Amor cruel

Capítulo 11/ Quédate conmigo

Drakov.

Tenerla nuevamente entre mis brazos, es una tentación y más al intuir que no lleva puesto nada bajo ese vestido.

Ella se aferra a mi cuello, sentir su fragilidad y ver su inocencia en esa mirada pura y llena de incertidumbre hace que mis demonios internos se agiten, luchando por salir a la superficie y reclamar lo que tanto deseo.

Sé por la forma en que me observa, que también siente una atracción innegable hacia mí, pero también, hay preguntas que no se atreve a formular. Sin embargo, hay una verdad innegable y es que su vulnerabilidad despierta en mí el deseo de protegerla… o tal vez algo más oscuro, ese instinto primitivo que ella misma despertó esa noche y que ahora no la dejará ir tan fácilmente. Aún no he podido tener todo lo que deseo de ella.

Mis ojos se pierden en el contorno de su rostro, en la curva de su cuello que se desvanece bajo su ropa despertando en mí pensamientos y deseos impuros haciendo arder dentro de mí un fuego que me está consumiendo lentamente.

Cuando llegamos a mi habitación, la coloco con cuidado sobre la cama, sin apartar mi mirada de la suya. Ella permanece inmóvil por un instante, sin atreverse a soltarse de mí. Acerco mi rostro al suyo, tanteando el terreno, pero sin traspasar la línea que ella ha impuesto sobre mí, avanzaré tanto como mi dulce conejita me lo permita.

La duda que refleja su rostro me provoca una ligera sonrisa.

—Confiesame tus deseos y yo con gusto los cumpliré —le susurro.

Ella me aleja rápidamente, como si mi piel le quemara.

—No deseo nada —me responde apenas en un susurro.

—¿Estás segura? —insisto.

Ella se muerde los labios y por el infierno que ahora me consume, casi me rindo ante mis deseos. Solo ella ha sido capaz de despertar en mí está maldita obsesión que me está arrastrando nuevamente a la oscuridad.

—Fenrir, ¿me harás daño? —indaga con nerviosismo.

—¿Me crees capaz?

Ella niega levemente.

—Quiero confiar en ti, pero es difícil cuando no respondes a mis dudas.

Me acerco y dejo un beso en su frente, absorbiendo el aroma que emana de su piel, es como un perfume suave y dulce que me resulta tentador, una trampa delicada, una red que se cierne sobre mí empujándome como esa noche a sus brazos. Sus ojos continúan buscándome, como si intentara leer en mi rostro alguna señal de mis verdaderas intenciones.

—No te preocupes —mi voz es baja, casi un murmullo—, solo te he traído aquí para que descanses. Nada más. Velaré tus sueños esta noche —aseguro intentando convencerme más a mi mismo.

Me alejo de ella, si sigo tan cerca, no podré resistirme a mis deseos.

—¿Fenrir, en dónde dormirás tú? —indaga y esa sola pregunta me provoca un goce perverso.

—No te preocupes por mí, descansa —respondo mirándola fijamente desde mi posición.

Ella no dice nada, pero sé que se debate entre sus propios deseos. Conozco esa parte de ella, no la dulce e inocente, sino la perversa, aunque ahora sé algo más y es por eso que quiero protegerla, de cierta forma, yo me aproveché de su vulnerabilidad.

—No creo que pueda dormir en tu habitación, no es lo correcto, además, este vestido es incómodo —se queja.

—Quítatelo —le respondo y el asombro en su semblante me causa diversión.

—No me desnudaré frente a un desconocido, no es lo correcto —responde esquivando mi mirada.

«¿Qué pasaría si le confieso que ya la he tenido desnuda en mi cama? —pienso, ¿Me dejaría volver a tenerla o quizá me ganaría su odio? Cualquier opción solo llevaría a un camino porque ella es mía.

—Te dejaré sola si tanto te incomoda mi presencia —le respondo jugando con sus deseos y llevándola a tocar sus límites.

Ella entreabre su boca intentando articular palabra, pero la respuesta nunca llega. Me doy media vuelta con la intención de salir del lugar.

—Me da miedo quedarme sola —dice finalmente—. Tu habitación es demasiado grande y fría y la decoración me recuerda al hogar de una bestia tenebrosa.

Sonrío levemente.

—Le temes a la habitación, pero no a la propia bestia —le respondo mientras me acerco lentamente a ella.

Su mirada de espanto me causa gracia.

—Solo fué un decir, no creo que tú seas una bestia, o un demonio o como sea que te llamen en el pueblo —responde con dificultad.

Me siento sobre el borde de la cama, ella está recostada sobre la cabecera de la misma. Alzo mi mano. Sus ojos marrones me miran con una intensidad que arde y hiela al mismo tiempo. En su mirada, hay un destello de deseo que se entrelaza con el miedo, creando una mezcla electrizante. Es como si anhelara lo que teme, sus pupilas dilatadas, indecisas entre el impulso de acercarse y la urgencia de huir. Esa tensión entre lo que quiere y lo que teme me atrae de una manera oscura, fascinante.

—¿Y si te digo que todos tienen razón? Que puedo ser un demonio o una bestia. ¿Me temerás? —indago al tiempo que acaricio la curvatura de su rostro.




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