Amor clandestino

Capítulo 1

Tres años después

 

 

Las luces iluminaban el Teatro Nacional de la Ópera de Mannheim. Ese año acogía la entrega de los premios que la televisión alemana organizaba.

Nuray respiró profundo antes de descender del auto, al mirar a su acompañante sintió las náuseas que le producía estar a su lado. Llevaba tres años viviendo la pesadilla de ser su esposa. Nunca hubiera aceptado casarse con él de no ser porque la tenía amenazada y esas intimidaciones repercutían en la felicidad de su familia. Ella, a pesar de todo, seguía profundamente enamorada del único hombre al que había amado y a quien hacía tres años había perdido la pista.

Aquel viaje lo realizaba forzada, como otros tantos, pero el contrato prematrimonial la obligaba a acudir a todo acto público acompañada de su carcelero. Ese era el trato: ella guardaba las apariencias y de puertas para dentro hacían vidas separadas.

Su mano atrapó con fuerza el colgante que pendía de su cuello y que jamás se quitaría, era lo único que la mantenía aferrada a su verdadera historia de amor.

—Cariño, debemos bajar.

Önder, su marido, tocó su brazo apremiándola. Aquel contacto la tensó tal y como siempre ocurría cuando él la tocaba.

La puerta del automóvil se abrió y ella descendió preparada para representar su papel.

Tras ella, Önder salió sonriente y posó la mano en su delgada cintura oculta bajo la gasa del vestido. Observó su belleza, unas facciones perfectas enmarcadas por una larga melena ondulada y unos ojos verdes de mirada profunda que albergaban una eterna tristeza.

Entre una nube de fotógrafos ambos avanzaron hasta el lugar donde debían detenerse para posar frente a los medios.

—Sonríe, amor, la prensa está hoy aquí por ti.

—Eso hago —repuso ella apretando los dientes y fingiendo una de sus ensayadas sonrisas—, pero ojalá encontrara el valor para romper lo único que me une a ti, ese maldito contrato.

—Eso no sucederá, te mantendrás fiel a ese contrato por el bien de los tuyos, soy tu única opción y lo sabes. Asúmelo, el final de tus días está escrito a mi lado.

—Estar secuestrada o muerta es algo que no tiene diferencia.

—Llámalo como más te guste, tu destino es estar conmigo, esa es la realidad.

Ambos hablaban fingiendo su sonrisa y sin que nadie en realidad pudiera percatarse de su conversación.

Los reporteros comenzaron con sus preguntas:

—Señor Kiliç, unas palabras para la televisión alemana.

Nuray lo observó de reojo y las náuseas se alojaron en su estómago al verlo erguido, como un pavo real, y dejando que su ego llenara cada rincón de aquel lugar. Se limitó a asentir y sonreír de la manera que se esperaba de ella.

Volvió a la realidad tras sentir de nuevo el tacto de la mano de él sobre su espalda.

—Después de la rueda de prensa, prometo contestar a todas sus preguntas; pero ahora, si nos permiten, mi esposa y yo debemos entrar, no es educado hacer esperar a los anfitriones.

Posaron para una última foto y se dirigieron al interior.

 

                                         

Hakan odiaba aquellos eventos, hacía tres años que estaba retirado del mundo de la interpretación y apartado de la prensa. En aquel tiempo había conseguido reponerse del dolor que le había producido sentirse traicionado por la única mujer de la que se había enamorado. Tras dejar Turquía se instaló en aquella ciudad alemana y, en esos momentos, se ganaba la vida como actor de doblaje.

No había sido fácil abandonar sus sueños, pero fue la única manera de sobrevivir.

Bajó del taxi y, tras entregar al conductor la cantidad correspondiente, se puso recto y alivió la tensión meneando su nuca de derecha a izquierda. Arregló el cuello de su camisa y estiró la manga de su chaqueta antes de comenzar a caminar.

Observó una nube de fotógrafos apostados junto a una pareja que posaban sonriendo y sintió pena por ellos. Sin prestar demasiada atención aprovechó aquel remolino para camuflarse y colarse en el interior sin apenas ser visto.

Al entrar fue localizado por Leyla, quien ya lo esperaba.

—Hola, Hakan, empezaba a pensar que no vendrías —le amonestó Leyla, su jefa, mientras besaba sus mejillas.

—He estado tentado de no venir, pero tú no me has dejado otra elección.

—No te enfades. Necesito tener esta noche tan especial a mi mejor voz a mi lado, creo que es entendible.

Él asintió con su cabeza mientras Anne, la abogada de Leyla, llegaba hasta ellos.

—Hola, Hakan —saludó coqueta.

Entre ellos existía una extraña conexión: ella se moría por conseguir que su relación fuera más seria y no tan esporádica con Hakan; pero él le había dejado claro desde el principio, que en su vida las relaciones amorosas eran solo algo del pasado y no quería enredarse con nadie. Anne había aceptado a pesar de no perder la esperanza de que en algún momento él bajara la guardia y pudieran tener más que sus eventuales encuentros amorosos.




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