Con pesadez regreso por el largo pasillo, es lo único que puedo hacer ahora, ya que temo perderme entre el laberinto de la mansión. Al llegar a la recámara, noto una pequeña luz filtrándose por la puerta entreabierta, no recuerdo haberla dejado así.
Cuando entro, lo primero que llama mi atención es el vestido negro que está colgado en el respaldo de una silla. Arrugo mi entrecejo, extrañada. Me acerco, paso mis dedos sobre la tela, se siente suave y delicada. Nunca en mi vida había visto un vestido tan hermoso y elegante. Ni siquiera mi vestido de novia era tan fino, como luce este.
Al intentar alzarlo, una nota cae al suelo, dejo la prenda en su lugar y me inclino para recoger el pedazo de papel. Hay un texto escrito con tinta negra y una caligrafía elegante y firme en dónde simplemente dice:
“Póntelo, cenarás conmigo”
Resoplo.
«Es un mandón, siempre da órdenes», pienso.
Aún así, una pequeña sonrisa tira de mis labios al volver mi vista al vestido.
Haré lo que me ordenó, pero tendrá que esperarme. Me acerco a la ventana y deslizo la pesada cortina, ni siquiera sé qué hora es. Al hacerlo, me doy cuenta que ya está oscureciendo, me asomo un poco más y veo que estoy rodeada de grandes y espesos árboles.
Dejo salir un suspiro y luego continúo inspeccionando la habitación, empujo una puerta y encuentro una enorme bañera llena de agua, introduzco mi mano y está calentita, por lo visto este hombre piensa en todo, menos en… mis ojos recorren el lugar, no, no se le ocurrió que también necesito ropa interior, o quizá lo hizo adrede.
No importa, me desnudo y tomo el mejor baño de mi vida. Me siento como una princesa en el castillo de una bestia generosa.
Luego de varios minutos, me coloco el vestido, al hacerlo, la tela se desliza fácilmente por mi piel desnuda. Me acerco al espejo y veo mi silueta, nunca antes me había visto de esta forma. Me encanta como la prenda se adapta a cada una de mis curvas. El corte es ajustado en la cintura, haciéndola parecer más diminuta de lo que recordaba, y luego cae en una suave línea hasta mis tobillos. La parte superior tiene un escote sutil, lo suficiente para ser coqueto y no pasarse a lo vulgar, las mangas llegan hasta los codos, dando el toque de elegancia.
Sonrío ante la imagen que me devuelve el espejo. No cabe duda que él tiene un exquisito gusto, pero lo más admirable es que se sepa mi talla, siempre uso ropa un poco holgada, quizá sólo lo adivinó.
El crujido de la puerta abriéndose me hace desvíar mi atención, es Ginebra quién viene sosteniendo una caja en sus manos.
—Luce realmente… diferente —me dice con un tono de admiración—. El señor Drakov estará encantado.
Mis mejillas se sonrojan ante su último comentario. Una parte de mí aún sigue intrigada por sus repentinos cambios de actitud, de ser un hombre frío y distante, pasa a ser uno amable y bastante encantador. No puedo negar que incluso me ha provocado pensamientos inapropiados, pero al recordar mi realidad, toda esa magia se disuelve.
—¿Él suele tratar así a sus invitadas? —me atrevo a indagar.
Ginebra coloca la cajas sobre la cama y luego me mira fijamente.
—El señor Drakov, nunca ha traído a ninguna mujer a esta mansión, si es lo que quieres saber. Incluso yo, que llevo años trabajando para él, estoy sorprendida. —La veo destapar la caja y extraer un par de hermosos zapatos—. Quiere que uses estos, ¿Puedes caminar con tacones? —indaga cortando el tema.
Asiento mientras me los coloco.
«También sabe mi talla de calzado», pienso.
»Sígueme, te mostraré el camino —me pide y yo hago lo que me dice.
La sigo en silencio, prestando atención a cada detalle del camino, necesito memorizarlo por si tengo que salir huyendo. Aún tengo miedo que la bestia muestre sus afilados colmillos y los encaje en mi cuello. Niego mientras ahogo una risita nerviosa, sería placentero que él lo hiciera. Y ahí estoy nuevamente con mis pensamientos impuros.
Finalmente, llegamos a una gran puerta de madera, decorada con intrincados grabados.
»Ya llegamos —anuncia Ginebra y entonces, la realidad me golpea.
Mi corazón está latiendo fuertemente, me acomodo el cabello intentando acomodar el frizz que seguramente ya se nota en mis ondas, quiero gustarle, lucir perfecta, darle una buena impresión. Me muerdo los labios nerviosa. Siempre caigo en la misma trampa, haciéndome ilusiones que seguramente más adelante pueden romper mi ya agrietado corazón.
La anciana empuja la puerta, revelando el gran comedor. La mesa es larga, de madera oscura y pesada, cubierta con un mantel blanco impecable. Del techo cuelgan candelabros antiguos que iluminan el ambiente, lanzando sombras danzantes en las paredes rocosas.
Y allí, justo en la cabecera de la gran mesa, está él. Sentado con una postura erguida. Su mirada azul recae en mí, robándome el aliento. Su atención me hace sentir nerviosa e insegura, ni siquiera sé qué decir o hacer. En cambio él luce tan seguro y dominante.
Veo que Ginebra se va, dejándome a solas con él.
Miro hacia ningún lugar en específico. Ni siquiera puedo dar un paso más, creo que incluso olvidé como caminar.