Amor cruel

Capítulo 7/ No te pido perdón, ni te perdono

Mi primer impulso es cerrarle la puerta en la cara, pero él introduce su pie evitando mi acción.

—Freya, déjame pasar por favor —me pide en un tono suave. Me sorprende escuchar esa vulnerabilidad en su voz, más después de nuestro último encuentro.

Lo observo fijamente. Se ve diferente, sus ojos parecen más oscuros, su expresión más sombría y su aspecto luce bastante desaliñado, ni siquiera se ha recortado la barba. Verlo así, me hace bajar mis muros de defensa.

—Sam, es mejor que olvidemos nuestro pasado y que cada quien continúe con su vida, cada vez que intentamos hablar, las cosas terminan mal —le recuerdo—. La última vez, incluso te atreviste a intentar golpearme. Intentemos quedarnos con lo bueno.

Él se lleva la mano al cabello y luego niega, hay dolor en su expresión.

—Por favor —vuelve a suplicar—. Déjame entrar, necesito que me escuches.

Dejo salir un pequeño suspiro, mientras me sigo aferrando a la puerta. Tengo tantas dudas, pero no sé si sea él quién las pueda aclarar. Además, tengo miedo de descubrir lo que sucedió ese día.

Al notar mi inseguridad, Sam empuja la puerta y entra sin esperar mi respuesta. Me doy la vuelta, él camina por la sala, luce bastante perturbado, incluso parece más vulnerable de lo que lo he visto antes. Sin embargo, sé que no puedo dejarme llevar por las apariencias. No después de lo que me hizo.

Me cruzo de brazos y lo observo, esperando a que hable.

»Lo siento mucho por lo que pasó la otra noche —comienza, su voz temblorosa—. Fui un idiota. No sé en qué estaba pensando, pero te juro que no quise hacerte daño. Nunca quise lastimarte.

Sus palabras me sorprenden, nunca esperé escuchar una disculpa de él, pero intento mantenerme firme y no mostrarle vulnerabilidad. El dolor que me causó no va a desaparecer con una simple disculpa.

—Fueron muchas de tus acciones las que me lastimaron —respondo, con una frialdad que me sorprende incluso a mí misma—. No solo tu traición con Delia, también la forma en que me trataste ese día y lo que dejaste entre dicho. Si de verdad quieres que te crea, dime porque me llamaste zorra.

—Fué un impulso por mi enojo —se intenta excusar—. Freya, tú misma lo acabas de decir, olvidemos el pasado y empecemos de nuevo. Te prometo que retiraré la demanda. No tienes que pagarme nada, todo lo que hice fue porque te amaba, aún te amo. Dame una segunda oportunidad.

—No es tan sencillo, hay heridas que no son fáciles de sanar —le respondo, mi voz llena de amargura—. No sería capaz de confiar nuevamente en ti.

Él baja la mirada, como si mis palabras lo hubieran herido, pero entonces noto un cambio en su expresión. Cuando vuelve a mirarme, su suavidad se ha desvanecido, reemplazada por una dureza que me resulta familiar y perturbadora.

—¿Es por ese imbécil, verdad? —cuestiona con reproche—. ¿Crees que realmente está interesado en ti? Él es un hombre que solo utiliza a las mujeres y luego las desecha cuando está harto de ellas. No serás la excepción, él solo está buscando una nueva puta con quién entretenerse —dice fríamente.

Niego mientras sonrío amargamente. Ahí está de nuevo su verdadera esencia.

—Así que es por eso que estás aquí, fingiendo arrepentimiento y buscando una nueva oportunidad. Vete Sam, ya tuve suficiente por ahora —digo señalándole la salida.

Él se acerca a mí, yo retrocedo por inercia.

—No malinterpretes mis palabras —dice con un tono áspero—. Solo quiero que abras los ojos, yo soy el hombre que te conviene. Estoy dispuesto a olvidar, a perdonarte por lo que dicen de ti y amarte sin reproches. Así de grande y real es mi amor por ti. Siempre respeté tu decisión de mantenerte virgen, era lo que me hacía valorarte aún más, pero si ya no lo eres, si esas habladurías son ciertas, no me importa, quiero que seas mi esposa, yo te perdono.

Mis ojos se llenan de lágrimas y no es porque sus palabras me conmueven. Es la ironía en ellas.

—¿Perdonarme? —digo, negando incrédula—. ¿Acaso debo pedir perdón por algo que no hice de forma consciente? Además, ¿quién me asegura que no fuiste tú? —lo enfrento, sintiéndome llena de frustración, pero aún más de dolor y amargura.

Él parece a punto de responder, pero antes de que pueda hacerlo, la puerta de la recámara se abre y aparece mi madre. Su rostro se ilumina al verlo, como si la tormenta en mi corazón no existiera.

—Sam, cariño, ¡qué gusto verte! —exclama con una sonrisa—. Ven, siéntate un momento. ¿Ya desayunaste? ¿O prefieres una taza de café? Sé que amas como lo preparo.

—Mamá, estábamos en medio de una... —intento protestar, pero ella ya lo ha tomado del brazo y lo guía hacia la silla ignorándome por completo.

Él me lanza una mirada que no puedo descifrar. Me siento pequeña, impotente, y la frustración dentro de mí crece hasta que siento que voy a explotar. Pero mi madre está demasiado ocupada preparándole el café como para notar mi sufrimiento. O quizá, lo está haciendo adrede. Ella me puso un ultimátum y sé de lo que es capaz de hacer si desobedezco.

—Ponte cómodo —dice mi madre mientras coloca una taza frente a él—. Tenía tantas ganas de hablar contigo. Veo que extrañas a Freya. Ella también ha sufrido mucho estos días sin ti.




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