alessandro, por primera vez, también empezaba a parecer un poco mía.
Terminé de revisar por tercera vez la camilla y la bandeja de medicamentos cuando escuché un par de voces acercándose por el pasillo. Reconocí a Marco de inmediato por su tono firme, y detrás de él… otra voz más suave, más joven, ligeramente cantarina.
La puerta se abrió y Marco entró primero.
—Aurora —me llamó con una sonrisa rápida—. Quiero presentarte a alguien.
Detrás de él apareció un hombre alto, de cabello castaño claro muy bien peinado, ojos verdes amables y una postura impecable. Traje perfecto, tablet en la mano, expresión educada, parecía el tipo de persona que siempre llega cinco minutos antes a todo.
—Él es Mateo, el asistente directo de Alessandro. —Marco hizo el gesto de presentarlo—. Mateo, ella es Aurora, la enfermera personal del jefe… y la responsable de mantenerlo funcionando como un ser humano normal.
Mateo soltó una risa suave y me extendió la mano de inmediato.
—Un gusto enorme, Aurora, he escuchado mucho de ti. Bueno… todo bueno, no te asustes —dijo con una calidez que me hizo sonreír al instante.
—Un gusto, Mateo —respondí estrechando su mano—. Y no me asusto fácil… trabajo con Alessandro, ¿recuerdas?
Rieron los dos.
Marco dio un paso hacia el centro de la oficina y señaló la camilla y las cajas organizadas.
—Los traje para que se pongan de acuerdo. Durante estos días, Alessandro va a tener varias reuniones importantes, pero sus terapias no pueden moverse. Así que tienen que coordinar todo: agendas, horarios, pausas, descansos. Nada puede cruzarse.
Mateo levantó la tablet y deslizó el dedo con rapidez.
—Perfecto, tengo toda la agenda de Alessandro aquí y antes de que preguntes… soy flexible —me dijo con una sonrisa cómplice—. Créeme, Aurora, mi objetivo es que él no se estrese, si tus terapias lo ayudan, yo me adapto.
Agradecí internamente lo fácil que hacía todo.
—Bien —asentí acercándome a él para ver la pantalla—. La idea es que Alessandro tenga sus sesiones físicas en la mañana y la tarde, pero necesito bloques libres de al menos una hora, también debo revisar que no tenga reuniones de pie o traslados largos, todavía no puede forzar la espalda.
Mateo tomó notas con agilidad.
—Entonces dejaré los huecos necesarios y moveré algunas llamadas menores, si algo se complica, te aviso de inmediato. ¿Está bien?
—Perfecto —respondí, sintiendo un alivio real—. Gracias, Mateo.
Él sonrió, sincero, con esa vibra de persona que realmente disfruta ayudar.
—Cualquier cosa que necesites, Aurora… estoy aquí y créeme, todos queremos que Alessandro esté en pie lo antes posible. Milán tiembla cuando él está de mal humor.
Marco soltó una carcajada.
—Y Aurora es básicamente la única que puede controlarlo últimamente —dijo mirándome de reojo.
Sentí mis mejillas calentarse, pero mantuve la compostura.
—No lo controlo —murmuré—. Solo… hago mi trabajo.
Mateo me observó con una expresión curiosa, amable, como si ya hubiera entendido algo que yo misma aún no aceptaba.