- XVI -
El viento le acarició las mejillas como lo solía hacer él cuando todavía era una niña muy feliz que disfrutaba acostarse en el campo lleno de flores.
Con la paz que estaba sintiendo en ese momento, solo pensaba en esos días… Cuando estaba él. Ya no con dolor y nostalgia, sino con serenidad y calma.
Su vida se convirtió un infierno después de ese día, el terrible día en que se despidieron para siempre.
Antes de irse, él le aseguró que estaría con ella todos los días de su vida en aquello que la mantuviera en calma: alumbrando una estrella, cantando con los grillos, volando con las nubes o simplemente bajo la puesta de un atardecer.
Mantenía los ojos cerrados.
Percibía un clima cálido, abrazante como la nostalgia de navidad, y con ligeras corrientes de viento que no hacían más que deslizarse bajo su corta cabellera.
Caminó…
Un paso.
Otro.
Abrió los ojos.
Vio cómo el pasto bajo sus pies se extendía a varios kilómetros. El día era soleado, pero con un aire fresco.
Silencio.
Solo su respirar y el latir de su corazón. Nada ni nadie estaba ahí. Al fin se sentía en paz.
Incluso si él ya no estaba.
Miró a lo lejos, en una colina estaba una cabaña. A su lado, estaba un frondoso fresno que se movía de un lado a otro como un baile que encarnaba la finitud del dolor.
Se dirigió hasta la cabaña y entró.
Vacía.
De repente, una voz masculina vino de la nada. Ella la escuchó cercana, como el aleteo de un mosquito por la madrugada:
—¿Qué te parece?
Ella ignoró la pregunta.
Esto era lo que anhelaba. Por esto había venido a este mundo.
Esto no lo cambiaría ni por todo el oro de la Tierra.
¡Paz!
Ya no tristeza…
Ya no dolor…
¡Solo paz y tranquilidad!
—Delilah… Delilah… —replicó la voz con un eco.
Ella se tiró al suelo e hizo ángeles en la alfombra esponjosa que se encontraba debajo.
Desde la realidad, con la mirada perdida y sin mover ni un músculo, Delilah traía colocada su recién hecha Neurotiara, mientras estaba sentada en el consultorio.
Fadwa limpiaba con un paño la saliva que le escurría.
La voz que intentaba comunicarse con ella se trataba del médico Jecis-0808, un androide encargado de colocar las Neurotiaras a las personas.
—Oiga, ¿ella no puede salir del Mundo Virtual? —balbuceó Fadwa con preocupación.
—Parece que no quiere. Esto sucede cada vez que se colocan la Neurotiara por primera vez en su vida, no están dispuestos a salir. Entonces, debemos interferir.
El delgado con bata blanca guiñó el ojo.
Desde el Mundo Virtual, Delilah se dio cuenta de que podía controlarlo todo a voluntad, bastaba con pensarlo, tal y como le comentaron cuando llegó al Instituto de Tecnología y Neurociencias.
Cambió el lugar. Ahora la cabaña era su antigua casa. Su verdadera casa. No la casa de su abuela, sino aquella en la que creció.
Cuando se disponía a imaginarlo a él, para volverlo a ver después de tanto tiempo, sintió que el olor cambió repentinamente, la luz e, incluso, el ambiente.
Al unísono, sintió que alguien la sujetó del brazo.
Ella desplazó su mirada como un halcón y lo que vio la hizo correr por instinto.
Se trataba de un zombi.
Su mayor miedo arruinó el paraíso.
Mirando hacia los cuatro puntos cardinales, se dio cuenta de que su casa fue invadida por esas bestias de piel verde, cuyos órganos tenían de fuera y despedían un olor desagradable, como de carne echada a perder.
En el Mundo Virtual, todas las percepciones y sensaciones se sentían muy reales. Olores, sabores, sonidos, etcétera.
—¡Auxilio! —gritó.
Su rostro lucía pálido, como si lo hubiera colocado en harina de trigo.
—Solo piensa que quieres salir del Mundo Virtual —respondió el médico.
Desde afuera, Delilah movió un ojo. Luego movió el otro. Sus dedos hicieron ligeros movimientos, así como su boca y sus pies.
Había regresado al mundo real.
La transición de un mundo a otro era tan efectiva que las personas sabían diferenciar cuando estaban en el virtual a cuando estaban en el físico.
Procesó rápido que lo zombis no le harían daño. Entonces el miedo desapareció.
El médico al fin pudo retirar la Neurotiara con cuidado. Ya estaba comprobado que sí servía.
Si no la retiró antes, era porque debía esperar a que ella regresara al estado de consciencia. De lo contario, podrían desconectar su pensamiento de su cuerpo.