Algunos días pasaron desde la fiesta, luego de aquella charla, las chicas habían venido a buscarme y no nos habíamos vuelto a encontrar, en estos días tampoco nos habíamos visto mucho y cuando lo hacíamos, yo trataba de ignorarlo lo más posible, sin embargo Lucas siempre encontraba la manera de molestarme y pedirme que fuera con él a la playa, cosa que yo seguía rechazando, varías veces me preguntó el motivo, pero yo seguí sin responderle.
Saqué a Lucas de mis pensamientos y me dirigí a la cocina del hotel, necesitaba un helado.
Mi padre era el dueño, no era un hotel cinco estrellas, ni tampoco tenía una compañía hotelera. Solo era un pequeño hotel muy hogareño para aquellos turistas que vienen a pasar sus vacaciones a la hermosa Playa Esmeralda.
No era la gran cosa si lo comparábamos con los grandes hoteles de la cuidad, pero era el más cercano a la playa, bueno, estaba en esta y era muy conocido.
Tomé mi helado y luego me dirigí a la salida. Cuando abrí la puerta golpeé fuertemente a alguien haciéndolo tirar todo lo que llevaba.
—Maldición —lo escuché decir para luego agacharse a levantar lo tirado.
Comencé a reír cuando lo reconocí.
Él levantó la mirada y me fulminó.
—Oh, veo que se cambiaron los papeles —dije aún riendo, Lucas no dijo nada, solo siguió juntando sus cosas.
Pase por él con mi helado y seguí rumbo a mi habitación.
Juntó todo rápidamente y luego corrió para alcanzarme.
—¿Quieres engordar? —me preguntó en tono burlón, haciendo referencia a una antigua conversación.
—Sí, estoy deprimida —dije de la misma forma.
Él rió —Dime quien es el idiota.
—Tú no, quédate tranquilo —dije riendo, pero me detuve al ver que me miraba seriamente —¿Qué? —pregunté levantando una ceja.
—Yo jamás te lastimaría —dijo mirándome fijamente.
Desvíe la mirada al tarro de helado y tragué disimuladamente. Sentía mis mejillas arder por lo que había dicho. Siempre con ese comportamiento y esas frases que no se a que venían.
—No sé nadar —susurré aún con la vista en el helado.
—¿Qué? —preguntó confundido.
—No sé nadar, por eso no voy a la playa —dije un poco más alto y mirándolo a los ojos.
Él abrió sus ojos sorprendido, pero luego comenzó a reír.
—Buena broma, por un momento me la creí —dijo sin dejar de reír.
Resoplé molesta y apresuré el paso, no sabía porque se lo había dicho, pero en ese momento me sentí segura de hacerlo.
Él corrió para alcanzarme.
—¿Hablabas enserio? —preguntó sorprendido, ya no se reía.
No respondí nada, solo seguí caminando con la vista en el helado.
—Lo siento, pero es que... —se calló un momento, parecía bastante confundido —¿Cómo es que has vivido toda tu vida en la playa y no sabes nadar? —preguntó al fin.
Suspiré, tenía razón, era bastante raro, por eso no se lo decía a nadie —Bueno no he tenido a nadie que me enseñe, lo he intentado sola, pero soy malísima —confesé sonriendo un poco por lo último.
—No lo puedo creer, es inaceptable. ¿Y tus amigas? ¿Y tus padres?
Me quedé callada, no se que habrá entendido pero asintió con la cabeza.
Bueno, mis amigas eran chicas que conocí el verano pasado, vienen en vacaciones y pasamos algo de tiempo juntas, pero no somos muy unidas que digamos.
La pasábamos bien, nos divertíamos, nos contábamos anécdotas y ese tipo de cosas, pero no llegábamos a contarnos secretos, miedos y ese otro tipo de cosas.
Durante el año no tenía con quien juntarme, tenía algunas amigas en la preparatoria, pero éramos aún menos unidas que con las chicas, las cuales solo venían en vacaciones.
Luego están mis padres, mi papá es atento y está siempre que lo necesito, pero tiene demasiado trabajo como para estar perdiendo el tiempo enseñándome a nadar, es algo tan estúpido, además que nunca se lo he pedido.
Y luego estaba mi mamá, ella era una artista, pintaba increíblemente bien y también era una nómade, siempre anda de un lugar a otro pintando la naturaleza. En un viaje a esta playa conoció a mi padre y se quedó, luego nací yo, fue una excelente madre y aún lo es, pero cuando cumplí dieciséis ella volvió a sus viajes y a pintar. La verdad estaba contenta por ella, la veía realmente feliz y no me puedo quejar. Viene a visitarnos seguido, y tengo que decir que yo insistí para que volviera a la pintura.
Mi madre renunció a su forma de ser por mí, y yo ya estaba lo suficientemente grande para no depender de ella, además que ocupaba la mayoría de las horas en estudios, no tenía caso que ella no pudiera hacer lo que le gustaba.
Pensé que me preguntaría más cosas, sin embargo, Lucas se fue por su camino sin decir nada más y yo seguí vagando por mis recuerdos.