Amor cruel

Capítulo 8/ El castillo de la bestia

Mis ojos se abren lentamente, me siento confundida, lo último que recuerdo fue la oscuridad que me atrapó y esa voz… Observo a mi alrededor sintiéndome nerviosa. Una tenue luz alumbra la habitación, enfoco mi vista en el techo, un candelabro cuelga de él, ¡Por lo cielos! Esta no es mi casa, pero entonces, ¿en dónde estoy?

Me siento rápidamente en la cama, sintiendo en el acto una punzada de dolor en mi brazo izquierdo. Miro hacia abajo dándome cuenta que tengo una aguja clavada en mi piel que envía un flujo constante de líquido a mi cuerpo. Intento quitarmelo pero entonces su voz me detiene.

—No lo quites, te harás daño —me dice, con un tono autoritario.

Detengo mi acción y giro mi cabeza, ahí está él, de pie, observándome con una mirada gélida.

—¿Dónde estoy? —indago nerviosa.

El señor Drakov da un paso en mi dirección acortando nuestra distancia, luego se inclina hacia mí. Mi corazón empieza a latir con fuerza, pero me quedo paralizada, cautiva de su presencia, de su olor, de esos ojos azules y gélidos carentes de emoción alguna. Su rostro queda a unos escasos centímetros del mío, ni siquiera soy capaz de respirar.

—En mi casa —me susurra—. Tenías una cita pendiente conmigo.

Trago saliva, mis ojos se clavan en sus labios, percibo una leve sonrisa, pero rápidamente se disuelve cuando se endereza privandome de su cercana presencia.

—Le agradezco mucho todo lo que ha hecho por mí —digo aclarando mi garganta—, pero sinceramente no entiendo su actitud. ¿Cuál es su interés en una chica como yo?

—Descansa —ordena, ignorando mi pregunta—. Todavía te faltan dos horas de suero.

Lo veo dar media vuelta con la intención de salir de la recámara.

—Señor Drakov —vuelvo a hablar, él se detiene, pero no se gira hacia mí—. ¿Hace cuánto tiempo estoy aquí? Temo que mi madre se preocupe por mí.

—Eso ya está resuelto —responde y luego sale de la habitación dejándome una mezcla de vacío y miedo.

Dejo salir un suspiro, todo esto me parece tan irreal. Incluso las paredes de esta habitación parecen esconder oscuros secretos. Observo la decoración del lugar. Estoy rodeada de muebles que parecen sacados de otro tiempo o quizá de otra vida.

De pronto me siento como la Bella atrapada en el castillo de la Bestia. Solo que aquí, la bestia no es un monstruo de cuentos, sino un hombre de carne y hueso cuya frialdad parece más peligrosa que cualquier garra afilada.

Sin más remedio me recuesto sobre el colchón, al menos esto se siente cómodo. Mis pensamientos me carcomen. ¿A qué se habrá referido con que eso está resuelto? ¿Acaso mi madre cedió a que me quedara aquí? Conociéndola no me extraña, pero aún no me queda claro lo que el señor Fenrir quiere de mí. Me remuevo inquieta, él realmente me está robando mi tranquilidad, por un instante me siento tan atraída por él, pero luego, siento miedo e incertidumbre.

Los minutos avanzan lentamente, me estoy sintiendo desesperada y con mucha hambre. El sonido de la puerta abriéndose me hace dejar mis pensamientos. Alzo mi vista esperando verlo entrar, pero en su lugar, es una señora de edad avanzada la que entra, sosteniendo una bandeja.

—Hola, ¿cómo te sientes? —me pregunta con amabilidad, mientras coloca la bandeja sobre la mesa junto a la cama.

—Muy bien, gracias —respondo con amabilidad.

Ella asiente.

—¿Necesitas ayuda para levantarte? —indaga al ver que sigo en mi lugar.

Niego mientras me incorporo en la cama.

»Tomate toda la sopa, la hice especialmente para ti, te ayudará a recuperar fuerzas —me indica.

Me limito a asentir con la cabeza, realmente me siento perdida y bastante avergonzada.

La señora se queda de pie observándome sin la intención de dejarme sola.

—Mi nombre es Freya —digo intentando romper el incómodo momento—. Me iré en cuanto el suero se termine.

—Lindo nombre —responde con cortesía—. Ahora come antes que se enfríe la comida, el señor Drakov me ordenó que me asegure que te comas todo, así que hazlo por favor.

Hago lo que me indica sin protestar. Para mi buena suerte, la sopa sabe deliciosa y mi estómago la recibe de buena manera.

—Estaba deliciosa, señora —le agradezco.

—Llámame Ginebra, nos estaremos frecuentando y es bueno que nos empecemos a tratar con confianza —me pide con amabilidad, pero yo me quedo estancada en la parte de frecuentarnos…

—¿A que se refiere? —indago, pero ella se limita a levantar la bandeja vacía y salir de la habitación dejándome más preguntas que respuestas.

«¿Acaso la bestia esa no me dejara salir?», pienso nerviosa.

Vuelvo a mirar el suero y aún le falta bastante. Lo único bueno de todo esto es que ya me estoy sintiendo mucho mejor. Dejaré que se termine y luego me escaparé de este lugar. No seré la presa de nadie.

Después de lo que parecen horas, me siento renovada. El mareo ha pasado, y la comida me ha dado bastante energía. Me levanto de la cama, retirando con cuidado la aguja del suero. Empiezo a caminar por el lugar. Miro a mi alrededor, notando detalles de los que antes no me percaté. Los muebles son lujosos, pero antiguos, con cortinas pesadas que cubren las ventanas, y una alfombra gruesa que amortigua mis pasos. Es como si estuviera en un lugar sacado de otra época.




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